En la encíclica “Laudato si, sobre el cuidado de la casa común” recientemente dada a conocer por el Papa Francisco, se cita a Paulo VI, cuando intervino ante la FAO, en 1970 y dijo: “los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre”.
Tanto la cita, como el actual documento papal, permiten dimensionar como ha transcurrido el tiempo sin que todavía exista plena conciencia acerca de la importancia vital que tiene para el futuro de la humanidad.
Algo parecido es lo que nos expone el último libro de Naomí Klein “Esto lo cambia todo”, que también parte con una cita de un informe de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, de 2014, que en una parte dice: “impulsar las temperaturas mundiales hasta más allá de determinados umbrales podría desencadenar cambios abruptos, impredecibles y potencialmente irreversibles que tendrían consecuencias enormemente perturbadoras y a gran escala”.
Estos dos textos, que han sido conocidos casi simultáneamente por la opinión pública, tienen pese a sus distintas visiones de base, muchas similitudes, toda vez que ambos entienden que no se trata solo de aportar más elementos a un debate científico-ambiental, sino de enfrentar las causas reales de este fenómeno, sus impactos en la vida humana y en el planeta tierra y lo que aun podemos hacer para tratar de evitar una hecatombe.
La “encíclica verde” como algunos la han llamado peyorativamente hace afirmaciones que solo el jefe de una de las iglesias más grandes del mundo puede hacer, sin ser cuestionado por ello: “Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas”.
Y va más allá aún: “La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”, afirma el Papa Francisco, agregando que “estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura”.
La siempre provocadora Naomí Klein también aporta lo suyo, señalando que a veces los seres humanos preferimos no mirar, para no darnos por enterados de lo que pasa a nuestro alrededor.“O miramos, pero nos consolamos con argumentos reconfortantes sobre lo inteligentes que somos los seres humanos y sobre cómo se nos ocurrirá pronto algún milagro tecnológico que succionará sin peligro alguno todo el carbono de los cielos, o que atenuará el calor del sol como por arte de magia lo que es, también, otra forma de mirar para otro lado”.
Nuevamente Francisco apunta a algunos aspectos claves del cambio climático haciendo dos puntos argumentales relevantes. Uno, afirmando que “el clima es un bien común, de todos y para todos”, convirtiéndolo en un bien público. Y, dos, señalando que el efecto invernadero se ve potenciado por el patrón de desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles “que son el corazón del sistema energético mundial”.
En esto último coincide con la escritora canadiense, quien además hace una aguda observación política al respecto, señalando que se invirtieron millones de dólares para evitar la quiebra de los bancos ante la burbuja inmobiliaria, que los presupuestos tampoco fueron un obstáculo para Estados Unidos y otros países para las “guerras preventivas” tras la caída de las torres gemelas, pero que sin embargo, a la hora de enfrentar el cambio climático, nunca hay suficientes recursos porque no se asume que es una situación de crisis.
Para Klein este es un punto clave, pues mientras no se asuma que es una crisis nada cambiará y que para ello, la ciudadanía global y los movimientos sociales son relevantes para que ello ocurra, tal como ha sucedido antes en la historia, pues “la esclavitud no fue una crisis hasta que el abolicionismo hizo que lo fuera… El apartheid no fue una crisis hasta que el movimiento anti apartheid hizo que lo fuera”.
Naomí Klein va al fondo del asunto cuando afirma que “la del cambio climático es una batalla entre el capitalismo y el planeta. La batalla ya se está librando y, ahora mismo, el capitalismo la está ganando con holgura. La gana cada vez que se usa la necesidad de crecimiento económico como excusa para aplazar una vez más la muy necesaria acción contra el cambio climático…”
O como dice la “Laudato si”, “conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza”.
En definitiva, desde la religión o la fe, o desde la política o la economía, el problema es uno solo, qué hacemos ahora, para tratar de evitar que el cambio climático no solo sea el fin de un modo de producción, sino el fin de toda forma de vida.