En los últimos años la política chilena se ha caracterizado por depender de una manera casi obsesiva de las encuestas, sus alzas y bajas respecto a los partidos, los gobiernos y los propios personeros.
Pareciera que nada vale si no se refleja en las cifras de cada encuesta, sean de buena, mala o regular claridad.
La última que acabamos de ver revela una importante baja en la apreciación del Presidente Piñera y su gobierno. Muestra esta encuesta también que la Concertación no recupera terreno, ni recoge un traspaso inmediato de los votos perdidos por el Gobierno y su coalición hacia los partidos de la Concertación.
Tampoco muestra un progreso electoral de los partidos de oposición que no están en la Concertación: el Partido MAS, el Partido PRI y el sector socialista que apoyó al candidato a Presidente Jorge Arrate. Tampoco podemos tener una visión clara del verdadero poder electoral del Partido Progresista, ya que recién está inscrito y cuya posición política real no logramos conocer, dada su relación con el Gobierno y su maximalismo antipartido.
¿Qué significa esto en la observación global de la sociedad chilena?
Significa en primer lugar que hay a lo menos un 35 a 40% de chilenos que no optan por ninguna opción ideológica o simplemente partidaria.
Significa que un porcentaje similar no manifiesta tampoco una afección por alguna acción o visión ideológica ni por alguna opción presidencial ni municipal.
Significa también que son 4 millones de chilenos que no tienen una opinión de cómo asume el desarrollo y crecimiento del país y que están fundamentalmente reaccionando a hechos contingentes de corporativas o personales, abriendo el interrogante ¿Hacia dónde va Chile?
Creo que es una lamentable expresión del desapego por la suerte del país expresado en la tremenda irascibilidad que no se veía desde hace 40 años.