Hoy hace cincuenta años, solo cincuenta años aproximadamente, desde que asumí mi primer curso como Profesor de Filosofía, en el Liceo Alemán de Santiago, ubicado en un viejo edificio en calle Moneda, hoy desaparecido por el paso del tiempo y la mal llamada modernidad. De ahí tengo mis mejores recuerdos y mis mejores presentes.
Esperé con mi grupo de ex alumnos y amigos el año 2015; nos abrazamos, nos besamos, compartimos cariños y volvimos a rememorar no ya el pasado sino el sentido de nuestras propias existencias en el presente, con los seres que ya han partido, con los hijos e hijas ya crecidos y hermosos, con nuestras parejas amadas y nuestras vidas vividas como quizá siempre correspondió vivirlas y no de otra manera.
Dios sabe y nos propone los anchos caminos de la existencia y uno, con su propia libertad, esa pequeña libertad que nos compete, selecciona por donde caminarlos. Unos lo hacemos mejor, otros sin tanto éxito, pero todos leales a su historia y enseñanza recibidas.
Como educador y amigo entrañable de mis ex alumnos, es un orgullo mantener una relación tan íntima y profunda como la que hoy tengo con este grupo de mocosos, ya llenos de canas, barrigas prominentes, arrugas de la vida, abuelos, enfermos y sanos, llenos de experiencias de la vida, pero siempre con sus ojos vivaces, listos a descubrir lo que les depara la existencia. La misma mirada de esos ojos juveniles que tenían cuando eran alumnos del Liceo Alemán.
50 años se dice fácil, pero son pocos los que mantienen la lealtad de la amistad y el cariño.Hoy me siento, feliz, pleno, lleno de esperanza en un mundo mejor cuando veo a estos seres humanos, cada uno de ellos tan distinto, cuando son capaces de mantener una lealtad en la amistad sin lugar a dudas. Es la nobleza del ser humano que se nos presenta con toda su luminosidad.
Quizá por lo mismo la educación es tan importante, pues sin saberlo con claridad meridiana, los que dedicamos parte de nuestro quehacer profesional a esta tarea, producimos buenos frutos.
Quizá no solos, pues sería arrogante decirlo, sino como equipos de educadores que formaron una generación de personas dignas, con sus universos personales conscientes, únicos e irrepetibles, al decir de Emanuel Mounier.
Hoy existen maestros destacados, y en el momento que escribo estas líneas se me viene a la memoria inmediata la existencia de mi buen amigo Manuel Fábrega, recientemente fallecido, quién nos deja un recuerdo maravilloso de dedicación pedagógica, compromiso cristiano y ejemplo de padre y esposo. Él también ayudó en esta tarea de formar nuevas generaciones, las cuales le agradecen su existencia y su trabajo educativo.
Él sabía, como yo lo sé, que es una tarea silenciosa, que debe penetrar profundo en el otro ser humano, en su alma y espíritu, en su vocación y formación de su propia identidad si es que quiere dejar alguna huella. Son esas huellas las que todo maestro, como Manuel Fábrega, van construyendo un mundo mejor para las nuevas generaciones.
Por eso, hablar de reforma educacional, sin hablar y comprender el ser humano que queremos formar, es sencillamente una tocada de guitarra de una pieza ya interpretada y fracasada.
Cuando hablemos de reforma educacional, y sean respetuosos con lo que ella representa, estamos hablando de la formación de las futuras y actuales generaciones que constituirán este país maravilloso llamado Chile. Seamos respetuosos del tiempo educativo, que es lento y pausado, que tiene su ritmo y sus complejidades de crecimiento. Es por ello que no por tirar más agua sobre el pasto, este crecerá más rápido o mejor. El pasto crecerá a su propio ritmo, tomará las direcciones correspondientes que la naturaleza le indique y asumirá los colores de su naturaleza.
Por eso la Educación es cosa de sabios, de pensamientos múltiples y complejos, de innovaciones respetuosas, de emprendimientos naturales, en definitiva, es cosa del espíritu y del alma más profunda del ser humano. No por apurar el tiempo, el tiempo corre más rápido o la vida se hace más plena.
Todo esto lo conversamos entre los amigos-ex alumnos, mientras esperábamos el 2015 y gozamos luminosamente el haber vivido la vida que nos tocó vivir, junto a los nuestros presentes, a los que se han ido y a aquellos que nos vendrán a reemplazar.
Por eso, gracias a la educación y al latido del tiempo que nos enseña de manera permanente que la vida es un pasar que tiene sentido si se lo queremos dar o lo podemos encontrar.