Un chantaje es una forma violenta de conseguir algo de un tercero, sinónimo de “extorsión”, esto es una “presión que, mediante amenazas, se ejerce sobre alguien para obligarle a obrar en determinado sentido.”
Eso es, finalmente, una huelga de hambre (1). Una amenaza inmoral. Una extorsión. Una conducta intolerable. Lo comento, por cierto, a raíz de la, afortunadamente, ya finalizada presión ejercida por los activistas de la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM).
Nada de distinta, en todo caso, a los casos de tantos condenados en cárceles que lo hacen, a diario, salvo por la repercusión mediática y los apoyos multinacionales.
Digamos las cosas como son: una huelga de hambre no pasa de ser una presión indebida.
Recubierta de argumentos más o menos nobles, adornada con consideraciones éticas, legitimada de fines plausibles, en el fondo es solo un acto de amenaza – o haces lo que digo o muero-, y si no se acepta la persona previsiblemente continuará hasta sucumbir. En cualquier escenario, la sociedad pierde ante una injusta amenaza. Lo mismo que los secuestradores o terroristas amenazan con asesinar a terceros en pos del cumplimiento de sus demandas.
Dicho actuar se funda en una profunda irresponsabilidad ética. Quien así actúa se usa a sí mismo como objeto –prescindiendo de su calidad de sujeto y la superioridad ontológica de su deber de proteger su propia vida- para conseguir un resultado.
En definitiva, renuncia al supuesto básico de la existencia de sus demás derechos, pues la vida y su defensa es por antonomasia dicho presupuesto previo.
Un fin lícito no puede justificar todos los medios para conseguirlo. Usar la vida, la propia o la ajena, como medio de presión para que otro haga algo es una conducta inaceptable desde un punto de vista ético, independiente de qué tan justa o legítima sea la causa que la motive.
Legitimar dicha presión es justificar, en forma maquiavélica, un medio inmoral por sus fines.
El huelguista se presenta a si mismo como un mártir (2), sin serlo. Siendo ambas acciones de coraje, se diferencian en que el inmolado no considera la muerte como el objetivo deseado y necesario de su actuar: no busca la muerte, le llega. Es muy distinto la heroica muerte de Prat en el Huáscar –quien no tenía otra alternativa en su actuar- o la de un mártir religioso –quien no considera la muerte como un bien deseable pero se ve expuesta a ella- que el actuar de quien deliberadamente y teniendo otros medios presiona a la sociedad con su actuar amenazando con el fin de su vida.
Los huelguistas se justifican en que su acto no atenta contra nadie sino contra si mismo. Eso es solo una falacia. El precio de su eventual muerte no lo paga solo el huelguista, autónomo para tomar la decisión de dejar de comer. Cuando un huelguista muere se produce un efecto legitimador respecto de su causa, lo sea o no. Suponiendo que sí lo fuere, extrema la situación a tal efecto que resulta imposible a la sociedad no acceder a sus demandas o no radicalizar la lucha para la obtención de lo que pretendía. Por lo mismo, es una presión indebida e intolerable.
Además, en un sistema democrático regido bajo las normas del estado de derecho y de la igualdad ante la ley, toda huelga de hambre se vuelve doblemente intolerable, pues implica una renuncia al principio básico del respeto a la primacía de la ley por sobre la autoridad temporal, incluida en ella el respeto a la vida ajena y también a la propia. Legitimarlas como medio de presión político puede ser nefasto, porque se trata de conceder racionalidad a la violencia, en este caso pasiva.
Extremando el ejemplo hasta el absurdo, no faltará el diputado, molesto con la votación de sus pares (3), que piense plegarse en una huelga de hambre para presionar a sus pares .
Total ya algunos congresistas nacionales nos han demostrado su capacidad de plegarse a estos movimientos… aunque sea a última hora, por poco tiempo, y parezca más dieta que huelga(4).
[1] La primera huelga de hambre se habría producido en el año 1166 Antes de Cristo, debido al retraso de un pago “distraída” por el Gobernador de Tebas Oeste.[2] Como señala Andrea Riccardi el mártir “no busca la muerte, pero no renuncia a la propia fe o a un comportamiento humano al precio de salvar la propia vida”. Al efecto, ver “Fe y martirio: Las Iglesias orientales católicas en la Europa del siglo XX”. [3] La idea no sería original, ya lo hicieron antes en México el diputado Téllez, en Francia, el año 2006, el parlamentario Jean Lassalle y antes, en el 2003, 14 diputados del MAS y 4 del también opositor Movimiento Indígena Pachacuti en Bolivia.[4] Se recuerda la huelga de hambre, breve, de Gutiérrez (PC), Aguiló (ex PS), Jiménez (PPD) y Monsalves (PS), el año pasado, apoyando la huelga de los dirigentes de la CAM. También la del diputado Moreira (UDI), aun más breve, el año 1999 por la detención en Londres de Augusto Pinochet.