26 jun 2014

Una educación pública, laica y gratuita

Tras las protestas del año 2011 se ha ido extendiendo el discurso, entre los principales líderes estudiantiles, a favor de una educación pública, laica y gratuita.Por cierto, todos sabemos que lo que hay que hacer en educación es mucho más complejo que eso; pero detrás de la consigna se esconden afirmaciones que deben ser reflexionadas, porque ellas han cristalizado un extendido sentir.

Es más, las compartimos, siempre y cuando no se confunda lo público con lo estatal, lo laico con lo no religioso y lo gratuito con un beneficio estrictamente pecuniario.Si se nos permite, cambiemos en algo el orden de la consigna, y partamos por lo que tenemos más a mano: educación y religión, Estado e Iglesia.

Laico y religioso

Los cristianos estamos de acuerdo con la laicidad del Estado, si con ello se quiere afirmar que su misión no se puede confundir con la de la(s) Iglesia(s) y que esta(s) no debe(n) usar de la fuerza física del Estado para imponer creencias religiosas.

Los cristianos creemos, además, en una educación laica en el sentido que abraza el pluralismo de las distintas concepciones del bien, sin buscar imponer ninguna de ellas.La laicidad no es un contenido filosófico, sino una disposición mental de estar siempre abierto a las verdades del otro.

Laico es el tolerante que se aproxima a la diversidad como expresión de riqueza y que ve en la diferencia un motor de vida.

Laico es el que destruye los ídolos, los fanatismos y los sectarismos, siendo capaz de creer profundamente en sus valores, reconociendo a la vez que existen otros igualmente respetables.

Laico es quien abraza una idea, no es un cínico servil ni un escéptico desesperado; pero que, creyendo en ciertas ideas e ideales, no se transforma en un fundamentalista que desprecia y persigue a quien no piensa como él.

Laico no es el tolerante que se resigna a soportar al otro, sus ideas, costumbres e intereses, sino quien lo acoge.

Los cristianos no creemos y nos rebelamos cuando se nos dice que la educación laica es no religiosa o simplemente anti religiosa. Porque justamente lo que se busca con la laicidad de Estado es evitar que una verdad se imponga sobre las otras; poco importa si ella sea religiosa o ideológica. De lo contrario se transforma en un laicismo anacrónico.

Si el poder del Estado, en una sociedad democrática, ha de ser neutral para garantizar la igual libertad ética de sus ciudadanos y ciudadanas, no puede intentar generalizar políticamente una visión secularista –no religiosa– del mundo.Eso sería negar en principio a las convicciones religiosas sus potencialidades de verdad y afectar el derecho que todo creyente tiene de hacer presente, por valiosas, sus tradiciones, ritos y lenguajes en un ámbito tan central como es la educación, la gran transmisora de la cultura de un pueblo.Un Estado no puede pretender hacer de su laicidad una cruzada en contra de la religión y sus símbolos.

Los cristianos ofrecemos además la religión como signo visible de una unidad que ya existe, pero que aún le falta plenitud. El estar unidos –re-ligados– es un llamado esencial de lo propiamente humano. Somos seres por otros, con otros y para otros. La religión, cuando no se rinde al sectarismo dogmático, es fuente inapreciable de cohesión social en la libertad y la igualdad.

En suma, creemos en la laicidad de la educación como apertura siempre dinámica a la verdad del otro; pero nos rebelamos en contra de una educación que en el nombre de la neutralidad del Estado desprecia y margina el aporte de las religiones en el cultivo de lo propiamente humano. Ese sería un laicismo, hoy ya superado entre los países desarrollados.

Lo público, lo privado y el aporte de la educación particular

Si esto es lo que pensamos de una educación laica, ¿qué decir de la demanda por una educación pública? Nuevamente pedimos reflexionar acerca del sentido de las palabras y la verdad de sus significados.Vamos al punto.

Lo público y lo privado son dos palabras de una tradición más de dos veces milenarias y cuyos significados y valoraciones no solo han cambiado mucho, sino que además no son pacíficas. Público y privado vienen del derecho romano, significando el primero lo relativo a la condición del Estado y el segundo lo que atañe al individuo. Para algunos se trataría de dos mundos completamente separados y que agotarían todas las posibilidades. Una cosa es pública o es privada; no existiría una tercera posibilidad.

Como se ve, no se trata de un tema fácil y que no está tampoco resuelto por los propios estudiantes.Muchos de ellos rechazan el mundo de la educación privada porque la asocian con el lucro.Pero también desconfían de lo estatal por que ven en sus instituciones, también las educativas, autoritarismo represivo, clientelismo político o corrupción.

Se trata de falsas generalizaciones, aunque se basen en verdades parciales. Sin embargo, existe otra forma de ser público: desde la especificidad de lo “particular”. Lo privado se sustrae a lo público. Lo particular apoya y amplía lo público. Por un lado, es una falsa generalización sostener que todo lo privado busca el lucro y que todo lo lucrativo es malo.

Pero lo particular, como usualmente se han llamado los colegios católicos, amplían lo público y agregan muchas veces un sentido. La educación está llena de ejemplos de personas y comunidades no estatales que dan educación, sin perseguir ganancia pecuniaria. Más aún, el movimiento estudiantil es una parte de la sociedad civil, no de la estatal, que persigue un interés general: el garantizar una educación de calidad para todos. Lo hacen además en forma visible y sometida al escrutinio público.

Si la única educación fuera la estatal, deberíamos acabar con los colegios particulares –de Iglesia y laicos– que desde la Colonia han contribuido a la tarea de la educación.

El Instituto Don Bosco de Punta Arenas, la Sociedad de Instrucción Primaria en Santiago o el Colegio San Luis de Antofagasta no debieran existir. La Universidad Técnica Federico Santa María, la Universidad de Concepción, la Austral de Valdivia y las universidades católicas deberían cerrar.

Concentrar todo el poder educativo, académico y científico en manos del Estado podría ser una amenaza seria a la democracia, en una sociedad como la nuestra. La razón laica y pública perdería pluralismo y vitalidad. Por eso, lo sabemos bien, nadie pretende seriamente reducir la educación al solo emprendimiento estatal.Aunque cuando todo se reduce a la consigna de educación pública, no faltan las confusiones. Por eso hemos escrito este párrafo.

La gratuidad como don y como actitud de sabiduría frente a la lógica económica

Habiendo aclarado la laicidad y publicidad que apoyamos, reflexionemos ahora acerca de la gratuidad en la educación, que, para algunos, es otra forma de llamar a expulsar de ella al “lucro”. Pero no vayamos tan rápido.

Partamos recordando que la educación es un derecho humano y, que por ende, no debiera depender en su ejercicio del ingreso pecuniario del ciudadano. Así, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas, ratificado por Chile, sostiene en su artículo 13 que la “enseñanza primaria debe ser obligatoria y accesible a todos gratuitamente”. Respecto de la enseñanza secundaria y superior deben hacerse accesibles a todos, mediante “la implantación progresiva de la enseñanza gratuita”.

Como se trata de un derecho social, que supone recursos ingentes, esta gratuidad se desarrollará progresivamente, “en la medida de los recursos disponibles, por vía legislativa u otros medios apropiados” (Art.26 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos convenida en San José de Costa Rica en 1969). Los jóvenes que reclaman que la educación debe ser gratuita en todos sus niveles tienen razón.

Sin embargo, lo que es cierto en la teoría, no siempre es cierto en la práctica. La cuestión práctica –la economía es una ciencia práctica– nos recuerda que la educación no es gratuita pues ella supone personas (profesores), recursos materiales (libros), físicos (edificios) y tecnología (computadores) que alguien debe pagar.

Además, es ya un hecho la incorporación del management y el marketing en la administración de los establecimientos educacionales, sobre todo en las universidades. Si creemos que la educación debe ser pagada por el Estado, la economía nos vuelve a recordar otra verdad: que los recursos con los que contamos son limitados, y las necesidades sociales de los chilenos y chilenas son enormes. Por ello creemos que sigue siendo debatible si la enseñanza superior debe ser enteramente pagada por el Estado o no.

Más allá de ello, la gratuidad de la educación la entendemos en el sentido que ella es una donación que recibimos de las generaciones pasadas y debemos saber entregar a los que vendrán. Esta es una cuestión central, pues observamos que en torno al debate de la gratuidad o el lucro en la educación no nos damos cuenta cómo la lógica económica lo invade todo. Los razonamientos de los economistas deben equilibrarse con el hecho que este tipo de lógica es valiosa y necesaria, pero históricamente ha sido peligrosa por su evidente unilateralidad y potencial tendencia hegemónica.

Conclusión

Los temas aludidos por nuestros hermanos estudiantes, siempre lúcidos desde la legítima temeridad por la justicia, deben ser aclarados. Nosotros tenemos nuestra manera de interpretarlos a la luz del Evangelio, intentando no hacerla desde una manera fundamentalista o caprichosa. Sí somos conscientes de la problematicidad y demanda que estos temas tienen.

Deseamos, con todo, que se pueda comprender la amplitud benéfica del laico que sabe integrarse desde su fe en el pueblo; de que se valore el aporte de lo particular a lo público, y que la demanda por una gratuidad económica en la educación sea además de ello una demanda por una forma de educación sapiencial, es decir, por un rescate de la donación que otorga el verdadero educador.

En la educación de nuestros jóvenes, junto con buenas técnicas, deseamos como dice el término originalmente, e-ducere, un extraer desde lo más propio hasta la plenitud, el verdadero hombre y mujer, en vistas de una convivencia que aún necesita nuestra patria.

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