Las democracias realmente existentes en el mundo están comenzando a incubar una crisis de representación severa. Crecientes sectores no encuentran espacios en los canales políticos institucionales específicos que se les ofrecen y, ante problemas que los afectan, comienzan a manifestarse fuera de todo lo previsto.
En España acaba de verse con el caso de los autodenominados “indignaos”, pero también los tenemos aquí en nuestro suelo desde hace bastante tiempo.
¿Cómo podría enfrentarse este asunto?
El punto de partida está en aclarar qué entendemos por democracia. Si tuviésemos una idea estática, rígida, al respecto, estaríamos en un callejón sin salida, porque es evidente que el sistema democrático actual padece de severas deficiencias. Pero si partiéramos de la base de que la democracia es una idea-fuerza dinámica, en permanente desarrollo y perfeccionamiento, en este caso podríamos responder bastante bien la interrogante planteada.
En 1969, a raíz de la crisis que tuvo el gobierno de Frei Montalva con los militares, hablaron los obispos chilenos y dijeron entender la democracia como “la participación amplia del pueblo en las tareas y los bienes de la nación”. Siempre me ha parecido excelente y un acierto esta definición, porque da cuenta de los elementos principales de una democracia, partiendo por el corazón de la misma, como es el aspecto de la participación.
Ella debe ser amplia, aspecto que hay que cuidar y desarrollar con mirada visionaria y flexibilidad práctica.
Dos grandes capítulos tiene la participación. Ella se realiza en “las tareas” y en “los bienes” de la nación.
¡Primero las tareas! El sistema político entero constituye una “tarea”, o sea, un esfuerzo de todos los ciudadanos para mantenerlo vital y en constante perfeccionamiento.
Aquí están los mecanismos de representación, como son las elecciones de autoridades en diversos niveles, tarea elemental que no hay que debilitar, si no fortalecer. Por eso creo que hay que ir a la inscripción automática y el voto debe seguir siendo obligatorio. Si alguien quiere salirse de este marco podrá hacerlo, pero haciendo individualmente el trámite de anulamiento de su inscripción. ¡Es lo mínimo que se les puede pedir a los ciudadanos!
Y a continuación los bienes, se entiende que materiales, culturales y espirituales a la vez.
Esto conlleva a que el Estado tenga la responsabilidad, de bien común, de garantizar la participación amplia del pueblo en los bienes de la nación. La democracia no es neutra en economía, lo que implica que el actual modelo deberá tarde o temprano (ojalá cuanto antes) ser reemplazado por otro que debiera ser de desarrollo integral para un modelo solidario de sociedad.
Lo dicho, espero, que sea motivador, pese a su ineludible brevedad de este texto. Hay una magna tarea por delante, pendiente y cada vez más urgente.
Actualmente caminamos sobre el filo de una navaja. No cuesta nada caerse y tener que volver a comenzar.
Si la juventud actual tomara en su manos esta responsabilidad, lo que puede darle pleno sentido a su tránsito por este mundo, podríamos tranquilizarnos un poco.
¡Sólo un poco, porque en verdad estamos ante un reto a todos los ciudadanos, más allá de la edad que registren sus cédulas de identidad!
¡Nadie puede eludirlo! O la historia nos pasará la cuenta a todos…