El ministro del Interior decidió entrar a la guerrilla política, justo antes del mensaje presidencial del 21 de mayo.
Luego de una opinión política del ex presidente Ricardo Lagos, atacó a la persona antes que al argumento, todo por ser criticado por su actuación al pronunciarse sobre HidroAysén antes de la votación que involucraba a funcionarios de gobierno.
Con ello agravó una falta sumando otra, y queda demostrado que cometió un error grave (como han dicho un amplio número de dirigentes políticos y líderes sociales), que no ha encontrado la forma de responder adecuadamente sobre su falta, y que busca escalar un conflicto, haciendo uso de un inusitado tono beligerante, antes que aclarar o disculparse por el yerro original.
La reacción de Hinzpeter es solo un nuevo episodio de una falla política decisiva en la gestión central de gobierno: los que tienen que velar por la mantención de los objetivos del Ejecutivo por sobre los avatares de la contingencia, son los mismos que desvían al oficialismo de sus prioridades.
El resultado es evidente: allí donde había un problema, se termina teniendo dos. El que tiene la obligación de despejar las dificultades acaba por atraerlas. Por eso Hinzpeter no cumple con su papel y repite, a menor escala, los mismos defectos de su jefe directo.
Hasta este momento había sido el Presidente Piñera el gran productor de errores no forzados, que le han traído al oficialismo enfrentar contratiempos fuera de programa, justo cuando podía haber capitalizado apoyo, con solo dedicarse a gestionar como es debido.
Es un misterio el por qué esta administración sabe perfectamente lo que tiene que hacer para que le vaya bien, y, simplemente, no puede hacerlo.
En descargo de los asesores presidenciales, hay que decir que ellos han recomendado (y conseguido a medias), hacer que las vocerías del Ejecutivo se especialicen para que puedan cumplir con su objetivo: el presidente debiera dedicarse en exclusiva a los grandes anuncios, los ministros debieran hacer una defensa con altura de miras de los proyectos en discusión y el debate de trinchera ha de quedar radicado en el parlamento y los partidos.
De hecho, durante dos o tres semanas, esta pauta, bastante sensata por lo demás, fue seguida por cada uno de los involucrados. Eso produjo un ordenamiento de los mensajes de gobierno y daba la sensación de orden y concierto en las filas de la derecha.
Hasta que la naturaleza de los ya conocidos personajes volvió a recaer en las viejas prácticas, empezando, desde luego por Piñera, y seguido, como de costumbre, por Hinzpeter.
Así como habla, así se comporta Hinzpeter, tal como los manifestantes de estos días han podido experimentarlo con contundencia.
Da la impresión que el grado de agresividad que despiertan los manifestantes no se relaciona con su actitud, sino con la cantidad de recursos que el sector privado invierte en una iniciativa.
Ya son muchos los casos en que los que protestan en la calle se ven sorprendidos por el uso desproporcionado de la fuerza pública para hacer frente a masivos actos pacíficos. Más que contenerlos parece querer provocarlos.
Pero no es eso lo que más sorprende. Lo inédito es la recurrente necesidad de anticipar el apoyo de la autoridad en cuestiones en proceso de resolución.
La institucionalidad importa menos que dejar constancia de que se está “en la línea correcta”, contra viento y marea y pese a quien le pese. Es como si se quisiera mostrar buena conducta ante los poderosos.
Por eso no hay que caer en ingenuidades. El ministro del Interior ha sido felicitado por su decisión de suspender el uso de bombas lacrimógenas en las manifestaciones públicas. No comparto los parabienes. No hay razón para congratularlo por una suspensión táctica de una práctica represiva que ya está constituida en el sello de un gobierno y de un jefe de gabinete.
Hasta el mayor represor sabe que no se puede llegar a un 21 de mayo en medio de batallas campales callejeras. No se ve bien a un presidente que nos habla de maravillas prometidas y no concretadas, mientras su amado pueblo es vapuleado a pocos centenares de metros de la tarima.
De la sinceridad de Hinzpeter hablemos el lunes. Mientras, ya se puede pronosticar que esta cuenta a la nación será la que se entregue en el ambiente más convulsionado desde la vuelta a la democracia.
Eso sucede cuando la nueva forma de gobernar se trasmuta en la vieja forma de apalear.