14 jul 2011

Ética y política en tiempos difíciles

Por estos días se cumplen 20 años del famoso libro de Fernando Sabater “Ética para Amador” donde el filósofo intenta explicar a su hijo adolescente el camino para responder a las grandes interrogantes de la vida, aquellas más profundas y que dicen relación con la finalidad de la existencia, el mejor modo de convivir y de organizar la sociedad, qué enseñar y cómo hacerlo, el dolor y la esperanza.

Me pregunto cuánto tiempo habrá pasado de aquel otro gran libro suyo “Política para Amador” en que el autor trata de orientar la deliberación sobre el fundamento de la organización política, el papel de los derechos y las libertades, las instituciones estatales y los principios de la democracia.

Todo esto lo traigo a colación al ver que las nuevas generaciones se entusiasman con el opúsculo de Stéphan Hessel que llama a la indignación y a la rebeldía. Lo que está muy bien, siempre que los problemas no simplifiquen y no se planteen propuestas y soluciones que se apartan de las reglas de la democracia.

Los jóvenes piden “más democracia” pero hacen tabla rasa de las reglas de la democracia representativa, denuestan a los políticos y postulan como ideal una suerte de democracia plebiscitaria o de asamblea más o menos permanente. El propio Hessel no es un maestro de la sutileza al equiparar el fascismo contra el cual luchó heroicamente con el desarrollo actual de la globalización.

El propio Sabater critica las consignas de los indignados españoles: ¡cómo que los políticos no nos representan!, pero depende de nosotros que nos representen bien, afirma.

Es muy fácil dar gusto a todas las reivindicaciones, incluso las que anulan a la política. Pero es mejor rebuscar en los valores –sostiene – para reconducir la política al espacio que merece en la soci9edad y el político no debe aceptar cualquier reivindicación, aunque no crea en ella.

Y resalta el papel central de la educación recordando la frase de Marco Aurelio: “todos estamos condenados a nuestros semejantes, edúcalos o padécelos”.

Toda educación supone un cierto adoctrinamiento: a la escuela se va para aprender. Nadie nace sabiendo. El punto es que esa transmisión del conocimiento no esté desfigurada por el fanatismo o las ideologías más o menos oficiales.

Para lograrlo propone dos parámetros: cultivar el espíritu crítico y aprender los valores.

Esos valores y principios que la humanidad ha ido descubriendo fatigosamente a lo largo de la historia y que lejos de traducirse en reglas estereotipadas apelan al espíritu crítico y sobre todo a la responsabilidad, o sea, a la libertad. Ese derrotero de búsqueda permanente de lo razonable en el respeto de los otros, lo que vuelve posible y útil la imperfecta democracia.

Se trata de los valores que han inspirado a la modernidad: respeto de la persona, libertades públicas, de los demás, derechos humanos, primacía de la razón.

Esos valores que Ortega y Gasset definía como fundamento de la estimativa de las cosas y de los actos humanos.

¡Qué bien harían nuestros jóvenes más o menos indignados con leer o releer a Sabater!

Para orientar su movimiento y darle un resultado positivo posible, teniendo en cuenta todos los factores que se mueven en torno a la educación y a la política en una sociedad compleja como la nuestra, que por trabajo de tantos se gobierna por métodos democráticos que nunca está demás volver a reafirmar más en sus virtudes que en sus carencias.

Bien harían también antiguos y novatos políticos volver a leer a Sabater antes de proponer -como si nada, como si Chile no tuviera todavía una democracia necesitada de apoyo, una asamblea constituyente para empezar de nuevo.

¿Lo creen realmente? ¿O es una forma fácil de conectar – o al menos así lo esperan – con algunas consignas de la calle y eludir, entonces, la dura tarea de la deliberación democrática efectiva y apuntar hacia los cambios políticos que el país verdaderamente reclama?

En tiempos complejos cuando la política se vuelve desafiante, reforcemos el llamado a los valores y ampliemos los ámbitos de deliberación democrática.

Todos somos responsables de Chile. No sólo el Gobierno. También lo son los jóvenes.

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