El mundo de hoy vive un proceso de transformaciones nunca visto en la historia, por su profundidad, amplitud, velocidad y extensión.
Desde el fin de la segunda guerra mundial, pasando por la creación de Naciones Unidas, la declaración de los derechos humanos, la creación del Estado de Israel, las crisis democráticas de América Latina, la independencia de los países de Asia y África, hasta llegar a la gran crisis del socialismo real y su desmoronamiento, el siglo XX fue testigo de una transformación radical de la sociedad internacional y del modo de vida de los seres humanos.
La incorporación de China – en lugar de Taiwán – en las Naciones Unidas y la recomposición del mapa de Europa, el desarrollo del petróleo y la revolución tecnológica, dieron paso a nuevas miradas y enfoques sobre los procesos sociales y políticos que nos han llevado a caracterizar estos primeros años del siglo XXI tanto como una era de cambios como un cambio de era.
Las relaciones humanas han cambiado, porque han cambiado las comunicaciones, los conceptos, las informaciones y lo que antes no se sabía hoy se conoce y los secretos se han estrellado contra la ansiedad de transparencia.
El aire ha suplantado al agua como medio de desplazamiento y ello ha traído consecuencias insospechadas para todos. El mundo del siglo XXI es radicalmente distinto del de los veinte siglos anteriores, porque nunca ha sido tan evidente la riqueza y tan evidente la pobreza, porque nunca como ahora hay tanta acumulación de poderes económicos y políticos en pocas manos y hay tanta marginación y miseria esparcida por el mundo.
Lo que antes fue la guerra fría o la polaridad enfrentada a los no alineados, hoy se ha convertido en un mundo con tendencia uniforme, donde el capitalismo campea con su ética y su estilo, transformando a los que fueron ciudadanos en consumidores y a las democracias en mercados. La exacerbación del hedonismo y el consumo alejan a los seres humanos de sus preocupaciones solidarias y de la orientación hacia sociedades con aspiraciones de justicia y respeto.
Este es un tiempo de contradicción y controversia, en el que unos se sienten dueños de la verdad y de la conducción de la sociedad, mientras grupos todavía minoritarios construyen espacios de esperanza y a veces de lucha contra los órdenes totalitarios y totalizadores, los sentidos unívocos y las respuestas únicas a los problemas.
Aunque se ha intentado hacer desaparecer las ideologías remitiendo las soluciones de los problemas a medidas concretas dentro de ámbitos técnicos, lo real es que las doctrinas y las ideologías seguirán siendo un marco de referencia, en la medida que sitúe correctamente su enfoque a la solución de los problemas. Porque la vida de los seres humanos no se reduce a cuestiones técnicas, sino que ellas deben supeditarse a los valores principales, a los grandes principios, a los programas globales de organización de la sociedad.
Las discusiones de hoy, por primera vez, están plagadas de emocionalidad, lo que hace ciertamente difícil resolver los conflictos y tomar decisiones.
Las ideas sirven para canalizar las propuestas y las emociones para encender la lucha. Por ello, las emociones sin las ideas no pueden servir de base a formulaciones políticas. Y las ideas sin emociones dejan fuera al ser humano integral y sus decisiones terminarán siendo siempre resistidas.
En este cambio de era hay que sentarse a la mesa con ambas realidades y tratar de permeabilizar una y otra hasta lograr por lo menos una disposición para llegar a entendimientos y acuerdos. Así se sembrará la paz.