Hace pocos años era imposible pensar que una persona de raza negra iba a ejercer la Presidencia de los Estados Unidos, hecho que ya tuvo lugar con el ciudadano, de familiares de origen africano, Barack Obama, quién fuera además reelecto por la ciudadanía de su país, para cumplir tan decisivas responsabilidades.
También resultaba inviable, poco tiempo atrás, la posibilidad que se normalizaran los lazos bilaterales entre Cuba y los Estados Unidos; ahora, en esta semana, los Presidentes de ambos países, Raúl Castro y Barack Obama, anunciaron un acuerdo político dirigido al restablecimiento de las relaciones diplomáticas y hacia los primeros pasos de cooperación, en asuntos de inmigración y otros, después de medio siglo de aguda confrontación entre ambas naciones.
Lo que no podía ser, sucedió.
En los años sesenta, los llamados halcones que regían la política norteamericana hacia Cuba, impusieron una conducta extremadamente agresiva a su propio país, la que condujo a un intento imperialista de pretender una solución militar, a través de la cruenta invasión de una fuerza de intervención armada, preparada y financiada por los Estados Unidos.
Esta estrategia se concretó en abril de 1961, en las costas cubanas, en el sector de Playa Girón, lugar en el que una columna invasora fue completamente derrotada.
Desde entonces, el nombre de Playa Girón se inscribió en la épica de la izquierda latinoamericana, y en Estados Unidos ese hecho está asociado a un humillante fracaso.
Tampoco la idea que surgió luego de esta gesta en Cuba, de una inminente revolución socialista, a lo largo y ancho de todo el continente, se hizo realidad. Con esa esperanza miles de jóvenes, decidieron ser los combatientes armados de una epopeya que surgía como posible.
El guerrillero heroico, Ernesto “Che” Guevara, luchó y se inmoló en la selva boliviana intentando, con su ejemplo, generar focos guerrilleros que cercaran al imperialismo y empujaran su derrumbe definitivo.
En América Latina, en ese periodo, sólo Salvador Allende logró vertebrar y desarrollar un camino político distinto, el de avanzar al socialismo en democracia, pluralismo y libertad.
Los pueblos buscaron diversidad de opciones para abrir paso al progreso social.Sin embargo, la reacción interna respaldada por el poderío norteamericano logró imponer crueles dictaduras que, desde 1964 en Brasil, se extendieron a lo largo del continente, cercenando las libertades, conculcando derechos, violentando la cultura y pisoteando las raíces democráticas de pueblos y naciones.
Se configuró un escenario en que las dictaduras parecían inamovibles. A pesar de ello, en cada país, luego de arduas luchas se fue recuperando el derecho a la soberanía nacional, a elegir los gobernantes y a vivir libres de esos gobiernos oprobiosos. Fue duro y largo ese esfuerzo. Recién en los años noventa se acabó la dictadura más antigua y corrupta, la de Stroessner en Paraguay.
De manera que la democracia es fruto de la lucha de los pueblos de América Latina. Nadie se la otorgó a nuestros países, por cortesía o condescendencia. Fuimos capaces de conquistarla. Pero, es una tarea inacabada. Cada día que pasa se debe afrontar el desafío de luchar contra la desigualdad que el régimen económico-social reproduce a diario.
Sin embargo, es un grave error la descalificación de la institucionalidad democrática que se reinstala trabajosamente, como ocurriera en los años sesenta, cuando intelectualmente se le tachara despectivamente como “burguesa”.
Ahora hay quienes menoscaban el esfuerzo de varias generaciones de luchadores de la izquierda en Chile y otras naciones al caricaturizar el régimen democrático como “neoliberal”, mezclando en una grave confusión dos niveles conceptuales diversos: la institucionalidad política con el sistema económico.
Para quienes piensan así, todo lo que se haga para avanzar hacia un Estado social es insatisfactorio, sin aceptar que por un largo periodo la consolidación de la democracia será la tarea esencial para defender los intereses populares en el continente.
En esta perspectiva, el acuerdo entre Cuba y Estados Unidos favorece nuestra lucha por la justicia social en democracia. Su impacto debilita a los grupos más retardatarios, aquellos que añoran el tiempo de la guerra fría para intervenir brutalmente en los asuntos internos de nuestras naciones. En especial, se reconoce que existe una realidad en América Latina que no se puede modificar con el uso de la fuerza ni con la amenaza de hacerlo.
Queda claro, en consecuencia, que hay asuntos que se deben resolver mediante el empleo de métodos políticos, desechando la confrontación y asumiendo que dar la espalda a la configuración del escenario latinoamericano tal cual es, resulta a la postre un soberano despropósito para los que así se comportan.
Bien por Raúl Castro y Barack Obama, el pueblo cubano y un hombre de raza negra han sido capaces de cambiar la historia.