La única explicación que me conforma del asesinato de Cabral es que se equivocaron y los sicarios andaban tras otro.
Porque matar al cantante, al poeta, al músico, es un atentado a la emoción y a la razón, a la vida y a la esperanza. Un hombre que dedicó su vida, después de rehacerse de la desgracia y el horror en su infancia y primera juventud, nada más que a crear y trasmitir menajes positivos, merece el reconocimiento de todos, hasta de los más malos.
¿En qué les perturbaba su pregunta por el amor y la paz?
La ironía es que muere en el día del aniversario de su amada Argentina – que no siempre lo trató bien – y en el llamado Paseo de la Liberación. Como una especie de acto poético final, para que nos preguntemos, ya no sólo a dónde van las palomas cuando mueren, sino a dónde van los hombres buenos cuando los matan.
Duele la muerte de este hombre, pero duele también que en ese pequeño y hermoso país que es Guatemala, la violencia se haya entronizado y tengamos que saber de crímenes, narco tráfico, sicarios, como si alguien muy malvado quisiera alterar lugares que fueron conquistando la paz con mucho esfuerzo.
Cuna de grandes sabidurías ancestrales, Guatemala ha vivido épocas muy duras, como casi todos los países de América Central y cuando parecía que todo se rehacía en una dirección más positiva, este terrible crimen deja al descubierto una verdad dolorosa. Porque es probable que si el muerto hubiera sido el empresario (dicen que contra él iban dirigidos los disparos), la noticia no habría dado la vuelta al mundo y sería otro más de los crímenes que tan gravemente afectan distintos lugares del planeta.
Despierta la ira, la mano golpea la mesa diciendo “no es posible” o “hasta cuándo”, pero en verdad una honda pena nos recorre, pues sabemos que así como la violencia agitó nuestras rabias, podemos llegar a una respuesta que sea peor.
Violencia sólo engendra violencia si no estamos conscientes de nosotros mismos y nos dejamos llevar por la emoción más inmediata.
Mi rabia por la muerte de Cabral y por la violencia política me hace reflexionar y, gracias a dios, no actuar. Debo convertir la rabia en un acto de amor, en un llamado a la paz.
Decir, por ejemplo, que si bien hay que detener y castigar a los culpables, no deberá aplicarse a ellos la pena de muerte, para así dar la posibilidad de que su arrepentimiento y su aprendizaje se transformen en nuevos actos de amor.
La cadena de la violencia debe ser rota por la paz y así como un día proclamamos la “no violencia activa” como un instrumento de acción política contra las dictaduras, hoy proclamemos a la poesía y el amor como las “armas” que debemos usar para erradicar la violencia, el crimen, los desmanes de la vida social.
El propio Cabral nos invitó a ello, sabiendo que la tarea es larga: iremos de uno en uno, después de pueblo en pueblo, hasta rodear al mundo con la misma canción.
No es otro el camino.
De uno en uno, personalmente, abriendo puertas para el encuentro, para el perdón, para la justicia verdadera, para acciones de paz y de amor que nos hagan entendernos y buscar soluciones a tantos problemas del mundo.
Deberemos desarmar muros, denunciar la violencia y anunciar la concordia, buscar entendimientos donde parecen imposibles.
En un largo camino, sabiendo que si nos hacemos cargo de nuestro pedacito de mundo habremos de contribuir a que las cosas sean cada vez mejores.
Y no mueran antes de tiempo los que tienen tanto que dar: no mueran niños, ni hombres buenos, ni muchachos que trabajan o estudian, ni soldados que no saben por qué luchan.
Todos moriremos en algún instante, pero que ello sea fruto de un acto natural y no de la violencia.