La noción “América Latina” es compleja. Lo es en primer lugar en cuanto a su origen. Ni Bolívar, ni San Martín, ni O’Higgins ocuparon este término, simplemente porque en su época no existía. Para ellos el referente eran los territorios del Imperio Español en América y la búsqueda de su emancipación.
Nunca sus principales reflexiones—la Carta de Jamaica de Bolívar, por ejemplo—incluyeron a Brasil, que más tarde se hizo parte de este espacio…
Un exhaustivo rastreo del destacado filósofo y analista político Miguel Rojas Mix ha ayudado a establecer que su autor fue Francisco Bilbao, el chileno al que su ideario liberal avanzado llevó a un exilio en París, donde se hizo discípulo de Robert de Lamennais.
La noción “América Latina” que Bilbao acuñara en 1856 para interesar a los franceses en el bloque de países no anglosajones del continente, tuvo rápidamente un uso perverso. Napoleón III advirtiendo que la Guerra Civil de Estados Unidos dejaba un vacío de influencias al sur del Río Bravo, acabo planeando la invasión de México en 1862.
Después de eso, sin embargo, esta idea se legitimó y pasó a ser parte del ideario progresista en la región.
Se trata de una noción que tiene alcances múltiples. Hay elementos de ella que permanecen estables, como el de unas raíces históricas y una identidad cultural compartidas por estos 20 países. Pero, en cambio, la expresión “América Latina” designa realidades cambiantes si nos referimos al escenario político, al económico o a la inserción internacional de estos Estados.
Desde la proclamación de la Política del Buen Vecino por Franklin Délano Roosevelt en 1933 , hasta la Revolución Cubana, América Latina fue vista como un espacio único y homogéneo.
Cuando el Presidente John Kennedy implantó su programa de Alianza para el Progreso, planteó para todos nuestros países la necesidad de implantar algunas reformas—como la Agraria, Tributaria o Educativa—“para impedir con cambios anticipatorios el horizonte catastrófico de nuevas Cubas”.
Veinte años más tarde, tras las caídas de las dictaduras de Somoza en Nicaragua y del General Romero en El Salvador estalló la crisis centroamericana. En el Departamento de Estado prevalecía la noción de América Latina como una suma de cuatro subregiones—el Caribe, América Central, el área Andina y el Cono Sur, más dos “potencias emergentes”, México y Brasil.
Luego del fin de la Guerra Fría se fue gestando gradualmente otra perspectiva que hoy prevalece: la de dos Américas Latinas—una América Latina del Norte y una América Latina del Sur—separadas a la altura del Canal de Panamá.
Curiosamente esta idea ha recibido respaldo, aunque por razones distintas de dos actores centrales para el área: Estados Unidos y Brasil.
Su afianzamiento en Washington se puede ubicar después de los atentados de 11 de septiembre de 2001. La exhaustiva revisión de la Estrategia de Seguridad Nacional establecida en septiembre de 2002 se basó entre otros factores en una nueva segmentación de las regiones del mundo para su seguridad, en el contexto de una lucha global contra el terrorismo. En ese cuadro se afianzó la distinción entre estas dos Américas Latinas.
La del Norte fue descrita como vital para los intereses norteamericanos, pues se creía que desde las porosas fronteras de México o de los países insulares del Caribe se podía producir una infiltración de personas o elementos logísticos para posibilitar nuevos atentados terroristas en suelo norteamericano.
La agenda de este perímetro geopolítico colocó como tema número uno la política de inmigración y llevó a una exhaustiva vigilancia de los migrantes mexicanos y de los integrantes de las maras centroamericanas.
Tal política se fundaba además en la existencia de un cordón umbilical que hacía depender a estos países de Estados Unidos tanto en sus exportaciones como en la producción de sus industrias maquiladoras.
En la parte Sur del continente, en cambio, tales amenazas no existían y eso provocó una creciente falta de atención de las autoridades norteamericanas por los países del Sur.
Esto coincidió, o a lo mejor hizo posible, un sensible viraje a la izquierda de sus gobiernos, proceso que tuvo su punto de inflexión con el triunfo de Lula en las elecciones brasileñas de finales de 2002. En corto tiempo todos los países sudamericanos, con la sola excepción de Colombia, tuvieron gobiernos situados del centro hacia la izquierda.
La primacía de los gobiernos neoliberales de la década de los años noventa, cedió lugar a un auge de gobiernos progresistas que sacaron partido del desacoplamiento con la política norteamericana.
La creación de la Comunidad Sudamericana de Naciones en 2004, convertida en UNASUR en 2007; el rechazo del ALCA en 2005 y la condena del acuerdo militar con Colombia, que posibilitaba el anuncio de un retorno de la IV Flota de la Armada de Estados Unidos a la subregión, fueron hitos centrales de esta etapa.
Para fortuna de estos gobiernos la década inicial del siglo XXI fue un tiempo de prosperidad, en base a un notable mejoramiento de los precios de los commodities que sus países exportan: el cobre chileno, el petróleo de Venezuela y Ecuador, la soya de Argentina y Brasil, entre otros.
Una buena administración financiera permitió aumentos en las reservas internacionales, el mejoramiento de las balanzas comerciales y una política de apertura hacia otras regiones del mundo, en especial, el Asia del Pacífico.
En los inicios de la década actual, China y no Estados Unidos es el principal socio comercial de Brasil, Perú y Chile, mientras que Argentina tiene al gobierno de Brasil como el principal destino de sus exportaciones y a China como el segundo.
La cooperación norteamericana virtualmente ha desaparecido, salvo para el control del tráfico de drogas, mientras que el comercio intraregional de los 12 países que integran UNASUR, ha crecido constantemente.
Cuando la recesión estalló en septiembre de 2008, América del Sur no solo no fue parte de sus orígenes, sino que dispuso de un importante blindaje. La crisis tuvo en la subregión un menor impacto y este fue más breve y ya en la segunda mitad de 2009 los países de la América Latina del Sur recuperaron un vigoroso crecimiento que todavía mantienen,sin ser demasiado afectados por el lento progreso económico y las dificultades que afectan a Estados Unidos y la Unión Europea.
Los países sudamericanos tienen ahora más peso y autonomía. Son parte de un triángulo estratégico que tiene sus otros polos en China y Estados Unidos. Esta situación les ofrece una perspectiva inédita para su actuación internacional y valoriza a la región más que en ningún otro momento reciente de su historia.