Por muchos años, periódicamente nuestras alamedas se han visto repletas de profesores y estudiantes que protestan y exigen una mejor educación y sin lucro. Todos concordamos en que Chile requiere una educación de mejor calidad, no hay duda.
Pero, ¿qué hay de malo en una educación con lucro, si ella es de calidad? Yo no veo incompatibilidad, siempre que el lucro sea razonable y reinvertido en calidad, como felizmente existen algunos casos comprobables en Chile.
En mi trayectoria laboral, me ha correspondido desempeñarme en diversos establecimientos educacionales privados, algunos pertenecientes a congregaciones religiosas y otros, a personas naturales. He reconocido en ellos dos realidades muy diferentes.
Entiendo que la mayoría de los colegios de congregaciones religiosas no persiguen fines de lucro, pues consideran la educación como un servicio y un apostolado.
¡Muy discutible! , primero, porque estos establecimientos no son baratos; segundo, porque están liberados de importantes cargas tributarias; tercero, porque no tienen deudas hipotecarias y cuarto, porque pagan sueldos de “apostolado” a sus profesores, pudiendo pagar muchísimo más, si quisieran. La reinversión de sus ganancias no es muy notable en muchos casos, pues, por lo general, no dudan en solicitar un aporte económico extraordinario a los apoderados si pretenden introducir mejoras en infraestructura. O bien organizan una gran “cruzada”.
Felizmente conocí muy de cerca la labor desarrollada por una profesora de Educación Básica que allá por los años ’60 tuvo la idea de crear un colegio en memoria de su madre, para lo cual solamente contaba con la ayuda de su esposo, quien amorosamente puso a su disposición una casona que había heredado en calle Luis Thayer Ojeda para que “hiciera la prueba por un tiempo”.
Con su gran fuerza interior e inteligencias múltiples, esta profesora dio inicio al año académico contando con un solo alumno y hoy, 49 años después, su colegio está ubicado entre los “top ten” de Chile y ha proporcionado a la sociedad numerosos profesionales y empresarios, algunos destacados funcionarios públicos y privados.
Hoy continúa impartiendo educación de calidad a unos dos mil alumnos en nuevas y confortables dependencias construidas en la comuna de La Reina a punta de créditos hipotecarios que se van sirviendo mes a mes. Una auténtica empresaria de la educación
¿Qué hay de malo en ello? Como buena empresaria que es, supo escoger a cada uno de sus colaboradores y darles garrote y zanahoria según su rendimiento, como debe ser.
No solo garrote, ni solo zanahoria. Así es como ha formado un equipo de profesores de excelencia que imparten educación de ese nivel, labor por la cual reciben buena parte de la torta. Como debe ser: compartir los beneficios y los sacrificios. Son profesores que no sufren apremios económicos. Como puede y debe ser, pues no cursaron estudios universitarios para ser únicamente apóstoles.
Tienen familia y necesidades materiales que satisfacer.
Los apoderados de ese colegio pagan mensualidades que no son inferiores a las que cobran otros establecimientos particulares, y ven los frutos traducidos en buenos resultados para sus hijos y en mejores instalaciones, lo que no siempre ocurre en los demás colegios.
Los ingresos permiten también otorgar becas especiales y hasta alcanzan para realizar más de una labor social de importancia. ¿Qué hay de malo en la educación con lucro? ¡Nada!, siempre que el dueño, sostenedor, empresario de la educación (o como se le llame) sea una persona capaz, inteligente múltiple y se sienta realmente movida a entregar su aporte a la educación chilena, a servirla y no a servirse de ella.
En Chile necesitamos muchas personas de esta clase, pues en educación, mucho depende de la persona que dirige: del director/a. ¿Qué importa que lucre, si sabe invertir y compartir?
¡Bienvenidos sean los empresarios de este perfil!
Nuestras alamedas deberían llenarse con estudiantes y profesores que gritaran, convencidos:
“¡Educación con lucro, sí; lucro sin educación, no!