El hecho de adoptar, desde siempre, se ha constituido en uno de los gestos más humanos y generosos posibles de realizar.Presenta indicios a partir de los albores de la civilización (amparar y criar al niño/a que no recibe el cuidado de sus progenitores, para así conservar la especie), hasta llegar a sus primeros fundamentos en pueblos griegos, hebreos y romanos, enfocados en la descendencia de la estirpe; todos estos, antecedentes primarios de la esencia del proceso en nuestros días.
Como concepto general y actual, la adopción es la medida de protección por excelencia que se aplica en subsidio de la familia de origen, cuando se han agotado todas las posibilidades para que un niño/a pueda permanecer bajo el cuidado de sus padres o familia biológica.
Su objetivo es proporcionar al niño, niña o adolescente que haya sido declarado legalmente como “susceptible de ser adoptado”, una familia estable que le proporcione los cuidados adecuados para su vida futura, reparando, en lo posible, el daño al que haya sido expuesto/a en sus experiencias asociadas al abandono.
Lo anterior explica en términos formales y legales el procedimiento de adopción, pero no lo que reside en el corazón del programa, y que como Servicio Nacional de Menores transmitimos en cada enlace exitoso: la reparación de las necesidades de protección y afecto del adoptado/a.
Esto se traduce en la maravillosa reciprocidad entre el bienestar y felicidad del niño/a y el adoptante: en el caso del primero, se restituye y concreta uno de sus derechos fundamentales, que es el de vivir y crecer dentro de una familia definitiva, que le brinde la protección y cariño imprescindibles en el normal desarrollo de toda persona; para el segundo, se satisfacen las necesidades humanas de reparar la carencia de descendientes, de perpetuar la heredad y, sobre todo, de dar una solución al sentimiento paternal de quienes buscan un hijo o hija a quien amar, esto sin importar la edad que el niño tenga al momento de ser adoptado.
En nuestro país, históricamente la mayoría de los solicitantes quería adoptar niños/as menores de dos años, a diferencia de los matrimonios extranjeros.En los últimos años esto ha ido cambiando, ya que el porcentaje de niños mayores de cuatro años adoptados en Chile ha aumentado: en 2012, los niños adoptados de cuatro años o más representaban un 17%, creciendo a un 23% en 2013, para llegar al 25% en abril del 2014.
A pesar del cambio paulatino, aún son muchos los niños y niñas mayores de cuatro años que esperan ser adoptados. Al mes de abril del año en curso, de un total de 345 niños/as susceptibles de adopción, 302 tienen cuatro años o más, lo que corresponde al 88%.
Las cifras anteriores, además de ser un reflejo de las bajas posibilidades que tienen de ser adoptados los niños/as con más de cuatro años en Chile, pueden de alguna forma crear conciencia entre futuros adoptantes y seguir el ejemplo de matrimonios extranjeros, asumiendo como opción real la adopción de niños y niñas en su etapa escolar.
Por estas y tantas otras razones, y dada la trascendencia del hecho en sí mismo, en Sename entendemos que la adopción es el el primer paso de un trayecto, cuyo fin último es la protección, restitución de derechos e interés superior de nuestros niños y niñas vulnerados, un paso que al mismo tiempo imposibilita o subsana esa vulnerabilidad.
Por ello, tenemos la obligación como servicio el abrir y sensibilizar a los chilenos hacia la posibilidad de adoptar.