“Vengo pidiéndole a Dios su bendición y protección, al Libertador todas sus luces, a nuestro padre redentor Chávez que me de fuerza, sabiduría y que me permita cumplir la orden que me instruyó aquella noche del 8 de diciembre del 2012, cuando dijo que si algo sucedía con su vida aquí en la tierra, nosotros tomáramos su bandera”.
Así habló Nicolás Maduro el 11 de marzo, al inscribir su candidatura para la elección presidencial del 14 de abril. ¿Nuestro padre redentor? ¿Su vida aquí en la tierra? Es el lenguaje litúrgico puesto al servicio del objetivo de atrincherarse en el poder con la ayuda del caudillo muerto. El 12, nuevos homenajes. Dijo Maduro: “Hace una semana ascendió donde está lleno de luz, al lado de su Cristo redentor (…) “Como todo profeta, estuvo adelantado a su tiempo”.
No hay límites en el uso y abuso de la religión para santificar al líder que será embalsamado. “El 14 de abril” -dijo Maduro-, “será domingo de resurrección”. Se ha iniciado, pues, el culto idolátrico a Chávez, calcado del que este desplegó respecto de Bolívar, en cuyo nombre gobernó por 14 años a la manera de un redentor al que supuestamente le estaba todo permitido.
Maduro dice que es hijo de Chávez y que está cumpliendo sus órdenes. “Todos somos Chávez”, es la consigna que repite. ¿Es solo devoción? No, es también cálculo electoral. Los chavistas no se hacen problemas en cuanto a los métodos: si la superstición sirve, ¡pues, seamos supersticiosos!
Cientos de miles de venezolanos han llorado por la muerte de un hombre al que, con o sin razón, consideraban como un nuevo padre de la patria, aunque la soberanía venezolana en estos años ha estado en entredicho a la luz de la desmesurada injerencia del régimen cubano.¿Subsistirá el culto a su figura? No hay cómo saberlo.
Es cierto que en los años de Chávez la pobreza se redujo desde 49,4% en 1999 a 27, 8% en 2010. Pero en noviembre del año pasado, la CEPAL informó que el porcentaje de venezolanos cuyos ingresos no cubrían la canasta familiar subió de 27,8% a 29, 5% entre 2010 y 2011. Lo mismo ocurrió en el caso de la indigencia, que subió de 10,7% a 11,7%. La causa fue la caída de los ingresos reales de la población a causa de la inflación, que se estima que este año llegará a 28%.
Es desastroso el balance de la economía venezolana, que estuvo sujeta a las decisiones arbitrarias de un caudillo convencido de que la renta petrolera autorizaba cualquier desmesura. El déficit fiscal está entre los mayores del mundo, el tipo de cambio está demoliendo el valor de la moneda nacional, se ha incrementado la deuda pública y ha caído la capacidad productiva. Venezuela está entre los países que ocupan los últimos lugares en competitividad internacional y entre los que ocupan los primeros en corrupción.
Chávez expropió más de 1.000 empresas de diverso tamaño, las cuales son un verdadero lastre para el fisco, tal como lo es la enorme burocracia estatal. Como consecuencia de la “revolución bolivariana”, el país que posee las mayores reservas de petróleo del planeta ha dilapidado sus posibilidades de verdadero desarrollo. Chávez usó la caja fiscal como si fuera su cuenta personal y despilfarró los colosales ingresos del petróleo para comprar alianzas y lealtades fuera de Venezuela.
El balance más negativo es el que se refiere a la concentración del poder y la consiguiente degradación de las instituciones. Chávez sometió al poder judicial, politizó a las Fuerzas Armadas y creó una gigantesca maquinaria de propaganda que puso las bases de su propio culto. Bastaba escucharlo para entender que era un hombre embriagado de sí mismo.
La retórica revolucionaria y las invocaciones al socialismo no alcanzan a ocultar la naturaleza autoritaria del chavismo. Se engañan los que lo aplauden “desde la izquierda”.
El caudillismo no tiene nada de progresista, el endiosamiento del jefe es lo más opuesto a los principios republicanos. Se dirá que Chávez ganó varias elecciones, pero no basta; es esencial la forma en que se ejerce el poder.En diciembre de 2007, quiso imponer una fórmula parecida a la cubana y llamó a un referendo que le concedía facultades para reorganizar administrativamente el país, dejaba la propiedad privada al borde de la extinción y establecía su reelección indefinida. Y perdió aquella vez, pese a su control de los medios de comunicación.
El autobombo de quienes gobiernan de modo populista puede aturdir a mucha gente, incluso a la mayoría. De todas maneras, en algún momento hay que pagar las deudas con la sociedad. Al cabo de 14 años de chavismo, los índices de criminalidad de Venezuela están entre los mayores del mundo: sólo en lo que va de este año, ha habido más de 4.500 homicidios.
Lo más probable es que el chavismo gane esta elección, planteada en condiciones de enorme desigualdad para los opositores. Por eso, es encomiable la decisión de Henrique Capriles de aceptar el reto de competir a pesar de todo. Alguien tenía que entregar un mensaje que reivindicara los valores democráticos y ofreciera – si no para hoy, quizás para mañana-, una alternativa que busque superar la lógica de confrontación sectaria que ha encarnado el chavismo con el triste nombre de “socialismo del siglo XXI”.
Chávez no alcanzó a responder por los estragos causados. Sus herederos no podrán hacerse a un lado.