Mi abuela es sorprendente.
Ayer por la tarde compartí con ella a la hora del té. Estaba afanada escribiendo unas notas sobre su tema favorito: La educación en Chile.
Abuela, ¿qué te parece? Se aprobó la ley que pone fin al lucro, al copago y a la selección.
Mira, el que se apruebe esta ley me parece bien y también me parece un poco peligroso.
¿Peligroso? ¿A qué te refieres?
Hay que reconocer, me dijo como meditando cada una de las palabras que estaba usando, que el gobierno está viviendo uno periodo de “éxito legislativo”. El Congreso ha aprobado en los últimos días una serie de leyes que son parte fundamental de las promesas de campaña de la Presidenta Bachelet.
Hasta aquí muy bien y, tal como te he dicho varias veces, yo estoy muy de acuerdo con estas reformas; más aún, estas fueron las promesas que me hicieron votar por nuestra actual presidenta.
Si abuela, esto me lo has dicho varias veces, entonces explícame por qué dices que es peligroso.
Bueno, cuando uno enfrenta cambios legislativos de esta envergadura y en plazos tan cortos, existe el riesgo de equivocarse. Más todavía cuando la implantación de los cambios es compleja y, con seguridad, en eso recién se comenzará a pensar en el futuro cercano.
Pero abuela, eso es un peligro al que siempre están expuestos los gobiernos y también los legisladores. Si este miedo nos paralizara, entonces no podríamos cambiar nada.
Algo de lo que dije no fue de su agrado; se puso un poco roja y empezó a hablar más lento y más despacio. Siempre lo hace cuando está enojada.
Mira, no quiero ser majadera con esto de que los procesos legislativos de las leyes importantes y complejas ha sido difícil y, si bien esta es la primera de las leyes en materia de educación y sólo será posible analizarla adecuadamente cuando tengamos en discusión el paquete completo, debo decirte que hay un par de temas que me preocupan.
El primero es la adecuada comprensión de la implementación de la ley por quienes se ven afectados. Fíjate que conversé con un par de mis amigas jóvenes y ellas estaban felices porque sus bisnietos ya no tendrían que pagar por la educación que están recibiendo en sus colegios subvencionados. Ellas no sabían que esto es un proceso gradual y que la gratuidad a sus bisnietos llegará en varios años más.
Les expliqué que esto empieza a notarse el 2017 y que, para que los colegios de mayor copago sean gratuitos, se necesitarán varios años más.
Pero abuela, es evidente que esto requiere gradualidad.
Sí, sí, sí, pero también hay que explicar por qué los sostenedores tendrán plazos tan largos para adecuar sus organizaciones. Tres y hasta seis años para seguir haciendo negocio entre entidades relacionadas. Me parece un exceso.
Abuela. Te insisto. Esto requiere hacerse paso a paso.
Bueno. Por último, acepto que existan esos plazos enormes para seguir arrendando, para terminar con la selección y para terminar con el copago, pero igual esto es peligroso.Fíjate que ahora es el minuto de preparar la implantación de la ley, con todas las dificultades administrativas que esto conlleva.
Lamento, querida abuela, no estar de acuerdo contigo en esta oportunidad. Yo creo que esto va razonablemente bien.
Pero, ¿has pensado que ahora se requiere hacer leyes sobre cómo se administrará el sistema, cómo se regulará la carrera académica, cómo se fortalecerá la educación pública y cómo será el financiamiento del sistema universitario? ¿Te das cuenta que nada de esto es fácil?
Al mismo tiempo tendrás que explicar a los padres que deben seguir pagando, que los colegios públicos siguen igual, con idénticos problemas, que se seguirá seleccionando por un tiempo, que el copago puede aumentar por decisión de los sostenedores y, por otra parte deberás explicar a los profesores que la ley que regula su carrera ya viene, al igual que a los universitarios.
Abuela. Nadie dijo que esto era simple y nadie ha dicho que se puede hacer de manera instantánea.
Esta bien, pero concédeme al menos que tengo razón en una última cosa.
Cuando dijo esto yo sentí una gran felicidad, ‘concédeme al menos”. Sentí que mi abuela me estaba dando la razón y, en consecuencia, me podía sentir ganador de este pequeño intercambio de puntos de vista.
A ver abuela cuenta esa “última cosa”.
Bueno, lo último es que, en mi opinión, y dado que la reforma ha relegado a un segundo lugar el tema de la educación pública, yo creo que cuando en los próximos años la educación particular subvencionada empiece a recorrer el camino a la gratuidad, los padres comenzarán a trasladar a sus hijos desde la educación pública a este otro tipo de colegios que, concordarás conmigo, son mejor evaluados por la ciudadanía.
¿Para qué continuar en el liceo si el colegio particular subvencionado, que es percibido como mejor, es gratis?
Además debes considerar que no se podrá seleccionar y entonces con sólo la voluntad de ingresar al nuevo colegio será suficiente.
Yo, me dijo, pronostico una caída sustantiva del número de estudiantes en la educación pública. Tanto como sea la capacidad de la educación particular subvencionada para aceptar a estos nuevos alumnos.
Me pareció que era el momento de la generosidad y le dije, Abuela, tienes razón. Si no nos preocupamos pronto de este problema, entonces el éxodo de estudiantes desde los colegios públicos a los particulares subvencionados será masiva. No quise argumentar que hay un intervalo de tiempo para atender estos cuestionamientos y reparar los baños, poner los vidrios que faltan, tener mejores administradores, lograr motivar a los profesores, mejorar los ambientes laborales y alguna otra pequeña falla que me da vergüenza admitir.
Mi abuela quedó feliz y yo algo preocupado de ver cómo serán los nuevos proyectos que tendrán como propósito resolver los problemas pendientes: estatuto docente, organización administrativa del sistema de educación pública, gratuidad de la educación universitaria y también, respecto a cómo se explicará a la opinión pública sobre los plazos y formas en que se aplicará la ley y, en consecuencia, cuándo se empezarán a percibir los beneficios de la nueva reforma.
Después de un rato en que su cara demostraba la felicidad de mi aceptación, se puso a gritar: ¡Un ratón, un ratón! Ella insistió en haber divisado un “enorme ratón negro” en nuestro jardín. Yo no lo vi y, más aún, creo que es un ardid con el propósito de ingresar un gato a nuestra morada… Mi abuela es una anciana amable pero compleja.