Casi de inmediato, el discurso presidencial del 21 de mayo empezó a generar efectos más por sus silencios que por sus afirmaciones. Lo que se había conseguido, en el fondo, era una postergación del debate valórico al interior de la derecha, pero no su desaparición.
Lo que se posterga en política, se debe a que una decisión aun genera más disensos que consensos al interior de la mayoría gobernante. Y lo que importa saber, para los actores involucrados es, precisamente, cuales son las ideas motrices que gobiernan las acciones de la administración que encabeza Piñera.
Es posible que una de las cosas que provoca más desaliento en el oficialismo sea el vislumbrar que lo que ordena las acciones no es un propósito, sino un conjunto de oportunidades aprovechadas con mejor o peor fortuna.
En el fondo, la indecisión como marca de gobierno es peor que un curso de acción mal definido, tanto en sus ventajas como en sus contraindicaciones. En el primer caso ni siquiera los partidarios saben a qué atenerse.
Y ya que el Presidente no parece resolver a tiempo asuntos esenciales, entonces los partidos están presionando, cada vez con menos disimulo, para que sus puntos de vista sean tomados en cuenta y terminen por zanjar asuntos tales como la unión entre personas del mismo sexo.
Pero, ¿por qué estos aspectos están centrando tanto la atención del oficialismo? Hay por cierto un tema de tiempos y oportunidades que siempre es preciso considerar; sin embargo, da la impresión de que al gobierno le llegan los temas, en vez de controlar la agenda de lo que se discute. Se está hablando sobre lo que deciden los voceros partidarios y no sobre los aspectos medulares del propio programa.
Lo que de verdad devela esta discusión es que no hay algo así como un proyecto trascendente de gobierno que se proyecte más allá de la inmediatez a las que nos tiene acostumbrado Piñera. Las siete modernizaciones es una esquematización que ordena la mayor parte de las acciones de gobierno (tanto es así que a las demás se las agrupa en un indecoroso “otros”, con aspecto de cajón de sastre). Pero cuando todo es prioritario, nada lo es en definitiva.
Es la falta de norte lo que hace que los debates de coyuntura, incluso en las propias filas, se vivan con particular intensidad. Los UDI no están muy claros de lo que es, en concreto, este gobierno. Sin embargo, de aquello sobre lo que sí están seguros es que son UDI, y eso suele estar asociado a la defensa conservadora de valores. Como no tienen otra guía a la cual recurrir, se centran en lo propio y de allí la energía que se gasta en estos asuntos.
En cambio de lo que no se habla es de la defensa de esta administración. Resulta evidente que en la Alianza han perdido seguridad, junto con el sentido de misión compartida que mostró cuando aspiraba al poder, pero que no han sabido validar en su ejercicio.
A la derecha le une más el oponerse a la Concertación, que defender a ultranza a Piñera. Ataca más que defiende. Más todavía cuando percibe que la centroizquierda se reordenó y ganó en presencia y llegada pública en el debate del posnatal.
En este último caso, el oficialismo sabe que perdió, aunque sus principales exponentes consideran que la actitud “irresponsable” de la oposición, tampoco la deja como ganadora. En lo que todos concuerdan en la derecha es en que el predominio en los medios de comunicación no les sirvió de nada. Al fin y al cabo hay que tener algo defendible que defender para poder ganar. Y, en este caso, los argumentos no fueron sobreabundantes.
Es muy ilustrativo recordar ahora dos afirmaciones hechas por el senador Víctor Pérez, secretario general de la UDI, antes del 21 de mayo. La primera de estas afirmaciones se refería a las expectativas que se tenían de esta intervención: “Espero que implique un punto de inflexión, en que el gobierno verdaderamente asuma que el trabajo en unidad, coordinado con los partidos y con sus dirigentes políticos”. Por si alguien tenía alguna duda, remataba el dirigente gremialista: “Lo más relevante sería que el Presidente establezca un discurso o un relato -como dice Longueira-, para integrar, motivar a la Coalición”.
Su segunda afirmación es igualmente significativa y se refiere a la evaluación del primer año de gobierno, pese a los logros que –por supuesto- destaca el senador UDI: “No hemos mirado el país en su conjunto y con un criterio más bien político. Creo que hay un estilo de gobernar que, a mi juicio, no ha rendido sus frutos y necesariamente hay que modificarlo”. Pérez sacaba una conclusión reveladora del estado de ánimo en la derecha: “Tenemos que tener un cambio radical en la manera en que se están haciendo las cosas en el gobierno. Porque de seguir así, vamos a ser sólo un paréntesis”.
En dos palabras, lo que su base de apoyo le pedía a Piñera era provocar un remezón anímico, darle sentido al conjunto de acciones dispersas y hacer un giro al trabajo en equipo, al menos con su propio sector.
Ya sabemos que es lo que aconteció: nada. En términos de lo que está en juego, hubo una expectativa que no quedó satisfecha. Piñera quedó al debe. No lo dirán en la derecha, pero se perdió la mejor oportunidad para enmendar. La sensación de estar convirtiéndose se acentuará, el saber que se es una minoría social, empezará a pesar. No hay un claro propósito común, por eso en la derecha cada cual empieza a buscar su propio destino.