Una serie de televisión del canal estatal, basada en documentos y crónicas de la Vicaría de la Solidaridad, ha generado una curiosa –y, por qué no decirlo, trasnochada- polémica antes de que siquiera se conozca su contenido. El Presidente de Renovación Nacional, Carlos Larraín, mostró su preocupación por una obra ficticia (aunque basada en hechos reales) en la cual se presenta a “la izquierda como víctima”.
La misma expresión, relativa a una victimización ficticia o exagerada de un grupo político, fue utilizada textualmente durante la dictadura militar para prohibir la exhibición de películas como “Saló o las 120 jornadas de Sodoma”, de Pasolini. Y una vez más, un concepto que puede ser entendible en un contexto de dictadura, es incomprensible en democracia.
En primer lugar, porque incluso el Presidente de la República, que hasta antes de asumir la primera magistratura militaba en la misma tienda de Carlos Larraín, ha reconocido en numerosas ocasiones que en la dictadura hubo víctimas. De hecho, el negacionismo frente a las violaciones a los Derechos Humanos en Chile estaba extinto desde hacía varios lustros.
Si lo que quiso decir Larraín es que el contexto de Guerra Fría de los ’70 y los errores políticos que se cometieron por parte de la Unidad Popular hacen cuestionable una calidad de “víctima”, tal vez haya que devolverlo a la Escuela de Derecho.
Y en segundo lugar, porque referirse a “la izquierda” como un todo orgánico, independiente de las personas que pueden conformar un concepto tan abstracto (o simpatizar con él), contradice por completo los fundamentos políticos de “la derecha”, que proclama la supremacía absoluta del individuo por sobre los colectivos o grupos.
En este sentido, la víctima no es, ni será nunca “la izquierda”, sino Víctor Jara, José Tohá, Osvaldo Puccio, Alberto Bachelet, Fernando Olivares Mori, o cualquiera de los personajes que aparecerán en dicha serie.
Y buscar una etiqueta para ocultar el rostro humano de la tragedia fratricida que trajo la dictadura militar, es más que una expresión desafortunada. Es de una falta de humanidad temible.
“Qué interesante –remató Larraín- habría sido una teleserie de lo que habría ocurrido si los admiradores de Lenin, Stalin y Fidel Castro se hubieran afirmado en el poder”. En este punto, debo coincidir con él. Sería un ejercicio fenomenal imaginar y representar una ucronía como esa.
Posiblemente tan interesante como recrear un siglo XXI dominado por la Alemania Nazi o una Sudamérica colonizada por ingleses frente a una Norteamérica colonizada por españoles y portugueses.