- Comunistas tales por cuales, ¿por qué atacan tanto a mi general…?
- No se altere, señora, le va a hacer mal, escuche la Agricultura mejor.
- Es que también quiero saber lo que pasa…
Este diálogo telefónico con una airada auditora del Diario de Cooperativa, una madrugada de 1978, refleja bien el rol que jugó ese programa y esa radio en los albores de la dictadura. Un reciente cambio de casa es motivo suficiente para recordar aquello y otros aspectos de un trabajo señero de un puñado de periodistas, locutores, controladores y ejecutivos.
La tarea comenzaba con un solitario taxi que se desplazaba de un extremo a otro de la ciudad de Santiago, a contar de las cuatro de la mañana, recogiendo al control (el entrañable “hombre de las perillas”) a los dos locutores y al conductor del programa para llevarlos hasta los estudios de un séptimo piso en calle Bandera bastante antes de las seis y media, hora de comienzo de las transmisiones, lapso en que debían abrir la radio, encender los equipos e iniciar los treinta minutos de música ecléctica que antecedía a los acordes del Diario.
En ese lapso, los locutores revisaban sus libretos redactados en sonoras máquinas de escribir Underwood sobre papel amarillo, tamaño oficio, que solía presentar resistencia a los gastados calcos que se insertaban en número de cuatro para generar las cinco copias de cada hoja: una para el conductor -el impecable original- dos para locutores, la cuarta para el control y la improbable quinta para un menos probable archivo.
El conductor revisaba los diarios y marcaba con lápiz azul las informaciones a destacar durante la “revisión de prensa” que salía al aire poco antes de las ocho de la mañana, después de las notas libreteadas y antes de la conversación en vivo con los comentaristas de cine, Mariano Silva, lunes y viernes, o libros, José Luis Rosasco, los martes.
Todo ello ocurría bajo la suprema orientación de Delia Vergara, quien armaba este programa la tarde anterior en base a las informaciones que traían sus reporteras y reporteros de las áreas sensibles: nacional, Manola Robles; relaciones exteriores, Carmen Castro; trabajo, Marianela Ventura; economía, Patricia Politzer, más Patricio Vargas, Armando Castro y Guillermo Muñoz.
Lo de Delia no tomaba más de diez minutos al aire, pero apuntaba a lo esencial del día informativo. El resto de la hora y media incorporaba deportes, internacionales, comentarios -Alejandro Magnet, Raúl Hasbún- policiales, poco, y cultura de la mano de las conversaciones del conductor con los señalados comentaristas más algunas entrevistas a gente de teatro, los jueves.
Más entusiasmo que remuneraciones importantes motivaban a todo el equipo. Los salarios eran leves, normalmente acompañados de promesas -”ya va a llegar la plata”- y una dosis de humor. Llegará el día de san Blando, se rumoreaba. “En la mañana o en la tarde” preguntó una acuciosa reportera. Lo cierto es que de reajustes nada y parte de los sueldos comenzó a pagarse en canjes. Tostadoras, radios a pila, jugueras y otros electro domésticos comenzaron a poblar primero las casas de los trabajadores de la radio y luego de sus relaciones más cercanas, víctimas de originales regalos de Navidad.
Decidí matar dos pájaros de un tiro y regalar una radio de velador a mi querida Nana, quién se jactaba de escuchar cotidianamente el Diario. Le advertí que existían encuestas en que preguntaban sobre qué emisora escuchaba para que estuviera atenta y colaborara así a la baja sintonía que nos entregaban esas mediciones. Me llamó un día muy excitada: vinieron de la encuesta, me dijo. Qué bien y qué radio dijo que escuchaba. “La Portales” y ¿POR QUÉ? Es que pensé que me iban a hacer un regalo.
Efectivamente, algunas radios imitaban las visitas de los encuestadores y hacían generosos presentes a quienes respondían que escuchaban sus emisiones. De este modo, tampoco era posible demostrar, en especial a los publicistas, que Cooperativa tenía una buena audiencia. Otros estudios demostraron que el temor jugaba también su papel en que la gente no se atreviera a confesar que escuchaba Cooperativa.
Sin el estímulo de los avisos era más difícil aún pensar en mejorar remuneraciones ni la situación general de la empresa que perdía filiales en la misma medida en que se cumplían plazos de concesiones que el gobierno no renovaba. Así, la antes cadena de cobertura nacional se redujo a Santiago y Valparaíso.
Y los amplios estudios, archivos de miles de vinilos y cintas magnéticas más un considerable auditorio de calle Bandera se redujeron a una casa en Providencia: Antonio Bellet 223.
Los intrincados pasajes del centro, los cercanos cafés tan apropiados para la cita con el entrevistado, los abogados abiertos a entregar el dato judicial preciso para develar los misterios que el gobierno quería ocultar fueron reemplazados por sustanciosos desayunos en las cocinerías del mercado de Providencia.
Muchas pailas de huevos fritos acompañaron largas disquisiciones literarias con Rosasco que se trasladaban desde los micrófonos hasta los manteles de hule, sin transición. Más de una vez debimos confesarnos que tan madrugadores desayunos nos sorprendían con precarias ropas sobre el pijama.
No obstante, esa casa fue testigo de los mejores momentos -de los buenos y los otros- del Diario. Allí se verificaba con el I Ching si la directora Delia Vergara debía o no asistir a la citación del ministro del Interior, Sergio Fernández, motivada por algunas de las frases emitidas en programas recientes como por ejemplo aquella de un comentario de Politzer tan simple como “los muertos se entierran en el cementerio”, a poco de que se descubrieran restos de detenidos desaparecidos en insólitos lugares.
Allí se consolidó la carrera de un joven profesor de voz característica que amenazaba con destacar más allá de las aulas: Sergio Campos y se hicieron conocidos los tambores con que se acompañaba la frase de alerta durante la dictadura: “el diario de Cooperativa esta llamando”.
Allí comenzaron los primeros éxitos económicos, con la certera conducción en ventas y marcketing de Gabriela Riutort, se rompió el cerco tendido por las agencias publicitarias a un medio opositor.
Al inicio de los ochenta, Guillermo Muñoz reemplazó a Delia Vergara y la radio se preparó, morigerando su tono, para enfrentar el largo desierto de la década que aún faltaba para superar la dictadura. Lo logró y sus índices de sintonía, publicidad, recordación, prestigio, así lo reconocen.
Ya no es sólo el Diario, están el Primer café y la Mañana de Cecilia Rovaretti; Lo que queda del día de Paula Molina y un sólido (como diría Pedro Carcuro) equipo de deportes.
Signo de los tiempos, quizás, Cooperativa se trasladó al barrio Yungay, un sector de museos y parques. Es vecina del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos con quién tiene en común no sólo sus archivos.
Es que radio Cooperativa forma parte de nuestro patrimonio nacional.