Los incendios forestales que han afectado a la zona centro sur del país durante este verano nos han entregado postales dramáticas, como la de araucarias milenarias quemándose en un par de segundos. Estas llamas descontroladas que se extienden por nuestro territorio nos recuerdan que en Chile ya estamos experimentando de primera mano lo que significa vivir en el denominado “antropoceno”; es decir, en una época donde las actividades humanas impactan al planeta de un modo comparable al de las fuerzas geológicas, generando cambios que suceden en un ritmo sin precedentes para la humanidad.
Más allá de un cigarrillo lanzado al azar u otra causa de ignición fortuita, los incendios no ocurren por casualidad. Su detonante es una mezcla inflamable de, al menos, tres factores: una sequía que afecta hace más de cinco años a nuestro país entre la región de Coquimbo y la región de Araucanía; un deficiente manejo territorial que ha permitido la expansión de cultivos altamente combustibles como pinos y eucaliptos en desmedro de las especies nativas y una institucionalidad reactiva con recursos siempre escasos.
Las consecuencias de estos incendios van desde el evidente impacto en la flora y fauna nativas, en el turismo y la economía, pasando por la exposición de las personas a niveles nocivos de partículas, hasta las modificaciones del tiempo atmosférico a escala local y regional.
A partir de lo estudiado por el Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile, resulta muy probable que incendios como los que han ocurrido en estos días se vuelvan más habituales.
Si queremos estar preparados, es necesario explicar los mecanismos que subyacen a esta fase prolongada de escasas precipitaciones-que ya podemos catalogar como una megasequía-, proyectar la evolución de estos fenómenos en el contexto de un clima cambiante y perturbado por las actividades humanas, abordar de modo coherente el manejo del territorio, y dotar a nuestra ciudadanía y sus instituciones de más competencia para mitigar los riesgos y poder convivir con los cambios que se prevén.