Sí, hay que decirlo, la ciudad de Buenos Aires tiene “algo” que no es fácil asir y, mucho menos, descifrar. Cada ciudad es un mundo, con sus esquinas, sus bares y cafetines, pero sobre todo, con su gente. La postal de la capital argentina es el Obelisco o la noche iluminada de Corrientes; es la Casa Rosada, Palermo y el barrio de la Boca. Son sus sabrosos lugares de pizza y bife chorizo, es el Fernet amargo que como tantos tangos nos recuerdan que estamos en la París de América.
En esta capital se mezclan los tiempos, hay algo de nostalgia en su atmósfera.
El Tortoni ofrece no solo un buen café sino un pequeño museo de las figuras literarias que alguna vez lo visitaron desde hace ya más de un siglo. Al fondo, un Borges añoso y cabizbajo comparte la mesa con la Storni y, cómo no, Carlitos Gardel, todos muy bien vestidos y sonrientes… Buenos Aires multiplica sus recuerdos en coloridas estatuas que parecen materializar un imaginario que se respira; así, en un balcón de la Boca, Evita y Perón comparten el estrado con el Diego.
Un poco más al norte, Palermo despliega esa elegancia de estilo europeo que contrasta con el nuevo espíritu neoliberal que se erige insolente en Puerto Madero con sus rascacielos y locales cosmopolitas. Ya en el centro, los teatros dan vida a la calle Corrientes donde un Gasalla nos invita a su último estreno, abajo en la esquina, algo nos parece familiar… es TVcompras (www.llameya.com). Buenos Aires de noche nos encanta con sus luces de colores, aunque en muchas de sus callejuelas no es raro adivinar bultos que duermen entre cartones y basura.
Al alejarnos un poco de la ciudad, el encanto seductor de París va cediendo su lugar a una realidad que nos resulta mucho más conocida.Cientos de edificios habitacionales alejados del centro y de los sueños, entre ellos, la otra ciudad, la Ciudad Oculta, donde los cientos de miles de “villeros” hacen su dura vida y su destino. Una advertencia: “Yuta, si entrás, no salís”.Finalmente, volvemos a sentir que estamos en América Latina y que más allá del sueño parisino de primer mundo, lo cierto es que los pobres abundan y la mayoría son hinchas de Boca Juniors.
Como suele ocurrir, la riqueza de un país no radica en sus instalaciones ni en su rica arquitectura, el verdadero tesoro de un país es su gente. La gran riqueza de este gran país es su hermoso pueblo.
Hay que ser argentino para “bancarse” su confusa política, pero basta estar entre ellos para sentir su “actitud”, su buen humor, su amistad. Hay algo que aprender de los argentinos. Argentina ha querido ser desde siempre el espejo de Europa entre nosotros. En busca de su sueño ha llegado a ser lo que es, Argentina: Fútbol, tango y Borges y Cortázar y Sábato y Piazzolla y Evita y el Diego y Charly (cuento aparte); un país con matices únicos, irrepetibles, originales y queribles. Argentina.