Amanecía en la rada de Iquique el 21 de mayo de 1879 cuando el vigía alertó: “¡Humos al norte!”. Eran el Huáscar y la Independencia. Rápidamente los chilenos que cuidaban del bloqueo a ese puerto peruano coordinaron las acciones a seguir. En una de las primeras comunicaciones entre Prat y Condell se escuchó al primero preguntar: “¿Ha almorzado la gente?”.
Es posible que el lector se sienta sorprendido por la interrogante de Prat. Si eran apenas las siete de la mañana, ¿a quién se le ocurre almorzar tan temprano?
Lo que pasa es que los hombres, antes de entrar en combate, deben estar “con el estanque lleno” igual que los autos de carrera en el punto de largada. Y así fue como los marinos de la Esmeralda y la Covadonga –de acuerdo a crónicas de la época que suele citar Germán Becker, erudito en estos temas- se zamparon sendos platos de porotos con riendas esa mañana.
Como está escrito en las páginas doradas de nuestra Historia, esos marinos combatieron de modo ejemplar. Su heroica gesta quedó para siempre en el ADN nacional. Almorzaron y lucharon, hasta morir si era necesario.
Ha bajado mucha agua por el Mapocho desde esa fecha, y los hombres siguen almorzando en forma cotidiana, “a sus horas” eso sí. Como el lunes 13 de junio en La Moneda, cuando dirigentes políticos lo hicieron junto al presidente y su equipo, tras sacarse una linda foto.
No hubo porotos con riendas en el menú, sino entrada de locos y conejo estofado de fondo.
Ni que preguntar si alguien después de ese almuerzo luchó hasta dar la vida si fuera necesario. A lo más, hubo intercambio de ironías y pesadeces, como parece ser el estilo dialogante en los tiempos que corren. La única duda es quién empezó primero, si Andrade o la Von Baer, si Walker o Larraín Carlos.
Este “después de almuerzo” no quedará en el ADN de nadie, como aquel de Iquique en 1879.
Tal vez el error de los cocineros de La Moneda fue la elección del menú.