Aún se guarda en la memoria, más bien en la retina, la escena que muestra la irrupción violenta de un tanque al Palacio de Justicia colombiano, en pleno centro de Bogotá, que varias horas antes había sido asaltado por un destacamento de la guerrilla M-19.
En ese momento un grupo de Ministros de la Corte, incluido el propio Presidente de la misma, se encontraban cautivos de los guerrilleros, esperando las resultas de una negociación que nunca se produjo.
Aun retumban en los oídos las palabras desgarradoras del Presidente de la Corte Suprema, que rogara por el cese al fuego, al entonces Presidente de la República Rómulo Betancourt. Palabras que caerían al vacío.
Este pedazo de historia colombiana, que desde el asesinato de Gaitán hasta el presente, se tiñe de sangre de connacionales que no lograron construir en el diálogo inclusivo, la formula virtuosa de solución a sus controversias.La Presidencia de Álvaro Uribe no fue la excepción.
Su firme decisión de utilizar exclusivamente la vía militar, como forma de exterminio de las guerrillas FARC y ELN activas hace varias décadas, envolvió al país por un momento, por lo menos la Colombia visible de la capital, en un éxtasis de triunfo aplastante sobre las fuerzas insurgentes. El rescate de Ingrid Betancourt o el bombardeo en territorio ecuatoriano, parecían demostrar la inexistencia de fronteras o lugares seguros para operar militarmente los guerrilleros y guerrilleras.
Sin embargo, el costo en vidas humanas, la violación de territorio de un país vecino, la “invasiva” colaboración extranjera, el deterioro de la imagen internacional de la republicana Colombia o los falsos positivos, son sólo alguna de las nefastas externalidades de una guerra sin tregua, que condujo a los ciudadanas y ciudadanos a un extremo de agotamiento al militarismo como opción exclusiva.
La necesidad de un diálogo, el imperativo de la paz y un liderazgo con capacidad de generar una verdadera Unidad Nacional, se abrieron paso en esta densa selva de fusiles.
El capítulo abierto por el Presidente Santos, representa sin lugar a dudas, una opción que requiere mucho coraje y convicción, dado que juega todo su capital político. El camino del diálogo sólo tiene dos alternativas: la firma de Acuerdos de Paz o el síndrome Pastrana (que recuerda el fallido intento de negociación, utilizado por las FARC, con “Tirofijo” al mando, para robustecer su capacidad militar). Coherente con la historia reciente el principal opositor a esta iniciativa, es precisamente su predecesor, el ex Presidente Álvaro Uribe.
En este contexto, la noticia de la destitución del alcalde de Bogotá, el ex guerrillero del M-19 Gustavo Petro, por parte del Procurador Alejandro Ordóñez un reconocido conservador católico, desató los peores temores respecto al proceso de diálogo que se lleva adelante en la Habana, Cuba.
Apenas conocida la resolución, que con especial dureza aplica además la pena de inhabilitación para cargos públicos por 15 años, las FARC hicieron público un comunicado donde tildan al Procurador de “inquisidor” y señalan que es un “mal precedente para la paz de Colombia”.
Demás esta indicar la total falta de prudencia del Procurador, para no ingresar en terrenos mas conspirativos, como asimismo lo ilegítima de la figura normativa en si misma, al otorgar una potestad de revocación de un mandato con origen popular, a una autoridad designada.
En este contexto, debemos evaluar los derroteros de la negociación, especialmente si consideramos que la posibilidad de llevar adelante una nueva Constituyente, parecen estar ajenas a la agenda de trabajo de los negociadores.
En primer lugar, no pueden permitirse las partes el “lujo” de entrabar un proceso histórico, por un incidente de esta naturaleza, que debe encauzarse dentro de la institucionalidad y a falta de ella, crearla en el marco de la misma negociación.
En segundo lugar, el Presidente Santos debe ser claro en el rechazo a esta operación política, para darle densidad y fortaleza al proceso que él mismo encabeza, sobre todo con miras a la elección presidencial.
Decimos esto, no pensando en el juego de opciones electorales, sino el carácter cada vez más plebiscitario de dicho proceso: el camino de la paz o el camino militar.
El Presidente no debe caer en la provocación del último atentado atribuido a las FARC, que muchas veces sabemos son producto de elementos marginales de la misma guerrilla o de quien sabe quien.
En tercer lugar, la única condición de todo proceso de paz, es la necesidad de la paz, que sin duda está instalada en la agenda del primer mandatario colombiano y cúpula de la longeva guerrilla, pero más aún en el corazón de todos los colombianos y colombianas campesinos, campesinas, mujeres, jóvenes y marginados, que sin bando alguno, han sido las víctimas casi exclusivas de este desgarrador conflicto.
Por esta razón, no debe ni puede volverse atrás, el único futuro de Colombia es el diálogo y la paz, que tiene la oportunidad de sellar medio siglo de destrucción y muerte.