Que el Presidente de la República sostenga que “el país está bien, pero la política está mal” demuestra que su administración no ha acusado recibo de que la economía y la política hoy están desacopladas.
Si tradicionalmente el crecimiento económico tenía efectos positivos en la adhesión al gobierno de turno y, al contrario, una crisis económica auguraba una fuga de votos (baste revisar el caso del PSOE en España), la última encuesta Adimark da cuenta del fin de esta otrora relación directamente proporcional.
El 56% de rechazo a la gestión del gobierno y el magro 36% de aprobación, se intentó explicar desde el oficialismo por el aumento de la inflación y por un supuesto desfase en los efectos positivos del crecimiento. El alza en el precio de los alimentos podría ser un síntoma del divorcio entre el bullado equilibrio macroeconómico del que Chile hace años viene haciendo gala y la cotidianeidad de la economía doméstica, generando una brecha que se graficaba en la figura de “los dos Chiles” a fines de los noventa y que reflota por estos tiempos.
Un Chile es el de un crecimiento inédito en estos meses y el de las utilidades desmedidas de las empresas, y el otro el de los/as trabajadores/as que suelen ser los/as que pagan los costos de la crisis económicas, pero que no reciben los beneficios del ciclo de vacas gordas (la discusión actual por el salario mínimo es una prueba de ello).
La disciplina fiscal se ha endiosado en contra de las personas y cada vez queda más claro que el “chorreo” nunca llega si no es por la acción redistributiva del Estado, a través de políticas sociales y reformas tributarias.
Pero la interpretación pareciera quedarse corta si no es capaz de advertir que hay optimistas señales de que la economía está cediendo espacio a la política. Lo que Piñera denomina como “una gran brecha entre la temperatura del termómetro y la sensación térmica de la gente” es simplemente que la economía no basta; hoy es el tiempo de la política.
La derecha históricamente ha abogado por abordar los “problemas reales de la gente”, asumiendo que éstos decían relación con aspectos materiales de la vida cotidiana.
Pero hoy que son gobierno, enfrentan un cambio en las preocupaciones ciudadanas del que aún parecen no ser conscientes: si la economía siguiera estando por encima de la política como era anteriormente, con el crecimiento que el país está experimentando, las encuestas favorecerían al gobierno. Pero no es así. En ese sentido, los bonos o subsidios a la demanda como si los ciudadanos fueran meros consumidores, no van por el camino adecuado.
La novedad pareciera estar en que “los problemas reales de la gente” y por los cuales hoy está dispuesta a movilizarse, devinieron en inquietud por el medio ambiente o por valores como la equidad en la educación.
Hasta hace un tiempo parecía imposible que parlamentarios de derecha estuvieran dispuestos a debatir sobre la necesidad de cambiar el sistema binominal, a reformar la Ley Antiterrorista o legislar sobre uniones de hecho.
Como nunca, hoy se abre una ventana de oportunidad para impulsar reformas políticas que durmieron por años en el Congreso, porque llegó el tiempo de la política. Un sistema de representación proporcional, primarias para elegir candidatos, plebiscitos están en el menú de estos nuevos tiempos, que habría que aprovechar antes de que vuelva la economía.
Diagnosticado el profundo malestar con un modelo económico inequitativo y desigual y con un sistema político incapaz de canalizar las inquietudes ciudadanas, habría que agregar que las altas expectativas catapultadas por el gobierno son las mismas que ahora lo sepultan.
Hay indignación contra las promesas incumplidas y con la llamada “letra chica” de proyectos que tienen buenos titulares, pero que en su articulado buscar restringir derechos o pasar gato por liebre.
La nueva gestión prometía una nueva forma de gobernar, la excelencia se presentaba como el modelo a seguir, la apuesta fue por la tecnocracia y se despreció a los partidos políticos.
Pero el tiempo y casos como el de la ex intendenta Van Rysselbergue, Kodama o las cada vez más evidentes dos almas de la Alianza fueron desinflando la esperanza inicial de un grupo importante de chilenos que, seguramente, votó por primera vez por la derecha como castigo a la Concertación.
Chile no es derecha, por eso no le perdona a un gobierno de ese sector que no esté siendo capaz de manejar las expectativas que él mismo elevó por los cielos. El afán refundacional que este gobierno evidenció especialmente en sus inicios, fue altamente soberbio al no reconocer que no se estaba construyendo desde cero ni considerar los procedimientos y tiempos propios de la administración del Estado.
Cabe aquí el “otra cosa es con guitarra”.
También aporta al rechazo ciudadano un Presidente que hoy se queja de que se está relajando el respeto a las autoridades, a las instituciones y procedimientos, pero que su particular estilo -más propio del mundo privado que del público- justamente ayudó a no respetar.
¿Crisis de la política o crisis política? Ambas. La política está de vuelta para recordarle a Piñera que perdió su apuesta por la tecnocracia y que alimentó el descrédito a la clase política, excluyendo a los sectores que le permitieron el triunfo electoral y que hoy están por exigir y no por pedir.
La rebelión de la bancada más poderosa del Parlamento, la UDI, y la vuelta de los “coroneles” a su directiva es una expresión de la falta de conducción política de la que ha adolecido este gobierno. La frustración de Piñera es no haber sido de la Concertación y tener socios tan conservadores como UDI. Hoy se ve obligado a administrar empates entre las dos almas de la derecha.
El país no puede estar bien, si “la política está mal”. En entender que la economía está cediendo paso a la política, puede estar la oportunidad.