Más allá de las reformas estructurales, administrativas y económicas del sistema escolar, la educación es un desafío para la inteligencia y la libertad del hombre, para la construcción dialógica y la solidaridad humana.
Como lo afirmara tan acertadamente Jean Piaget, “el objeto principal de la educación es crear hombres que sean capaces de hacer cosas nuevas, no repetir simplemente lo que han hecho las otras generaciones, hombres que sean creativos, inventivos y descubridores”.
El segundo objetivo de la educación es conformar mentes que puedan ser críticas, que puedan verificar y no aceptar todo lo que les ofrecen. El gran peligro de hoy es el peligro de los slogans, de las opiniones colectivas, de las direcciones preformadas del pensamiento. Debemos ser capaces de resistirlo individualmente, de criticar, de distinguir entre lo que está demostrado y lo que no lo está.
Esta cita nos recuerda, una vez más, que la educación es un desafío para la inteligencia y la libertad del hombre, para la construcción dialógica y la solidaridad humana.
Quizá como ninguna otra actividad humana, la educación es hoy la más grande empresa que lleva a cabo este país, con una significativa confluencia de esfuerzos públicos y privados. Y no obstante ello, ni aún privatizando todo lo privatizable y vendiendo quizá todo lo vendible, o invirtiendo grandes sumas a través del presupuesto de la nación, el país estaría cerca de alcanzar a corto plazo los niveles que se requieren para tener no sólo una buena, sino una excelente educación, como aquella que se necesita para seguir abriéndonos cultural y comercialmente al mundo y lograr internamente un desarrollo armónico y equitativo.
Por eso, pensar en alcanzar niveles óptimos de inversión en educación es una tarea para un largo plazo y los esfuerzos que hoy se realizan (de manera notable), son el inicio de un largo camino que quizá no veremos concluido, pero que es necesario construir tenaz y permanentemente mas allá de nuestros propios intereses generacionales. Sin embargo, ello no nos asegura una educación de calidad como la que necesitamos.
Pese a todas las muchas tareas emprendidas, se hace indispensable comenzar una nueva ruta, más propiamente educativa y pedagógica, quizá menos adornada de fanfarrias, mas reservada, más alejada de las nomenclaturas estructurales, económicas y anuncios públicos, pues se trata de realizar un esfuerzo a fondo en la trasformación de las capacidades intelectuales, afectivas, de interrelaciones sociales y humanas que están en juego en todo el sistema educacional.
Hoy debemos decidir que queremos hacer con la educación de nuestras nuevas generaciones de chilenos y chilenas. Ni más ni menos, pues en el fondo eso es lo que significa, en rigor, la implementación que deberán llevar a cabo las escuelas y liceos del país de sus propios objetivos y contenidos curriculares.
La construcción de los contenidos curriculares del sistema y sus finalidades deja de pertenecer y ser responsabilidad sólo del Estado y se convierte en un proceso de diseño en el cual deben participar los actores más directos de las unidades educativas.
*Los profesores, en su calidad de profesionales de la educación y conductores de los procesos de aprendizaje, enseñanza y desarrollo.
*Los padres y apoderados, que deben expresar sus necesidades y aspiraciones educativas.
*Los directivos, que deben coordinar sus propios esfuerzos con los esfuerzos de otros establecimientos educacionales de la misma comuna (los PADEM, en el caso de la educación municipal).
*Los técnicos, que con sus experiencias deben asesorar permanentemente la marcha de los procesos que se pongan en marcha.
*La comunidad circundante, que debe apoyar la marcha de los establecimientos educacionales en donde se educarán sus propios hijos o los hijos de sus vecinos. Todos ellos deben asumir la responsabilidad que les compete en estas tareas de construcción educativa, de acuerdo a como lo mandatan las actuales.
Este desafío pedagógico pendiente, no solo implica a los profesionales de la educación, sino que cada establecimiento educacional, como unidad pedagógica, deberá realizar una propuesta de su propio currículo educacional, sobre una base común para todo el país (necesaria, entre otras cosas, para preservar la identidad cultural nacional, pero sin la sobrevaloración que hoy se le da), es decir, de las finalidades, contenidos y actividades pedagógicas propias que se llevarán a cabo en la escuela o liceo para formar a las nuevas generaciones de estudiantes.
Este es un desafío de grandes proporciones, pues cada comunidad escolar deberá diseñar un currículo pertinente, adecuado a las capacidades de aprendizaje y desarrollo de sus alumnos y sus realidades, situación inédita en Chile si consideramos la generalidad de las escuelas y liceos del país.
Se pasa de un currículo único para todos (planes, programas de estudio y actividades educativas, en otros términos), a un currículo en el cual la creatividad realista de los profesores debe cristalizarse de manera cotidiana en cada establecimiento educacional.
Sin embargo, la oportunidad que se les presenta a las comunidades educativas de hacer sus propios “proyectos de desarrollo educativo institucional” seguramente no se verá coronada con el éxito si es que no existen paralelamente cambios radicales en las formas de llevar adelante la acción pedagógica cotidiana.
Los profesores entienden que esto es necesario y por suerte han demostrado históricamente, en algunos casos, su capacidad innovadora y creativa. Si esto no fuera así, ¿porqué nuestra educación es reconocida y valorada positivamente en toda América Latina y en otros países del mundo?
Por lo mismo es indispensable seguir valorándolos social y económicamente, tal como se lo merecen, pues son éstos los principales ejes del éxito o fracaso de cualquier reforma educativa que se quiera llevar a cabo, como la que hoy contemplamos como un desafío más que los profesores y profesoras de Chile, sin duda, sabrán asumir en plenitud y cabalmente.
Estamos ciertos que las sabias palabras del maestro Jean Piaget se verán bien acompañadas por los profesores y profesoras, como también por aquellas instituciones que, en su mayoría, los forman profesionalmente, mediante tiza y pizarrón.