A siete años del Día de la Amistad Argentino-Chilena, conmemoración binacional acordada en 2005 por los entonces Presidentes Néstor Kirchner y Ricardo Lagos, y cuando se recuerda el histórico abrazo de los libertadores José de San Martín y Bernardo O’Higgins en la Batalla de Maipú, surge con fuerza la necesidad de impulsar los procesos de integración en América del Sur.
Sabemos que estos procesos son signos de los tiempos y fruto del trabajo y esfuerzo de años. Así lo podemos constatar en la experiencia de Europa, que se demoró unos 30 años en concretar su integración, avanzado por etapas hasta su conclusión plena.
En América Latina han proliferado iniciativas de integración regional, tales como el Grupo de Río, ALCA, MERCOSUR, la Comunidad Andina de Naciones, pero después de 20 años sólo hay logros limitados. Estas iniciativas han estado orientadas a materias económicas y a reuniones de Jefes de Estado en lo político, sin impulsar una verdadera integración política, aunque ha habido algunos avances como el Tratado de Maipú de Integración y Cooperación, firmado por las Presidentas Michelle Bachelet y Cristina Fernández en 2009.
Nuestros países requieren una integración verdadera. Para ello, tiene que haber decisiones y liderazgos para proponer y definir la integración. No hay razón en América del Sur para que no tengamos un proceso de integración similar al de Europa.
Más aún, la crisis económica que viven hoy países de esa región y que, de una u otra manera, ha afectado al conjunto de esas naciones, nos sirve de experiencia para distinguir qué errores debemos evitar en estos procesos y cuáles ejemplos conviene seguir.
Los procesos de cambio global muestran que los polos de desarrollo económico se están trasladando hacia los países emergentes, entre los cuales los de la región latinoamericana aparecen entre los más pujantes. Aprovechar esta oportunidad histórica de avanzar al desarrollo se potencia si se combina con integración y se debilita si no hay esfuerzos comunes.
Para ello, debe fijarse un plazo y objetivos.
En el año 2030 las fronteras deben estar todas abiertas, debe haber libertad de trabajo, libertad de circulación de bienes y servicios, aranceles comunes, políticas sociales y de protección de derechos integradoras y, eventualmente, hasta una moneda única y un Parlamento Latinoamericano, como también, la consolidación de una democracia cada vez más profunda y representativa de la voluntad de los pueblos.
El año 2030 está suficientemente lejos para superar los inconvenientes y las resistencias locales pero a la vez lo suficientemente cerca para que sea esta misma generación la que aplique y disfrute este proceso integrador.
Esto traerá beneficios para Chile, no obstante, estos procesos no están exentos de trabas. Chile tiene buen crecimiento económico pero en un futuro cercano deberá enfrentar dificultades en la falta de fuerza de trabajo.
No debemos ver esto como una amenaza sino que como una oportunidad, por ejemplo, para el desarrollo de infraestructura de los puertos y la necesaria apertura cultural a las migraciones intraregionales.
Algunos dicen que la integración llegará sola, casi por inercia. No es así. Se requiere liderazgo, proponernos lograrlo ahora junto a otros países. Si algo positivo tiene llegar tarde es que uno puede aprender de otros.