Los rumores sobre el “crítico estado” de su salud llegaron a su fin la madrugada del martes. Ya no fue posible desmentir un hecho demasiado evidente y así fue que el gobierno de Etiopía anunció el fallecimiento de Meles Zenawi, primer ministro y una especie de neo negus.
Con 57 años, entró en la lista de los millones de etíopes que mueren antes de llegar a la famosa tercera edad, demostrando que la calidad de vida de quienes nacen y viven en Etiopía sigue siendo muy feble y aleatoria.
A Meles Zenawi se le recordará por dos de sus principales caras, es decir, la del autoritario, por no decir dictatorial semblante, y la del desarrollo de la infraestructura y la economía del país.
En 1974, siendo aún un joven estudiante de Medicina, apoyó el golpe de estado realizado por Mengistu Haile Mariam, pero con el tiempo se convirtió en un ícono de la oposición y la guerrilla que luchó contra uno de los terribles dictadores que azotaron África y el mundo en plena Guerra Fría.
En algo muy simbólico, Zenawi promovió la unión entre el Movimiento Democrático del Pueblo Etíope (MDPE) y el Frente Popular de la Liberación del Tigré (FPLT), lo cual fue clave en la cohesión del movimiento guerrillero en Etiopía.
Mientras el MDPE era el representante de la población ahmara – segundo grupo etnolingüístico mayoritario en el país-, el FPLT representaba la zona del Tigré o Tigray, una región separatista y perteneciente a una variable etno-lingüística minoritaria.
Esto permitió que en 1991 se pusiera fin, lucha armada mediante, a la dictadura de Mengistu Haile Mariam –cuya represión dejó entre 40.000 y 200.000 muertos, según estimaciones- y que Zenawi quedase al mando del país como presidente transitorio.
Con el tiempo, su dominio sería legitimado y legalizado. En 1995 sería nombrado primer ministro de la República Democrática Federal de Etiopía, con lo cual se iniciaría el camino pos transición y, en paralelo, su eterno gobierno, que, en total, sumaría 21 años.
Hoy, el legado de Meles Zenawi deja dos mochilas. Una, en la cual aparecen la estrecha relación con Estados Unidos, el trabajo común con el Fondo Monetario Internacional, los progresos en infraestructura y el desarrollo y crecimiento de la economía nacional.
En la otra, pueden apreciarse su dictadura, la supresión de la libertad de prensa –fue considerado uno de los “depredadores” de medios- y un agridulce equilibrio interno y regional en el Cuerno de África.
Meles Zenawi no significó una ruptura con el tradicional sistema de gobierno del histórico Imperio o Reino de Etiopía, pues, en la práctica, mantuvo casi el mismo formato sobre el cual basaban su poder los llamados “negus”, es decir, emperador o “rey de reyes”.
Por eso, con el fallecimiento de Zenawi, Etiopía enfrentará el desafío de construir una democracia que vaya más allá de la teoría y que en la práctica pueda llevarse a cabo en forma pacífica y organizada.
Y es aquí donde aparecen las dudas, pues, como ha sucedido con otros dictadores (ejemplo: Saddam Hussein en Iraq y Muammar Al Gaddafi en Libia), el equilibrio étnico descansaba sobre un brazo de fierro. Entonces, es momento de preguntarse si los nuevos liderazgos serán capaces de lidiar con las distintas etnias, religiones y regiones del país.
Hablar de la “nueva Yugoslavia” parece ser un juicio apresurado y poco criterioso, pero es un escenario que tampoco debe descartarse del todo. Eritrea ya se independizó, vía referéndum, en 1993, dejando a Etiopía sin salida al mar.
Entonces, habrá que ver con especial atención lo que pueda ocurrir con Oromo, Tigré u Ogadén, históricos bastiones del separatismo etíope. Al mismo tiempo, será interesante analizar el rol que puedan tener los amharas, que han sido los tradicionales dueños del poder.
Pero la inestabilidad también podría llegar desde los países vecinos. Etiopía fue un fiel aliado de Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo y, de hecho, las fuerzas etíopes ingresaron en dos oportunidades a territorio somalí, para así luchar contra Al Shabaab.
Gracias a la intervención de uno de los mejores (si es que no es el mejor) ejércitos africanos, los islamistas radicales de Al Shabaab –que además están ligados a Al Qaeda y, según se dice, también a Boko Haram de Nigeria y, eventualmente, Ansar Dine de Malí- perdieron el control de Mogadishu, la capital de Somalía.
Y no sólo eso, pues Etiopía formaba parte del tejido que agrupaba a los gobiernos de Kenya, Djibouti y al reciente Sudán del Sur en su oposición al tridente Sudán – Eritrea – milicias islamistas somalíes.
Etiopía es un gigante africano y, como tal, tiene un especial rol en su región, que es el inestable y dañado Cuerno de África. Por eso, lo que ocurra en la nueva Etiopía, no sólo deberá ser analizada desde el prisma del equilibrio y el orden interno, sino que también pensando en cómo trabajar para darle paz y estabilidad a la zona adyacente.
Un fracaso en estas tareas significará que los más de 100 millones de habitantes del Cuerno de África seguirán azotados por sequías, hambrunas, guerras civiles, guerras regionales, enfermedades y muchas otras lamentables realidades.
Lamentablemente, esto pasó, pasa y pasará desapercibido en Chile.