Un fallo de la Corte Suprema condenó a una mujer de Antofagasta a restituir a una clienta la suma de 35 millones de pesos que le había cobrado por hacer una limpieza de una casa.
La clienta tenía problemas que la hechicera – o presuntamente experta en magia – había prometido solucionar. Pero los problemas no se solucionaron.
En el fallo, digno de un análisis más profundo, los ministros de la Corte Suprema distinguen entre la astrología, mencionada también por la presunta maga en su defensa, y la hechicería propiamente tal, ubicando a esta última en el ámbito de lo que conocemos por “magia negra”.
Yerran los ministros al hablar de ambas como “pseudo ciencias”, pues la astrología no pretende ser una ciencia (aunque para algunos sea la madre de todas las ciencias) sino una disciplina intelectual y espiritual. El argumento dado por los ministros es que la astrología se refiere a un destino que los seres humanos no pueden cambiar y en cambio la hechicería alude a los cambios que las personas ejercen según sus energías o las energías buenas o malas que terceros movilizan.
La astrología trabaja con un mapa del cielo que se produce al momento de nacer la persona y no fija el destino del ser humano, sino que señala coordenadas en virtud de las cuales el sujeto en cuestión puede transitar si es que está dispuesto a cumplir la tarea para la cual nació.
Los seres humanos somos libres de tomar el camino que nos corresponde u otro diferente, asumiendo el riesgo de dejar la tarea pendiente. El manejo de las energías es una cuestión sutil y delicada, cierta sin duda, pero que no todos los que dicen trabajarlas bien lo consiguen. Las energías existen, todo es energía llegarán a decir algunos científicos y algunos expertos en holística. Eso quiere decir que las cosas no son solo las que se ven con los ojos del cuerpo, sino también hay energías en movimiento que se van transformando y que tienen cargas positivas o negativas.
Cuando esas cargas negativas se anidan en una persona o en el lugar en que vive, es posible removerlas mediante numerosos sistemas. El primero es la oración. El segundo es la oración acompañada o guiada por una persona preparada o por algún sacerdote de la religión a la que adquiera el afectado. Nada de eso vale dinero, salvo que el especialista sólo dedique a eso su esfuerzo laboral. Una donación al sacerdote o al experto o a menesterosos en nombre del que ayudó, puede ser suficiente. Si alguien cobra millones, piense de inmediato que es una farsa, pues nadie tiene derecho a cobrar, al menos sumas enormes, por facultades que le han sido conferidas gratuitamente y que están destinadas a hacer el bien. Si mi casa tiene malas energías o al menos eso creo y yo dispongo de 35 millones, mejor vendo la casa y me compro otra.
El tramposo requiere de un incauto para lograr su propósito. De verdad me cuesta entender que personas de inteligencia normal puedan ser víctimas de estos aprovechadores, que, de paso, distorsionan el real trabajo de quienes dedican sus esfuerzos a ayudar a quienes son víctimas de situaciones difíciles, ya sea por acciones propias o por lo que terceros hacen en su contra.
Quienes yo conozco cobran sumas equivalentes a una consulta profesional por hacer limpiezas energéticas y, por cierto, tampoco pueden asegurar resultados exactos, porque ellos sólo prestan un servicio pero no son dueños de la verdad ni de los poderes que ejercen transitoriamente.
Bien la condena, pero mal por el que cobra y por el que paga, porque ambos se han basado en el error. Peor aún es cuando se recurre a la magia negra para hacer daño a terceros y de esto hay mucho aviso en la prensa.