Hace varios años vengo haciendo notar, que la introducción del ranking de notas, además de la elevada ponderación que se venía realizando año tras año en muchas universidades, respecto de la PSU, para la selección de estudiantes a la educación superior, se realizaba sin los suficientes fundamentos teóricos que apoyaran la entrada de esta nueva condición.
Más tarde, cuando las decisiones respecto de estas dos condiciones y respectivas ponderaciones fueron un hecho, señalé que éstas traerían efectos colaterales no advertidos y que, por lo mismo, tales modificaciones deberían realizarse con cierta cautela.
La aplicación del ranking resultó, además, en que los estudiantes de los últimos años de educación media comenzaron a cambiarse de liceos buscando aquellos que exhibían promedios más bajos, lo que les permitía situarse mejor en el ranking de notas. Esto trajo como consecuencia que los alumnos de estos últimos establecimientos reclamaran por la injusta competencia a la que se veían expuestos: sus recién llegados contendores venían de liceos emblemáticos, mejor preparados, lo que les permitía situarse por encima de los puntajes locales.
Ahora conocemos que ese daño colateral se intentará evitar con algunas otras medidas, tales como, considerar el contexto educacional de cada estudiante (el promedio obtenido en el colegio A, y el promedio obtenido en el colegio B, cuando ese cambio de colegio se efectúe).Medidas que no hacen sino reconocer el daño colateral que yo señalaba y que se evidenció en los últimos años en la realidad.
Lo importante, por supuesto, no es la razón que yo tenía al realizar las advertencias, más bien radica en constatar que, reconocida o no, la dificultad se intenta ahora resolver para las futuras selecciones a la educación superior.
Con todo, queda pendiente el cambio de la PSU, como alguna vez se comprometió, por una prueba que efectivamente otorgue garantías de una adecuada selección y que evitaría continuar con estos remiendos.