Regreso feliz, después de más de 30 años, a ser un comentarista estable de Radio Cooperativa. En los duros años 79 y 80 comentaba dos veces por semana, acerca de la situación política y la realidad de los derechos humanos. Luego, he seguido visitando sus estudios cada cierto tiempo, pero ahora he sido invitado a estas columnas periódicas, para hablar de los temas de hoy.
Después de tres décadas, las formas han cambiado, la tecnología es otra, los auditores y lectores son nuevos, llegamos a todo el mundo. Pero lo crucial no ha cambiado: seguimos comprometidos con los derechos humanos y la necesidad de que las personas puedan aspirar a vivir en libertad y pleno ejercicio de sus derechos cívicos. La radical exigencia de una vida mejor, no tanto desde lo económico, sino sobre todo desde la integralidad de lo humano, continúa vigente y los jóvenes de hoy, que no fueron siquiera testigos vivos de las violaciones, están mirando con renovado interés una temática que los interpela como protagonistas del tiempo que viene.
Hace pocos días la radio publicó un adelanto de mis comentarios a propósito de la muerte de Bin Laden. Cuando sucedieron los atentados a las torres gemelas de Nueva York, sumé mi voz a las de muchos que protestaban por tan brutal acción criminal. Pero, con una diferencia: yo advertía en esos instantes que la respuesta de Estados Unidos podía ser equivalente o aun peor, pues tanto el régimen encabezado por Bush como la organización liderada por Bin Laden – socio comercial del Presidente de los Estados Unidos – tenían como lenguaje principal el de la violencia. Uno y otro se realimentaban. Y así fue.
Un viento de esperanzas recorrió parte del mundo cuando Obama sustituyó al petrolero en la Presidencia de Estados Unidos y más aun cuando en una apuesta a futuro, Oslo le otorgó el Premio Nobel de la Paz. Pero cuando es requerido por el mundo del poder, Obama no es diferente de Bush más que en la formas, pues su decisión de matar y no capturar, su sangre fría para ver por televisión el operativo y ni siquiera alterarse – como le pasó a Hillary Clinton -, su convicción de no dar a publicidad los detalles y las fotografías de la muerte del terrorista, lo revelan de un estilo similar, acuñado ya en las conquistas del oeste americano, cuando a fuerza de balas se exterminó a los aborígenes y se organizó una sociedad en la que portar armas es una habitualidad. La grosería de llamar “Operación Gerónimo” – nombre de uno de los líderes más importantes de los primitivos habitantes del territorio que hoy ocupa la Unión – a la misión de asesinar al terrorista más buscado supera todo lo esperado, ya que intenta poner en un mismo nivel y también en un mismo estilo, ambas situaciones.
En El Café de Cooperativa Luis Larraín calificó a Estados Unidos como “la policía del mundo”. Es así, nos guste o no. Y su gobierno actúa con la misma brutalidad, vulgaridad, prepotencia, de la gran mayoría de los policías del mundo, que se sienten todopoderosos e invulnerables, exentos del deber de rendir cuentas. Lo hemos visto en este Chile de “democracia protegida”, aunque afortunadamente acá, algunos de los abusos han sido denunciados y castigados por la autoridad interna ante la evidencia de su gravedad.
La tarea de hoy parece ser la de construir un mundo de paz y concordia, buscar entendimientos y armonía. Pero eso no nos releva de la obligación de seguir denunciando y alzando la voz contra los abusos y los métodos de acción que nos alejan de esas metas. Somos protagonistas de una época de tránsito y debemos asumir con conciencia que lo que hagamos o no hagamos en esta hora dejará señales poderosas para los tiempos venideros y las generaciones que se abren paso en la nueva era.