En medio de la crisis política (y social) de Paraguay, los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay, todos miembros plenos del Mercado Común del Sur (Mercosur), realizaron una rápida partida de ajedrez que terminó con un rotundo jaque mate al Congreso paraguayo.
Aprovechándose de la situación, Cristina Fernández, Dilma Rousseff y José Mújica no dudaron en darle una mano a Hugo Chávez, permitiendo el ingreso de Venezuela (como miembro pleno) al Mercosur.
Esto último es algo que estaba trabado desde 2006, ya que para que un país se integre al Mercosur, la adhesión debe ser aprobada por cada uno de los estados que son parte de este bloque de integración.
Es así que el gobierno de Paraguay no había podido dar el “Sí”, bajo la era del destituido Fernando Lugo, ya que el Congreso paraguayo había votado en contra del ingreso venezolano.
Lo paradójico, pero también inaceptable, es que en una “movida express”, Fernández, Rousseff y Mújica olvidaron las terribles condenas que realizaron a lo que ellos mismos bautizaron como “golpe de estado” y, beneficiándose de aquel suceso, lograron aprobar la entrada de Venezuela al Mercosur.
Esto fue posible, ya que Paraguay fue suspendido de dicho bloque de integración y, en consecuencia, se contaba con la unanimidad necesaria para que “el vecino del norte” tuviese el camino llano hacia el Mercosur.
Sin embargo, este procedimiento no es legal, pues va en contra del Tratado Constitutivo del Mercosur, según el cual se necesita la unanimidad de los miembros para aprobar nuevos ingresos y, como se sabe, Paraguay no fue excluido, sino que suspendido.
Lo ocurrido con el Mercosur demuestra, una vez más, que no existe un verdadero espíritu sudamericano y que, todo lo contrario, lo único que se está construyendo son febles tejidos ideológicos.
Mientras, Chile, Colombia y Perú (además de México) están reafirmando una “Alianza del Pacífico”, sustentada, principalmente, en el reciente Acuerdo del Pacífico (firmado en 2012), Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela se han unido en pos de una “Alianza anti Estados Unidos”.
Bolivia y Ecuador se mantienen en la Comunidad Andina –de la cual también son parte Colombia y Perú- y han mantenido una postura más neutra respecto a los bloques de integración y siguen trabajando en pos de la consolidación de la Comunidad Andina.
En este contexto, cabe mencionar el gran peligro que constituye el Mercosur “proteccionista” o “antiimperialista”, como algunos lo han bautizado. Esto, pues cabe preguntarse, en primer lugar, qué ocurriría, por ejemplo, si Paraguay normaliza su situación (es decir, que Unasur acepte al actual mandatario) y, en consecuencia, quiera levantar su suspensión al interior del Mercosur.
El escenario ya se vislumbra muy complejo, pues el gobierno paraguayo, bajo la presidencia de Federico Franco, ya está haciendo valer la oposición del Congreso de Paraguay y ha declarado que oficializará el rechazo de su país a la adhesión venezolana.
Segundo, el Mercosur de hoy está construido en base a un tejido ideológico y eso no hace más que darle debilidad a los cimientos de este mecanismo de integración. ¿Qué ocurriría si Hugo Chávez pierde las elecciones de octubre?, ¿y si el gobierno uruguayo –donde ya hubo divisiones internas por el ingreso de Venezuela- se aleja de las posturas más extremas de los otros miembros?
Tercero, y quizás lo más grave de todo, los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay pasaron a llevar los principios fundamentales y el espíritu democrático del Mercosur, ya que permitieron el ingreso venezolano a través de un procedimiento contrario a lo que establece el Tratado Constitutivo del Mercosur. En pocas palabras, la ideología o, si se prefiere, las intenciones u objetivos son más fuertes que los reglamentos.
Más allá de estas interrogantes, lo concreto es que esta alianza no tiene buen futuro, ya que su destino depende mucho del gran gigante sudamericano. En este sentido, Brasil no va a perder sus importantes nexos con el Pacífico, pues hacerlo sería un gran paso atrás en su intención de ser una potencia mundial en las relaciones internacionales y comerciales.
Es evidente, a menos que las aguas estén demasiado turbias y Dilma Rousseff tenga otras intenciones (escenario poco probable), que el gobierno brasileño no podrá prescindir del apoyo sudamericano.
En cuanto a la otra vereda, la del Acuerdo del Pacífico, tiene algo a su favor y es que es una asociación económica-comercial y no está basada en ideologías. La mayor muestra es que Chile y Perú, en pleno desarrollo del litigio en La Haya, no cesan en sus negociaciones para diversos acuerdos en, justamente, el ámbito del Comercio.
Por eso, el Mercosur sólo está dañando la integración sudamericana. En específico, está cambiando el motivo inicial de existencia del Mercosur y, seguramente, afectará las negociaciones con la Unión Europea. A nivel general, está sentando las bases para un futuro quiebre en la unión del subcontinente.
Mientras el Acuerdo del Pacífico y la Comunidad Andina –que, sin dudas, es el mecanismo de integración más avanzado de Sudamérica- no son una tranca para la Unasur, un Mercosur ideologizado sí lo será.
Por eso, es momento que los gobiernos sudamericanos analicen la situación y se den cuenta que mientras existan bloques ideológicos, nunca habrá una verdadera integración en Sudamérica.
También, será necesario que la región reflexione sobre el establecimiento de organismos cuyos nexos sean construidos en base a los asuntos comerciales, pues eso también es parte de un peligroso juego.
En fin, lo concreto es que, de momento, Sudamérica ha perdido de vista el real significado del manoseado, pero no por eso innecesario, concepto de “unión sudamericana”.