La rabia de Aysén, de muchos y muchas en Chile y en el mundo, cabalga en el agitado lomo de nuestra historia, tanto de la remota, como de la contemporánea. Son muchos elementos, inercias y resacas, períodos de violencia, y escasos remansos de calma. La influencia de la historia más antigua es mayor a lo que asumimos, porque los eventos más recientes tienden a ‘robarse la película’.
Lo inmediato se ve como la cresta de la ola a punto de caernos encima, o que ya nos atrapó en su vorágine.La rabia que gruñe hoy a través de la humanidad tiene que ver con un elemento tan antiguo quizás como ella misma, pero de una vigencia sorprendente.
Se trata del imperialismo y el colonialismo. De los ‘descubrimientos’, por parte de habitantes de ‘viejos mundos’, de mundos nuevos para ser colonizados y despojados de sus riquezas y recursos naturales, y de su utilización de mano de obra local, esclava o barata, para lograrlo. En nuestro país la política y la lógica colonial española fueron implacables.
El objetivo número uno era encontrar oro para la madre patria. A cualquier costo.Esta es la narrativa central y universal. Y después del oro, todo lo materialmente valioso que pudiera seguirle en la lista. En este proceso, además, entre ferocidad y nostalgia, consciente o inconscientemente, se erradicaba lo originario, tanto los pueblos como los ecosistemas. Lo que ha sido denominado eco-imperialismo.
Recrear el mundo que traían a cuestas en el nuevo mundo. Así vemos la violencia inusitada desatada contra las poblaciones autóctonas, la letal combinación de cruz y espada.
Afortunadamente los pueblos arraigados son de la Tierra misma, y gracias a ello mucho sobrevivió, pero entre el etnocidio, que incluye la cultura en sus múltiples expresiones, y el genocidio, lo perdido también ha sido mucho más de lo que asumimos. Luego está la erradicación y la transformación de ecosistemas.
Arrasar lo originario y recrear un pedazo de Europa. Álamos, sauces, aromos, vacas, ovejas, cabras, trigo, vides, frutales… ahora pinos y eucaliptus. Todas benditas especies, generosas, sabrosas, nutritivas, creadas por la madre naturaleza. La brutalidad y la ceguera están en la sustitución, en negar, y mirar absolutamente en menos el valor de lo existente.
El colonizador, al no encontrar una terra nullius para la instalación de su mundo originario, sino tierras pletóricas de cultura y vida propias, simplemente buscó anularlas a sangre y fuego.
En nuestro país esta impronta está viva: seguimos pegados en la fase extractivista primaria colonial, con las exportaciones de concentrado de cobre, harina de pescado, astillas de pino y eucaliptos, y pulpa de celulosa. Curiosamente, todas estas actividades, a gran escala e intensidad, son destructivas, y tienden a arrasar lo que va quedando, son la continuidad de la huella de la conquista.
Y ahora, empresas europeas nos venden el agua, la electricidad, la telefonía, el permiso de circular por nuestras carreteras a precios exorbitantes. Parece un chiste cruel ¿o no? O sea, claramente neo-colonialismo, o reconquista, o sorprendente continuismo, con una fase intermedia con gran presencia norteamericana, pero, después de todo, de una colonia de Inglaterra, es decir, nada distinto. Aysén es totalmente emblemático de todo esto.
En el norte los ingleses lideraron la explotación del salitre, y su valioso nitrógeno. En el extremo sur, ellos mismos, y criollos extranjerizados, persiguen, tanto la extinción de los extraordinarios pueblos indígenas, como la retirada de los extraordinarios bosques australes, para despejar el ambiente para la ganadería ovina extensiva e intensiva.Con los primeros, casi lo logran, y de los segundos arden 4 millones de hectáreas.
Después, el control remoto, entre la ignorancia y la indiferencia, desde Santiago y la salmonicultura excesiva, la pesca de arrastre, Alumysa, HidroAysén, Rio Cuervo. Noruegos, canadienses, italianos, suizos… Da rabia. No se trata de fomentar el odio, sino de entender las causas del creciente malestar que nos está invadiendo. Puede ayudarnos a cambiar el curso de la historia hacia un horizonte más luminoso.