No conocí personalmente al General Bachelet. Sólo lo vi en la cárcel cuando, abogado entonces, visitaba a otros presos. Su expresión era triste y estaba ensimismado, silencioso, recogido en sí mismo con una expresión de desconsuelo infinito. No lo reconocí sin su uniforme, así es que pregunté por él. Parecía un anciano. Me dieron su nombre. Yo no sabía todo lo que había pasado (las cosas no se sabían con certeza de inmediato, ni siquiera en nuestro ámbito de abogados comprometidos con la defensa de los derechos humanos) y quedé muy impresionado.
Luego fui comprendiendo, al enterarme de las torturas a las que fue sometido por sus subalternos y compañeros de armas.
Desde el primer momento me llamó la atención que los generales de la FACH no hayan tenido alguna preocupación por él y hayan permitido (o incitado, tal vez) el trato cruel y degradante que lo condujo a la muerte.
Cuando aparece comprometido Ceballos, recuerdo perfectamente muchas de sus actuaciones.La interesante novela de Franyo Zapatta “Mañana los vencidos” relata con nombre y apellido las andanzas terribles de este oficial de la Fuerza Aérea que torturó y eliminó a muchas personas. Porque luego de estos interrogatorios a sus ex compañeros de institución, se especializó en el MIR, organización política con la que se habían relacionado algunos de los efectivos de la FACH en su intento por evitar que hubiera golpe de estado en Chile.
En mi novela “Baila Hermosa Soledad” aludo a Ceballos, tanto en su faceta de crueldad como en algunos rastros de “humanidad” (lo que muestra que su crueldad era parte de una opción personal) al dejar en libertad a personas que estaban siendo interrogadas y torturadas por él, pero que ante la eventualidad que fueran a parar a manos de la DINA, decidió dejarlos en libertad pero… al interior de una embajada.
Era parte de una guerra interna que se vivía en los ámbitos de las fuerzas armadas. Eso, porque hasta el más cruel de los torturadores tiene espacios en los que es distinto y eso no hace sino agravar su falta. Porque si estuviera simplemente enajenado, sin un dejo de racionalidad, podríamos excusarlo como demente que no sabía lo que estaban haciendo.
Pero, ellos sabían, lo sabían perfectamente.
Y sabían que contaban con la impunidad que dan el poder, el uso autorizado de las armas, los recursos casi ilimitados del Estado a su servicio, el funcionamiento amparado por quienes habían asumido los cargos de autoridad en el Estado, el respaldo evidente de las autoridades de su institución que los proveían de locales, personal, vehículos, toda la protección necesaria.
Era el Estado chileno, los hombres y mujeres a quienes el Estado les paga y los autoriza a hacer uso de las armas para proteger a las personas, el que estaba torturando, sometiendo a las personas a tratos crueles y degradantes, a humillaciones y finalmente dándoles muerte.
Por eso el delito es imprescriptible, aunque no fuese una masacre étnica, pues se trataba de un atentado que lesiona la humanidad entera al usar el aparato del Estado, no para castigar al delincuente, sino para someter a los ciudadanos a conductas delictuales impunemente usando los recursos que todos los chilenos les han confiado. Es el Estado contra el ciudadano.
Por ello es absurdo poner este caso y otros similares en comparación con el homicidio de Jaime Guzmán. El fue asesinado por un grupo particular, por delincuentes motivados por ideas políticas y los que intervinieron en el hecho fueron detenidos, juzgados y condenados. No es lo mismo un caso que otro: en este caso el Estado fue “ofendido”, fue víctima de la acción de particulares, a los cuales sometió a sus normas. Ellos huyeron, pero se sabe quiénes fueron y se les ha intentado castigar.
Es cierto que han pasado casi 40 años. Mucho tiempo: pero no es tarde para la verdad, aunque aquellos que deban ser condenados padezcan demencia senil y ya no sean penados. Su castigo será seguir vivos más tiempo y que su nombre quede registrado en la historia por lo que hicieron.
¿Poco? ¿Mucho? No lo sabemos, pero en la inmensidad de los tiempos esas almas tendrán que responder con bondad al mal que hicieron algún día.
Políticamente, socialmente, no serán castigados por su demencia, pero irá quedando en claro qué fue lo que sucedió, siendo un ejemplo terrible que un general que nunca mató y que obedeció a sus altos mandos y al Presidente de la República para cumplir tareas al servicio de todos, haya muerto a causa de las torturas a las que fue sometido.
Por fin, ahora, algo más conocemos de Bachelet, de nosotros como personas y como sociedad y de estos personajes siniestros.