A pesar de lo que piense el Director del Instituto Libertad y Desarrollo (UDI), la economía no salvará a Piñera de la crisis en la que se encuentra sumergido. Ya no lo está haciendo.
El 60% de rechazo a su gestión y el mísero 31% de aprobación en la última Adimark, vienen a reforzar las señales que se vienen dando desde hace unos meses: un crecimiento alto y sostenido que no se redistribuya, no generará un efecto en la adhesión ciudadana al gobierno. Economía y política están desacopladas: mientras la primera curva sube, la segunda baja.
Si la economía no salvará a un alicaído Piñera, tal vez sí podría hacerlo la política. La de los partidos que hasta ahora lo siguen respaldando (a pesar del profundo desprecio con el que los trató desde el día uno de su gobierno) y cuyo trabajo territorial permitió su triunfo.
Más bien, la política de los sectores más “blandos” (con mayor interés y capacidad de negociar) de esos partidos, que entienden las recientes palabras de otro UDI, el senador Pablo Longueira: “si no corregimos el rumbo, las consecuencias políticas serán enormes”.
Pueden ser cuestionables los métodos que utilizó Longueira recientemente para quitarle el piso a la actual directiva y permitir que los coroneles volvieran a “tomarse” la UDI; también su pasado ligado a la dictadura y hasta las extrañas voces que escuchaba de su mentor, Jaime Guzmán.
Sin embargo, se da la paradoja que es en la UDI donde están los principales resabios de conservadurismo que se imponen en forma de letra chica en todos los proyectos y políticas públicas, pero también es en la UDI donde puede estar la salvación.
Si hay alguien que podría salvar a Piñera, ése es Longueira. Su visión política permitió llegar a acuerdos durante el gobierno de Lagos con el escándalo Mopgate e impulsar una importante agenda modernizadora del Estado.
Longueira ya diagnosticó el fin de la “fiesta de los tecnócratas”, porque entiende que hoy más que nunca es el tiempo de la política y que Piñera tiene apenas un año para revertir la situación, dado que la agenda el próximo se la tomarán las municipales y luego las presidenciales.
Podremos no estar de acuerdo en su afirmación de que para la democracia chilena es vital que haya un gobierno de centro derecha exitoso, como sostiene Longueira. Pero en lo que sí podríamos estarlo, es en que un gobierno con falta de credibilidad, baja adhesión ciudadana y hasta desconfianza, no hace más que debilitar la ya cuestionada democracia representativa.
Más que un asunto de encuestas, enfrentamos un problema de legitimidad de la figura presidencial.
En palabras de Longueira, Piñera claramente cometió un error al no haber incorporado a su gobierno la experiencia de la centro derecha desde el principio de su gestión.
Los partidos, especialmente el Presidente de RN, vienen pidiendo cambio de gabinete desde hace meses.
Piñera desoyó ese clamor que se incrementó con los débiles resultados de la encuesta CERC (protegiendo a Hinzpeter más como un amigo que evaluándolo como autoridad), pero ya no está en condiciones de seguir haciéndolo con la de Adimark y las movilizaciones estudiantiles que han sacado más gente a la calle en los últimos 20 años.
Aunque un cambio de gabinete ya no tendrá el efecto que habría tenido en el momento adecuado, se hace indispensable para mover a un Presidente que sigue creyendo que “el país está bien” y que parece no tomar conciencia de la crisis política en ciernes (extender su gira a México para ver un partido de fútbol es un ejemplo de ello).
Lamentablemente, ante la escasez de líderes de su sector con vocación de servicio público, Piñera se verá obligado a sacar a parlamentarios del Congreso si quiere terminar con la “fiesta de los tecnócratas” e intentar cambiar el complicado panorama.
Longueira debería dejar atrás su “sueño” de conducir un ministerio social, para hacerse cargo de la cartera de Interior y revertir el doble fracaso de Hinzpeter: verse sobrepasado por las altas expectativas de terminar con la delincuencia que él mismo impulsó y su incapacidad de conducción política.
Un Andrés Chadwick en la vocería de gobierno, sin duda, tendría un mayor repertorio que la ministra que culpa de todos los males al gobierno anterior.
La incapacidad de negociar antes de que entren al Congreso los proyectos emblemáticos de la llamada agenda social del gobierno, deberán pasarle la cuenta a un Larroulet que no se enteró de que el Parlamento hace años dejó de ser un buzón.
¿Y si Lily Pérez tomara el desafío, en su idea de volver a la política después de su enfermedad de cuatro meses, para ser la escudera de Piñera?
Si un atributo parecía tener este Presidente proveniente de la cultura empresarial donde las decisiones se toman rápido y sin vacilaciones, era la capacidad de reaccionar a tiempo.
Sin embargo, es el inmovilismo y la falta de visión política las que han caracterizado este periodo. Además, la promesa de eficiencia se hace humo con una ejecución presupuestaria que ya era baja y se volvió aún más con el temor de las autoridades a “equivocarse” después del caso Kodama.
Un cambio de gabinete que declare el fin de los tecnócratas, podría serle de utilidad a Piñera. Pero ello no será suficiente si no es capaz de erradicar de los proyectos la llamada “letra chica”, que más que un slogan ha terminado siendo el sello de un gobierno en el que la ciudadanía terminó por desconfiar.
Sin caer en el populismo que teme la derecha más conservadora, la billetera fiscal necesariamente debe relajarse para enfrentar necesidades básicas de vastos sectores de nuestro país, a los cuales el crecimiento económico les pasa por el lado.
Y si su gobierno quiso dárselas de fundacional desconociendo los logros anteriores, ahora sí tiene la oportunidad de refundar el sistema político, impulsando profundas reformas políticas (no un mero cambio de fecha de las elecciones presidenciales).
Seguramente mucho de esto se lo dijo Longueira al Presidente durante el viaje a México, cuando lo invitó a conversar en privado en el avión presidencial. Es de esperar que esta vez el Presidente comience a escuchar y se deje asesorar.