Lo más fácil en un conflicto como el israelí-palestino es simplificar el análisis y convertir el tema en un enfrentamiento entre buenos y malos; entre victimarios y víctimas, donde unos son los malos, pero bien, bien malos, y los otros son buenísimos; donde unos son los atacantes y actúan así sólo porque los mueve un elemento oscuro que los induce a hacer daño irracionalmente, y los otros son los atacados, pobres inocentes, sujetos indefensos que nada han hecho para merecer tanto dolor.
Sí, eso es muy simple de hacer. Y lo hemos visto en los últimos días, por lado y lado.Declaraciones públicas, manifestaciones callejeras organizadas, artículos de opinión aquí y allá.
Por una parte, hay quienes enarbolan la bandera blanqui-celeste con su estrella de David y apoyan enfáticamente el derecho del Estado de Israel a la legítima defensa, ante los ininterrumpidos (por años) ataques con cohetes y misiles de corto y mediano alcance sobre su territorio, sin abordar el delicado “reasonwhy” de esa situación, que si bien no la justifica, tal vez la hace más comprensible.
Y otros exhiben los colores rojo, verde, negro y blanco del emblema palestino y son irrestrictos partidarios de ese pueblo como un todo, aunque en particular del que reside en Gaza, absteniéndose de mencionar las diferencias entre sus facciones (que en ocasiones han sido desmesuradamente sanguinarias) y menos aludiendo al extremismo fundamentalista de Hamas, el grupo que gobierna Gaza.
Y esto, de paso y aunque no venga al tema en cuestión, sin mencionar el silencio (¿indiferencia, quizá?) que ha mostrado la mayor parte de los líderes de opinión pública chilena y mundial frente a la terrible masacre y feroz crisis humanitaria que sufre la población siria de manos de sus pares, demasiado cerca de israelíes y palestinos pero, al parecer, no lo suficiente políticamente convenientes para levantar la voz por ellos.
No es mi intención en este momento ni cuento con el espacio adecuado para hacer el necesario y –en lo posible-objetivo análisis de la llamada “Crisis del Medio Oriente” y, específicamente, de su último y episodio, cuyo frágil término se declaró a las 21.00 (hora de Jerusalén) del miércoles recién pasado. Por lo demás, para el que le interese de verdad el tema, hay múltiples trabajos al respecto, sustentados en investigaciones serias y acabadas.
Pero este espacio sí me da la oportunidad de hacer un llamado de atención y alertar sobre la ligereza en la toma de posiciones.
Lo puedo hacer, creo, porque siendo judía y residiendo en Israel estoy convencida del derecho del pueblo palestino a contar con su propio Estado. Porque, con toda la fuerza que me dan mis principios humanistas,estoy totalmente en contra de la ocupación israelí sobre territorios palestinos así como del bloqueo impuesto por Israel a la población de Gaza. Y porque adhiero a todas las voces que –dentro y fuera de Israel- abogan por negociaciones de paz que pongan fin a este conflicto que, en ocasiones, pareciera no tener salida.
Lo puedo hacer también porque, en el curso de los cuatro años que ejercí como Embajadora de Chile en Israel, representando al gobierno de la Presidenta Bachelet, establecí contacto e intenté forjar lazos entre organismos públicos y privados chilenos con instituciones y fundaciones no gubernamentales que, aquí, en Israel, trabajan día a día y sin gran publicidad con niños, mujeres y hombres israelíes y palestinos, todos juntos,en aras del entendimiento y la confianza mutua, factores fundamentales para alcanzar la paz.
Horas antes del cese del fuego, el miércoles 21, cuenta Jeremy Bowen, Editor de Medio Oriente de BBC, una chica palestina refugiada en una escuela de Naciones Unidas en Gaza le entregó un pedazo de cartón a otro corresponsal extranjero. La niña había escrito allí sus deseos para el futuro: “Espero detener la guerra; espero tener una vida feliz; espero estar en paz para siempre, feliz sueño”.
La noche previa al cese del fuego, Gal, un chico de 14 años de padre israelí y madre chilena-israelí, se levantó de su cama y se puso a dibujar. Su madre me mostró ese dibujo que, como no puedo reproducir aquí, me limito a describir.
Es un diálogo frente a frente. A la derecha del papel hay un niño israelí, cuya vestimenta, tanto por el color como por los accesorios, destaca su carácter judío.Sobre su cabeza, la bandera israelí. A la izquierda, bajo la bandera palestina, otro niño. Una máscara negra permite ver sólo uno de sus ojos. El típico Keffiyeh o pañuelo palestino roji-blanco le rodea el cuello; una polera verde y pantalones negros completan su vestimenta.
En el centro, como al interior del dibujo de nubes que emanan de la boca de los personajes al estilo de las revistas de animación, el intercambio de palabras: “Mi papá murió porque era un terrorista suicida”, le dice el niño palestino a su contraparte israelí.“Mi papá murió porque tu papá era terrorista suicida”, le contesta el chico judío.
Por todo lo anterior, puedo decir con cierta autoridad que en este conflicto no hay blancos y negros, y que la gama de grises es amplísima.
Que es cierto que durante años ya la población civil del sur de Israel es víctima inocente de cohetes y misiles disparados desde Gaza, cuyo tiempo promedio de impacto desde el momento del lanzamiento es de 12 segundos. Que también es cierto que el poderío de las Fuerzas de Defensa de Israel es enorme y que cuando se ha decidido aplicarlo contra Gaza el resultado es dramático y el daño ocasionado absolutamente desproporcionado en términos de vidas humanas y de destrucción.
Que en Israel no hay quien no conozca a alguien que haya muerto víctima de una guerra o de un ataque terrorista o provocado por algún terrorista suicida en algún paradero de buses, al interior de algún bus, en algún restaurante, algún café o alguna discotheque. Y que en la población palestina también se llora permanentemente a algún familiar, algún amigo, alguien cercano o conocido víctima fatal de un ataque israelí.
Que ni la población de Israel ni la población palestina de Gaza o de la Cisjordania debieran estar expuestas a este terror permanente. Y que es responsabilidad de todos quienes tenemos acceso a emitir opiniones como ésta serenar en lugar de incitar; aplacar odios en lugar de estimularlos. Porque si se trata de apuntar con el dedo a los responsables, habría que señalarlos a todos, en los dos lados.