La gira que el presidente Barack Obama acaba de realizar por tres países de América Latina –Brasil, Chile y El Salvador– debe animarnos a seguir examinando el estado de las relaciones económicas entre Estados Unidos y la región.
Un debate a profundidad y un diálogo estratégico en el futuro inmediato nos permitirá avanzar hacia nuevas iniciativas hemisféricas en el campo del comercio, la inversión y el desarrollo, con beneficios compartidos. Porque Estados Unidos, principal inversionista en la región, puede ser un activo socio de América Latina y el Caribe en el esfuerzo continental por lograr un desarrollo con igualdad.
El mismo día en que el presidente Obama le habló a la región desde Chile, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) lanzó un informe que busca contribuir a dicho debate.
En la CEPAL creemos que hoy están dadas las condiciones para aprovechar nuevas oportunidades de cooperación comercial entre el país norteamericano y la región, ya que ambos enfrentan desafíos similares en el marco de la globalizada e interdependiente economía actual, más allá de las obvias diferencias de escala y puntos de partida.
Estados Unidos continúa siendo el principal socio comercial individual de América Latina y el Caribe, y las exportaciones de la región a ese país son más diversificadas que las destinadas a la Unión Europea y Asia. La nación norteamericana también sigue siendo el mayor inversionista individual en la región, representando 34,7% de los flujos acumulados de la inversión extranjera directa recibida entre 1999 y 2009.
No obstante lo anterior, la participación de Estados Unidos en el comercio exterior regional se ha reducido en la última década conforme aumenta el peso de China y otras economías emergentes. En materia de exportaciones, su participación descendió desde 59,7% en 2000 a 40,1% en 2009, y en importaciones desde 49,3% a 31,2% en el mismo período.
En todo el mundo hay un renovado interés en fortalecer los vínculos comerciales con América Latina y el Caribe. Sin embargo, en los últimos años Estados Unidos ha evidenciado carecer de una visión estratégica hacia la región en esta área, cuestión que esperamos se remonte bajo los principios de la “asociación entre iguales” y el desarrollo de acuerdo a la realidad de cada país propuestos por el presidente Obama en Chile.
Por lo pronto hay obstáculos que no hemos logrado superar: los tratados de libre comercio (TLC) sucritos con Colombia y Panamá, en 2006 y 2007 respectivamente, aún no son presentados al Congreso estadounidense para su aprobación. De igual forma, los programas de preferencias arancelarias que benefician a los países andinos y a otros de la región se encuentran interrumpidos.
Creemos que es hora de trabajar mancomunadamente para la conclusión de la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2011 y que es momento de abrir un diálogo entre Estados Unidos y los países de la región que participan en el Grupo de los Veinte. También conviene establecer un programa integrado de cooperación económica.
La región debe consolidar su recuperación económica y mantener una senda de crecimiento sostenido, lo cual implica mayor industrialización, superar los rezagos en tecnología e innovación, y ser protagonista de un comercio intrarregional e internacional vibrante.
Solo si creamos por esta vía más y mejores empleos –productivos y con derechos–, podremos erradicar la pobreza y construir un futuro con igualdad para todos y todas. Estados Unidos, insisto, puede ser un activo socio de América Latina y el Caribe en este esfuerzo.