Decía en mi columna de la semana pasada que “las discusiones de hoy, por primera vez, están plagadas de emocionalidad, lo que hace ciertamente difícil resolver los conflictos y tomar decisiones. Las ideas sirven para canalizar las propuestas y las emociones para encender la lucha. Por ello, las emociones sin las ideas no pueden servir de base a formulaciones políticas. Y las ideas sin emociones dejan fuera al ser humano integral y sus decisiones terminarán siendo siempre resistidas. En este cambio de era hay que sentarse a la mesa con ambas realidades y tratar de permeabilizar una y otra hasta lograr por lo menos una disposición a llegar a entendimientos y acuerdos.”
Esta emocionalidad es la que ha permitido que vuelvan a la calle manifestaciones de protesta como las más importantes de la época de la dictadura. Y no es que ahora haya dictadura, aunque muchos de los que fueron su sustento – personas y grupos sociales y económicos – son los que dan respaldo al actual gobierno y lo integran. Lo que sucede es que después de 20 años de ejercicio de una democracia restringida y vigilada, centrada en minorías que chantajean a las mayorías gracias a un sistema electoral injusto y en pequeñas cúpulas autorreelegidas, se está produciendo un agotamiento en amplios sectores de la población. Todo cabe en la misma protesta: son las demandas de una sociedad que comienza a movilizarse sola frente a la autarquía y el aislamiento de la autodenominada clase política.
Claramente no hay liderazgos precisos, porque son muchas las propuestas distintas que avanzan por un mismo cauce, sin satisfacciones importantes, sin respuesta a los problemas acuciantes, sin un destino claro al que podríamos estar avanzando como sociedad. La falta de liderazgo deja un vacío que es llenado por agitadores del desorden y violentistas, delincuentes y desesperanzados, que no ven sino en la piedra la solución para expresar sus frustraciones, su irritación, su ira concentrada.
Como nunca es necesario que fuerzas organizadas – podrían ser los partidos políticos si acaso creyeran en sí mismos y en la democracia – orienten y canalicen la demanda social, mediante mecanismos organizados de participación, aunque sean “extra sistema”, ya que mientras no existan decisiones en orden a fortalecer efectivamente la democracia con la ampliación del sufragio y otros mecanismos institucionales de participación política, habrá que crear espacios e instrumentos que den al pueblo sentido en su actuar.
Hoy las emociones han vuelto a salir a la calle. Con el lema de la alegría se derrotó a Pinochet, aun al precio de consolidar su sistema institucional y económico. Pero ahí quedó todo. Hoy es la ira la que ocupa el espacio. Lo que necesitamos son respuestas que despierten la esperanza y el deseo de felicidad en la ida concreta, pero con ideas que nos encaminen hacia una sociedad justa y participativa.
No están las ideas, porque no hay voluntad de tocar un sistema que asegura a los que detentan el poder la continuidad. Los centros de estudio están interesados en discutir sobre la administración de una forma de vida que les acomoda a las minorías gobernantes, en lugar de buscar la sustitución del régimen mediante proposiciones de cambio.
Es la hora del cambio, de la mirada distinta, de la propuesta audaz, de la rebeldía encauzada hacia la construcción de un nuevo orden de cosas.
Es la hora del despertar aunque con ello se desaten fuerzas que no controlaremos plenamente, pero que permitirán avanzar hacia una sociedad guiada por otros preceptos.