En estos días y desde hace algunos meses, estimados lectores, he estado experimentando lo que denomino un cierto dejo a déjà vu político.
En efecto, de un tiempo a esta parte me parece haber visto y vivido experiencias políticas anteriores, ya vistas y vividas.
Así, se escuchan frases y slogans como “avanzar sin transar” o “adelante adelante obreros y estudiantes” o “sin políticos y sin partidos estaremos siempre unidos” o “la política es pura componenda” o se ven multitudes por las calles, siempre acompañadas por algún grado de violencia y de bombas lacrimógenas e incluso bombas molotov, y todo ello, en su conjunto, no cada aspecto con la misma claridad e intensidad, lleva a percibir algo que yo, y probablemente ustedes lectores más viejos, hemos visto y vivido, de similar o igual naturaleza, en el pasado.
Quienes entre los lectores hayan vivido lo suficiente, comprenderán lo que percibo. Los jóvenes lectores -si es que alguno, digo- quizás no lo captarán; es más, si lo captan, lo rechazarán. De acuerdo, acepto que así sea.
Sin embargo, conviene sopesar que en los hechos se ha ido apoderando del “clima político” del país, por denominarlo así, una cierta exacerbación de los ánimos, de las palabras, de las opiniones y de las ideologías.
Me refiero a todos nosotros, Gobierno y Oposición, políticos, partidos políticos, ciudadanos indignados y organizados, ciudadanos indignados pero sin organización, dirigentes sociales, comentaristas, etcétera (un largo etcétera).
Se trata en verdad de una especie de indicio de polarización social y política con ribetes de intolerancia y agresividad que puede llevar a la cristalización en los extremos del continuum socio-político-ideológico, de grupos dispuestos a, eventualmente, enfrentarse con todo y sin contemplaciones.
Aclaro de inmediato que el riesgo que percibo no es el de un golpe militar, como alguno quizás podrá pensar.
Los golpes militares de los años sesenta y setenta del siglo pasado ocurrieron en un contexto histórico chileno, latinoamericano y mundial completamente distinto. No existen hoy las condiciones internas y externas de esa época, que hicieron posible tales golpes, aunque sería muy largo desarrollar este punto con la debida profundidad.
El riesgo que percibo ahora tampoco es el de repetir la historia. No comparto la tesis de quienes propugnan que los pueblos que no aprenden de su historia la repetirán.
A mi me parece que la historia no se repite y que cuesta mucho extraer lecciones de ella pues es difícil también entenderla en toda su complejidad. Pero en fin, eso es harina de otro costal o, más bien, de otra columna de opinión.
Lo que me interesa destacar es que si vamos a ir por los caminos de un déjà vu político extendido provocaremos que Chile se quede ahí, justo en el umbral.
No traspasaremos ese umbral a que los Gobiernos de la Concertación nos llevaron y que en ocasiones -pocas hay que decir- hemos tenido la oportunidad de cruzar para alcanzar una sociedad no solamente libre y democrática en lo político, sino también social y económicamente equitativa e inclusiva de todos los chilenos en lo que dice relación a bienes materiales e inmateriales fundamentales.
Nos quedaremos atrás otra vez, a la vera del camino. Y yo creo que las nuevas generaciones no se merecen eso.
Por eso, es de desear que lo que estoy escuchando y observando no se trate en realidad de un “déjà vu” sino de un “jamais vu” político. Esto es, que lo que estamos experimentando se dirija en definitiva en la dirección de algo jamás visto en la política chilena moderna: que el consenso supere los conflictos, para solucionarlos, y entre todos, o casi todos para ser realista, avanzar y llevar al país al sitial de desarrollo que las actuales y futuras generaciones merecen.
Esa es la tarea esencial de la política, de los políticos, los partidos políticos y de todos los ciudadanos.
Es por eso que he propuesto en otras opiniones que debemos defender la política, los políticos, los partidos políticos y el régimen político democrático.