Quizá la palabra golpes, en el caso de este título, no sea la más adecuada de usar, sino que sólo lo hacemos para asumir la fuerza y luminosidad que éste tiene en todos los ámbitos de la existencia.
Comencemos por el principio, desde la concepción misma del ser humano, en donde se dan carreras biológicas para llegar a un buen fin y germinar el fruto de la relación entre hombre y mujer. Un hijo, una hija, sanos, enfermos, con capacidades diferentes, robustos, risueños o llorones, lindos o feos.
Nace un ser humano después de fuerzas tremendas que golpean la conciencia de la madre, del padre cuando está presente, de los que ayudan, de los que esperan o desesperan. Es un ser que se debe integrar, como la mayoría lo hace, a la especie humana, a nuestra civilización, como ha habido miles de miles que se han acoplado a la madre naturaleza y la madre comunidad, aceptando sus desafíos, aprendiendo sus costumbres, usos, valores y normas, en general.
Llega el momento de la niñez, la escuela y los amigos, las enfermedades conocidas y las desconocidas, las primeras experiencias de la existencia con los otros que nos marcan de manera indeleble durante el resto de nuestra existencia. La escuela nos guarda sorpresas que no comprendemos en una primera mirada.
Ella es y ha sido durante ya dos siglos, a lo menos, la tutora de la formación de las nuevas generaciones. Ella nos golpea y nos limita a sus propios límites, impuestos por la sociedad en su conjunto. Nace la cultura escolar, el curriculum abierto u oculto, las escasas nuevas formas pedagógicas de la didáctica, la creencia secreta de que las Tecnologías de la Información y Comunicación lograrán zafarnos de los problemas humanos que se dan en toda relación pedagógica entre profesores y alumnos.
Se mantiene, sin embargo, el desafío para los profesores de ser “modelos” de los niños y jóvenes que educan o forman o adiestran (pues tenemos profesores para esto y mucho más), en donde los golpes, la mayoría de las veces “golpes de amor”, se transforman en golpes de autoritarismo, exclusión, sumisión, falta de creatividad, innovación o emprendimiento, a los cuales se les ponen límites poco usuales en lo que se desea como una sociedad abierta y transparente.
Y así pasan los años con rapidez. El trabajo, el éxito o los fracasos, la imposibilidad de ser lo que soñábamos se haga realidad, el desarrollo de la familia propia, el ser padres, apoderados, compañero, jefe o subordinado. Pasan los años sin que nos demos cuenta y vivimos, como todos los seres humanos, llenos de virtudes y defectos.
Y en este camino de ir viviendo cotidianamente, con nuestras virtudes y defectos, sentimos la luminosidad de los golpes de amor y también aquellos de odio, envidia, rabias y resquemores.
La vida se nos llena, a unos más y a otros menos, de satisfacciones Unas grandes, especialmente cuando somos nosotros los que hemos dado golpes de amor en abundancia y otras pequeñas, cuando no le hacemos mal a nadie, pero tampoco hemos dado casi nada de nosotros mismos, como seres humanos.
Por eso hay profesiones que son “profesiones de golpes de amor” en las cuales no es posible ser bueno o excelente en la misma, si es que no tenemos este objetivo y medio como connatural a nuestro desempeño.
Quien no tiene el servicio como uno de los objetivos esenciales para su propia existencia, está condenado a recibir poco amor, ser tratado con indiferencia. Por eso los seres humanos que sirven son siempre bien recordados, quizá sin grandes pompas y fanfarrias, pero se recuerdan en lo más profundo de nuestros corazones.
Quizá ese es el justo pago por ser bueno, ya que es un pago que nace desde lo más profundo del agradecimiento. Este es, sin duda, un duro golpe de amor que debe siempre gratificar a los que acompañaron a los hombres buenos, pues supieron aquilatar en toda su dimensión los golpes dados, suavemente y con sabiduría, por aquellos que se han ido.