Diversas – y airadas – reacciones ha tenido la aprobación, en el marco de la jornada final de votación de las indicaciones al proyecto sobre fin al lucro, copago y selección, de una de las enmiendas que establece que los liceos “emblemáticos” deberán dejar de seleccionar en un plazo máximo de 5 años.
Algunos colegios -como por ejemplo el Instituto Nacional- van a poder seleccionar sólo un 30% de alumnos aventajados desde el punto de vista del rendimiento académico, “pero el 70% van a ser niños comunes y corrientes de distintas comunas de Chile, que van a tener la posibilidad única en su vida de salir adelante, de romper la pobreza, de terminar con este círculo vicioso de que el futuro de un niño está determinado por el dinero que tiene la familia”, en palabras de Fulvio Rossi, presidente de las comisiones unidas de Hacienda y Educación.
Muchos se indignan, empleando de preferencia el insulto y la procacidad como “argumentos”, pero pocos se detienen a reflexionar acerca de la esencia de un tema que parece resumir la tragedia de las desigualdades educativas en Chile.
Por ejemplo, ¿qué significa sostener esta dicotomía entre 30% de alumnos aventajados y 70% de niños comunes y corrientes? ¿Existen niños con intelectos de primera, segunda o tercera categoría? ¿Es efectivo que los institutanos son muchachos intelectualmente superiores al resto de sus pares? ¿Son realmente diferentes a aquellos “ comunes y corrientes” que más de algún lector de la sección Política del diario La Tercera no duda en calificar como vagos, volados y mediocres?
El conocimiento del desarrollo del cerebro humano es un buen escenario para la reflexión. El 97% de los niños nace con un cerebro espléndido, dotado de sorprendentes talentos en estado latente, los cuales, al igual que una semilla, habrán de aguardar la mano del ambiente para germinar.
¿Qué ocurre durante el desarrollo de esos cerebros que, apenas una década después, ese 97% parece haber quedado reducido a un puñado escaso de “mentes brillantes” ingresando a los liceos emblemáticos?
¿Acaso la mayoría optó por la vagancia, la mediocridad y las drogas? Nada más erróneo y peligroso si se sostiene como verdad irrefutable. Por el contrario, es preciso ver este fenómeno como multifactorial, ampliar la mirada y, en lo posible, observar el fenómeno educacional desde nuevas ópticas.
En primer lugar, la selección académica para ingresar a liceos emblemáticos es la misma que rige las pruebas de selección universitaria e incluso los criterios SIMCE: se consideran sólo los desempeños académicos en Matemáticas, Lenguaje y Ciencias. No debería sorprender que los egresados de liceos emblemáticos elijan mayoritariamente las carreras de Derecho, Ingenierías y Medicina.
¡Pero el cerebro humano posee al nacer más de diez espléndidos talentos que aguardan la mano del ambiente para germinar! Un paseo por cualquier escuela urbana o rural chilena nos permitiría encontrar sorprendentes músicos, artistas visuales, deportistas, precoces líderes, pequeños filósofos, bailarines, actores, expertos en informática, diseñadores, humoristas.
Esos chicos y chicas no están aspirando a ingresar a un liceo emblemático; ellos piden cambios en la concepción de educación, cambios que signifiquen mayores espacios para la expresión y creación artística, oportunidades para el liderazgo, recursos para desarrollar sus aptitudes deportivas.
Sin duda alguna que probablemente no estarán en el privilegiado 30% de candidatos a institutanos, pero ¡ también son mentes brillantes aguardando una educación nueva!
Muchos de estos chicos y chicas vivirán el temprano desaliento y la desmotivación en un sistema escolar para el cual sólo cuenta la nota de Matemáticas o de Lenguaje; que reduce no sólo las horas de Música y de Educación Física, sino que amordaza al profesor en una concepción curricular de su asignatura donde no hay espacio para la creatividad.
¿Se ha discutido en el Congreso con igual interés la desmedrada situación de los liceos artísticos? ¿Hay espacio en la despiadada JEC para el desarrollo de talentos a través de talleres y academias?
Otros chicos, con talentos y vocación por las Humanidades o las Ciencias, verán agostarse tempranamente sus ilusiones en manos de profesores con escasa calidad docente, dedicados a “ pasar la materia”, sin habilidades para motivar y despertar el amor por el saber; profesores desencantados, sin vocación, oprimidos por las precarias condiciones económicas en que viven y que inoculan su desencanto y frustración en los alumnos.
Bastan pocos años de mala enseñanza para que un niño se convenza de que “no sirve para los estudios”, ingresando a la peligrosa espiral del desencanto y la búsqueda de gratificaciones inmediatas.
Finalmente, se olvida que detrás de cada alumno con méritos suficientes para ingresar a un liceo emblemático hay una familia “atípica”, caracterizada por creer todavía en el valor de la cultura, del saber, de los libros y de las lecturas; por interesarse de modo genuino por sus hijos dedicándoles un tiempo de calidad, y por mostrarles que todavía es posible llegar a ser mejor a través de la educación formal, cuando esta educación es el resultado de un trabajo articulado entre familia y escuela. Un tipo de familia que parece condenada a la extinción.
Chile merece un sistema educacional diferente, para que en un futuro no muy lejano cada escuela chilena sea “la representación simbólica” o “emblema” de la óptima calidad formativa que allí se entrega y, de ese modo, los liceos “emblemáticos” pierdan razón de existir.