Cuando se está hablando de iniciar una sustancial reforma del sistema penitenciario pero, también del modelo que se pretende seguir y, al respecto parece que se está apuntando a tomar como marco de referencia el sistema carcelario de los Estados Unidos.
Cuando los datos y la experiencia indican que es uno de aquellos modelos penitenciarios que no se deben seguir porque se sustenta en principios e ideas alejadas de lo que es el moderno entendimiento, tanto del sentido de las penas privativas de libertad, como de la forma de ejecutarlas y, si lo que se quiere es ver la parte económica del mismo, ese modelo es uno de los más caros a medio y largo plazo.
Mucho habla de un país la forma en que éste trata a sus presos y, hasta la fecha, Chile dista bastante de estar en los niveles de desarrollo que se predican como virtudes de nuestra nación.
Seguramente, si queremos ser y no sólo parecer un país desarrollado, la futura reforma del sistema carcelario tendrá que abordarse desde una perspectiva distinta orientando las penas a la reeducación y reinserción social del infractor – humanizando las mismas – en lugar de ser un mero sistema retributivo más cercano al ojo por ojo, muy propio del modelo norteamericano que se pretende copiar.
Si queremos avanzar hacia un desarrollo armónico de nuestro país hay áreas que no deben ser dejadas de lado y, una de esas, es el sistema penal-penitenciario.
Deberíamos mirar hacia donde los modelos han dado mejores resultados, principalmente Europa y, de ahí sacar aquellos elementos que más se adapten a nuestra realidad; sobre todo, que permitan atacar el auténtico problema que existe en Chile y que no es la criminalidad – sólo es un efecto – sino la falta de distribución de la riqueza, la falta de oportunidades y, sobre todo, la carencia de un sistema educativo equitativo en oportunidades.
Ahora bien, es imposible abordar el problema carcelario sin hacerlo desde la doble perspectiva de afrontar el tema penal y el penitenciario, las dos caras de la misma moneda y, para ello, lo primero que se debe hacer es definir el modelo que necesitamos y luego alcanzar un consenso político que lo haga viable a medio y largo plazo. No es política de partido sino de Estado.
Hablar de prisión y rentabilidad es un absurdo, pero como siempre se trata de hacer números, lo cierto es que adoptar un sistema penal-penitenciario moderno, orientado a la reeducación y a la reinserción resulta, tanto desde la perspectiva económica como de la social el modelo más rentable y, ello, por múltiples factores: con penas más ajustadas se mantiene una población penal menor (bajan los costos), con penas alternativas, pero efectivas, se consiguen iguales fines pero a un costo también menor y, cuando se aborda el proceso reeducativo y de reinserción, el costo final queda suficientemente amortizado como para ser afrontado por cualquier país que pretende enmarcarse dentro de los estados desarrollados.
Quien más reprime no es el que más avanza.
Las cárceles chilenas necesitan una reforma y, sobre todo, nuestra sociedad debe asumir el problema desde una perspectiva diferente, no como un problema de seguridad sino de JUSTICIA.