Si no fuera así, ¿por qué todas las miradas e interrogantes terminan en Berlín? Es la nación más poderosa de Europa, contando a Rusia. No se trata del poder clásico referido a los cañones y las balas. De hecho, el armamento nuclear conjunto de Inglaterra y Francia puede menos que el Banco Central Europeo, bajo el férreo control de la Democracia Cristiana alemana.
Ángela Merkel, una ex –comunista devenida en la predilecta del conservador Helmut Kohl, tiene las llaves de la bóveda. Y los códigos para imprimir más billetes. Pero todo está paralizado por la política de austeridad que lleva adelante la Canciller de Alemania. Algo en que no está de acuerdo el socialista Hollande, ni menos Grecia, Italia, ni España. Está instalada una crisis entre el sur y el norte de Europa.
Todo redunda en parte por la encuesta que indica que los alemanes desconfían de los griegos. Piensan que trabajan poco y mal, y holgazanean mucho. Con una vida a todo sol, mar y playas, mientras que ellos sufren inviernos crudos, trabajan mucho y disfrutan poco.
No en vano Weber escribió La Ética Protestante y El Espíritu del Capitalismo. También está instalada una crisis de mentalidades: la manera de vivir que tiene cada pueblo al interior de los Estados soberanos.
En este momento la gente se pregunta si es que existe o no Europa. Es que ser europeo es antes que nada una pertenencia histórico-geográfica que nunca ha sido una unidad política, ni en sus mayores esfuerzos colectivos como la Europa de los 12 o los 15.
Se han dado cuenta y de mala manera, que lo único que les queda –y que siempre tuvieron- es su propio Estado soberano; no es de extrañar entonces la nueva ola de nacionalismo. Porque al final de cuentas, la Sra. Merkel solo responde ante el electorado alemán.
La crisis ha tenido el efecto de devolver a los ciudadanos la conciencia sobre las responsabilidades que conlleva elegir a dirigentes fiables y sensatos que los saquen de ella.
Las democracias nacionales proveen de los mecanismos para que la gente se involucre de manera más activa en los asuntos públicos.
Los políticos son responsables ante un electorado vigilante, una sociedad organizada y una prensa libre: cuando a la gente ya no les satisfacen, los cambian por otros. Los que creían muerto al Estado nacional se equivocaron. Es el único lugar, hoy por hoy, donde puede realizarse el ideal democrático de comunidad.
Después de la reunificación alemana todos los asuntos relevantes de Europa han confluido a Berlín. Desde la desmembración de Yugoeslavia hasta la ampliación hacia la Europa oriental, pasando por los subsidios y el control monetario. Esto ha convertido a Berlín en capital de facto de lo que queda de la ampliada Europa.
Lo que queda es la zona euro o la eurozona. Un grupo de 17 Estados, grandes y pequeños que han adoptado el euro como moneda oficial. Y la discusión gira en torno a la conveniencia o no de seguir en este sistema, especialmente en Grecia.
Un sistema en el cual Alemania ha hecho pingües negocios. Ha podido pagar la reunificación, su propio desarrollo, su política hacia el Este y le ha quedado plata para ahorrar.
Esto ha sido así, porque el resto de Europa le ha comprado todo a Alemania: sus productos, servicios y discursos. La supremacía alemana se ha manifestado decisivamente en el control de la zona euro.
Llegada la hora de la verdad, los españoles no tienen a Europa. Se tienen primeramente a sí mismos. Los vascos y los catalanes tendrán que ir mucho más por Madrid, que por Bruselas.
Lo único que queda donde refugiarse son los Estados democráticos soberanos. No es fácil.Si lo sabrán los franceses. Y lo padecen crucialmente los griegos.