11 nov 2014

Incendios Forestales: huele a quemado

Llega noviembre y se inicia la temporada de incendios forestales. Así de predecible es la época en la cual se concentran emergencias en las cuales, luego de la reciente tragedia en Valparaíso, no es necesario profundizar sobre su capacidad destructiva.

Para la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados que se creó con motivo de la tragedia ocurrida en Torres del Payne en el verano 2011-2012, se estimaba que, tomando los últimos 31 años a esa fecha, el número de incendios presentaba una escasa variación, incluso en algunos años disminuía su número, a diferencia de la cantidad de hectáreas afectadas que aumentaba de 9,35 hectáreas promedio por incendio en 1980 a 21,5 en 2011.

En esa ocasión ya se hacía evidente la necesidad de incrementar la capacidad de detección precoz, una respuesta rápida y agresiva, pues estábamos frente a una debilidad en el control oportuno de los incendios y no ante la presencia de un fenómeno delictual en expansión.

El verano de 2012 CONAF iniciaba el año enfrentando un incendio devastador como el de Torres del Payne e incendios en el sur de Chile que le costaría la vida a un grupo de brigadistas forestales. Dicho año el aporte fiscal total para el Programa de Manejo del Fuego fue de M$12.484.067.

El verano de 2013 el aporte fiscal al mismo Programa alcanzaba M$16.417.852, ante un año que se veía complejo pues la sequía y las altas temperaturas se extendían por tercer año consecutivo, y las cifras no permitían asegurar un quiebre en la tendencia.

Es decir, similar número de incendios, incremento en la superficie quemada, incluyendo mayor amenaza y compromiso de la vida humana e infraestructura ante lo que se denominan incendios de interfaz urbano-forestal.

A pesar de los datos históricos, de la información disponible, e incluso del hecho que 2013 se presentaba como el tercer año más seco desde 1866, un cuarto año de sequía, y esperando un mal escenario para el verano de 2013-2014, el presupuesto dejado por el gobierno pasado para el Programa de Manejo del Fuego se incrementó solo a M$16.879.294 una cifra insignificante, que mostraría serlo aún más cuando en noviembre de 2013 se presentaban incendios importantes en la Quinta Región,  que se sumarían a una ciudad de Santiago nublada por el humo de grandes incendios en enero de 2014 y que culminaría con la tragedia de Valparaíso.

¿Qué nos espera este año? La verdad es que las condiciones no han variado, al punto que CONAF ya se ha adelantado señalando que se viene una temporada compleja.

Sin embargo, esta situación no se relaciona con un cambio en las condiciones, y es ahí donde radica el problema. Los incendios al ser causados por la acción humana y no naturales, termina por establecer una constante en la cantidad de siniestros, que en los promedios suele no sorprender y permite anticipar.

Las condiciones de base, tanto meteorológicas y del combustible, también se manejan con un grado de conocimiento que permite establecer una razonable aproximación al riesgo de propagación, siendo ésta la variable catastrófica, surgiendo entonces la necesaria y esencial detección oportuna, rápida y agresiva respuesta, algo que ya termina siendo copy/paste de  columnas que llevo algunos años escribiendo en este mismo sentido.

Por otra parte, y siendo algo manejable para el sistema, la logística que permite incrementar rapidez y agresividad en el combate no ha variado significativamente.

La capacidad aérea sigue siendo la misma desde hace demasiados años, manteniéndose en los conservadores 2000 litros por descarga a partir de un helicóptero SOKOL y tres aviones Dromader propios, pero lo más preocupante, el arriendo de helicópteros que aún no se concreta pues la licitación fue declarada desierta, y recién se ha levantado una nueva, que nos mantiene con la incertidumbre sobre la real disponibilidad de la ya débil logística que aún no está contratada, a pesar que la temporada ya se ha iniciado.

Pareciera que aún estamos lejos de materializar un incremento significativo al presupuesto, así como la modernización de nuestro sistema de emergencias que incorpore la real prioridad en esta materia, que nos lleve a mirar más allá de la cordillera, por ejemplo, incorporando aeronaves como los anfibios Bombardier, multipropósito con capacidad de descarga de 6 mil litros y de carga en 12 segundos en sobrevuelo rasante sobre una fuente de agua, ideal para zonas cercanas a la costa chilena o grandes lagos, cuya flexibilidad de uso permite transporte de carga, personal, patrullaje marítimo, y así tener un par de aparatos que perfectamente justificarían su uso de enero a enero, tanto para emergencias de diversa índole, como otras acciones de interés social y nacional, inversión que perfectamente podría ser desde el sector Defensa.

Pero seguimos con un sistema fragmentado, que se mira desde la institución, que aún espera por la tan ansiada modernización que reemplace las invenciones criollas, desplace los egos institucionales y profesionales, ponga  a las personas en el centro y nos permita desear lo mejor y prepararnos para lo peor.

Pero por ahora, parece que en materia de incendios forestales no nos queda más que centrarnos en lo primero, pues huele a quemado.

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