El comienzo de un nuevo año escolar siempre es propicio para reflexionar sobre que queremos que sea nuestra educación y, con ello, como queremos que sean las próximas generaciones de ciudadanos de este país llamado Chile, en sus identidades y devenires.
Por eso, aguijoneado por la espina de la filosofía de la educación, me fui a la calle San Diego, en Santiago, donde existen hermosas librerías de libros viejos y me encontré con uno que tuve oportunidad de trabajar intensamente en mi primer año de estudios de Filosofía, bajo las orientaciones de don Viterbo Osorio, profesor exigente y claro en sus enseñanzas.
Se trataba de “El Personalismo” de E. Mounier, filósofo francés (1905-1950) que muchos identifican como el creador del personalismo cristiano, corriente filosófica a la cual adherí con fuerza por esos años estudiantiles y que hoy guardo como un recuerdo y principios valóricos que no me han abandonado durante toda mi existencia.
Como entrando a casa con un gato escondido entre mis ropas, me encerré en mi escritorio a repasar aquellas lecturas que tuve que hacer cuando estudiante y debo confesar que el gozo que tuve se comparó, en gran medida, con las emociones juveniles vividas en la universidad.
Dentro de estas profundidades, me encontré con un trozo de texto que nuevamente me llamó profundamente la atención y que hoy lo cito, pues puede servir a algún colega que comienza su año escolar, trabajando en la hermosa tarea que es el enseñar y acompañar en el crecimiento y desarrollo de nuestros niños y jóvenes.
Decía más o menos así: “la persona se mide por sus actos originarios, que pueden ser reducidos a cinco fundamentales”.
Salir de sí mismo: luchar contra el egocentrismo.
Comprender: Situarse en el punto de vista del otro, empatizar, acoger al otro en su diferencia.
Tomar sobre sí mismo, asumir, en el sentido de no sólo compadecer, sino de sufrir con la pena, la alegría y la labor de los otros.
Dar, sin reivindicarse como en el individualismo pequeño burgués. Una sociedad personalista se basa en la donación y el desinterés.
Ser fiel, considerando la vida como una aventura creadora, que exige fidelidad a la propia persona.”
Cada una de estas afirmaciones, sin duda, tiene muchos elementos para comprenderlas cabalmente y me permito sugerir algunos.
Salir de sí, es decir, en palabras tradicionales, dejar de mirarse el ombligo de manera permanente, para mirar el mundo como algo que siendo parte de nosotros mismos y parte de nuestra realidad, debe ser descubierto con las sorpresas que siempre nos da. Implica agrandar nuestros ámbitos de existencia, nos permite ser creativos, interrogadores y porque no, emprendedores.
Enseñar a nuestros alumnos a no ser egoístas, a compartir sus saberes, sus experiencias. Si soy jefe o autoridad, entregar lo mejor de mí mismo a mis subordinados jerárquicos, para que ellos sean mejores en sus labores y en el desarrollo de sus potencialidades humanas.
Comprender al otro en cuanto otro, como un ser distinto a mí, pero siendo un universo personal, único e irrepetible, que merece y al cual se le debe profundo respeto por el solo hecho de ser una persona con una eminente dignidad. Hacer comprender a nuestros alumnos que la vida no es un trazo sin curvas, que a cada cual le puede dar sorpresas, frente a las cuales solo ambicionaremos ser respetados y comprendidos.
Tomar sobre sí mismo, posesionarse, hacer carne el sufrimiento de los otros, con sus penas, sus alegrías y la tarea esforzada que los otros deben hacer para vivir o sobrevivir cotidianamente. El sentido de compañerismo, de trabajo en equipo, de comunidad de amigos, de camaradas, debe enseñarse o a lo menos mostrarse en la sala de clases, a los alumnos y a nuestros colegas. Ser el primero en el servicio.
Dar, sin reivindicarse como en el individualismo pequeño burgués. Una sociedad personalista se basa en la donación y el desinterés, en el anonimato. Sirvo en silencio, escucho con atención no para que me reconozcan, sino para reconocer y comprender. Proporciono y facilito todo aquello que está en mi poder, sin que ello me signifique menoscabo de mi propio desarrollo.
No necesito ni propaganda bancaria ni comercial. Necesito dar para buscar la mayor felicidad, pues dando se es feliz, pues siempre esto tiene recompensas no pensadas ni muchas veces querida. Ayudar a los alumnos a ser generosos con sus conocimientos, sus hábitos, destrezas y actitudes aprendidas.
Ser fiel, considerando la vida como una aventura innovadora y creativa, que exigiendo fidelidad a la propia persona, con su propio ser, es testigo del pasar del tiempo ofrecido a mis alumnos y ya una vez pasado los años, poder afirmar que fui testigo de mi propia fidelidad con la vocación educadora que elegí, seguramente en mis años mozos de juventud.
Los directivos de los nuevos pasos de la Reforma Educacional se preguntarán sobre este tipo de cuestiones o seguiremos con la tristeza de ver perdidas décadas de tecnocracia que nos ha conducido, junto con el sistema económico imperante, al vacío de la existencia de muchos de los miembros de las nuevas generaciones de chilenos y chilenas.
Ojala los dioses nos acompañen este año y quiebren sus lanzas sobre el cascarón de un sistema socio económico malsano que nos condiciona a ser personas, en su más pleno sentido de la palabra.