Ha sido enviado al Parlamento el proyecto que busca terminar con la selección en los colegios pero manteniéndola en aquello liceos llamados “ emblemáticos” , como el Instituto Nacional. La discusión en torno al tema ha sido amplia y polarizada.Sin embargo, queda flotando en el aire una certeza: las mentes brillantes del futuro tienen el derecho ganado a la mejor educación y, por lo tanto, tienen derecho a ser seleccionados para estudiar en el mejor lugar.Pero esta ecuación no es simple. Por el contrario, son muchos sus factores y muy compleja su interacción.
Mentes brillantes ¿privilegio de unos pocos?
No existe “un puñado de afortunados en lo intelectual”. Todo niño que nace sin el impacto de severas adversidades biológicas tempranas – un 97% de los niños – viene al mundo con un espléndido potencial cognitivo.
En otras palabras, es una “ mente brillante en potencia” o, acorde al tema que nos ocupa, en un plazo breve se convierte en candidato a una educación de excelencia que le permita actualizar ese potencial.Para que se actualice esa mente se precisa la conjunción afortunada de diversos factores.
En primer lugar se requiere de tiempo, un tiempo muy breve que no puede desperdiciarse: son los primeros 20 años de la vida, de los cuales los primeros 10 a 12 años son los más importantes y, de ellos, los primeros 5 años son cruciales.
Se precisa también de factores “neurotróficos”, que garanticen un óptimo desarrollo de las redes neuronales; de ellos, los dos más importantes son el amor incondicional proporcionado por los adultos que les acompañan en el crecer y la protección contra el estrés ambiental crónico ( léase: pobreza, hambre, maltrato, negligencia, abuso sexual, explotación y todas las formas de exclusión social ).
Se precisa además de una familia que posea el don de la sensatez en el educar a los hijos y, en lo posible, en cuyo interior se cultiven el respeto a la dignidad de las personas, la amplitud de opiniones y criterios, la reciprocidad y, muy especialmente, el amor por la cultura y el saber, en oposición a las familias que inculcan a sus hijos la meta de ganar dinero como la más segura puerta al éxito temprano.
Se precisa de una educación inicial ( desde el párvulo al 4° año de primaria) que cuente con los mejores docentes, dotados de la más alta efectividad pedagógica y de una profunda vocación, comprometidos al máximo con la tarea de actualizar el potencial de esas potentes mentes infantiles.
Se precisa de directivos altamente preparados para la gestión de sus establecimientos y comprometidos a fondo con su tarea.
Se precisa que todos los agentes que participan de este modelo de educación integral se rijan por el principio de la equidad: si un niño crece careciendo de factores neurotróficos en su hogar, el resto de quienes le acompañan en su desarrollo se los proporcionarán a raudales a través del respeto a su dignidad y de la protección efectiva de sus derechos.
Si el niño proviene de hogares donde reina el culto al consumo y a la banalidad, los estilos impulsivos de afrontar conflictos y la incomunicación afectiva, serán los otros agentes formadores quienes le conducirán con suavidad a la sensatez y a la capacidad reflexiva.
Se precisa también de niños impregnados desde muy temprano de libertad esencial, esa libertad del alma que les lleva a resistir el embate de la masa que proclama “ lo hacemos porque todos lo hacen” , eligiendo enamorarse de las buenas lecturas, el deporte, las acciones de bien comunitario y/o la práctica musical mientras el resto opta por la hipnótica fascinación de la tecnología digital de entretención.
Pero todos estos factores carecen de sentido si los niños chilenos no pueden acceder a una educación de excelencia porque sus padres no la pueden pagar, en un país que se rige por la regla “a mayores ingresos, mejor educación”.
En otras palabras, el Instituto Nacional, otrora colegio de las élites económicas y políticas chilenas, es hoy la única alternativa para niños de estratos bajos y medios cuya meta es la educación de calidad, viéndose así dicho liceo en la disyuntiva de seguir seleccionando para mantener su estándar de excelencia con sus limitados recursos de liceo municipalizado, versus abrir sus puertas a todo el que postula, atestando sus aulas con la compleja y desafiante diversidad del alumnado actual.
Algún día el Instituto Nacional dejará de ser el emblema de la educación gratuita de calidad, ello ocurrirá cuando la educación igualitaria en Chile sea un derecho y a lo largo de su territorio abunden los establecimientos públicos que ofrezcan la mejor educación en contextos plurales, democráticos e igualitarios.
¿Qué misterios encierra el Instituto Nacional?
En primer lugar no existe la JEC, Jornada Escolar Completa. Las clases – impartidas muchas de ellas con la controvertida metodología frontal expositiva a través de docentes “con la camiseta puesta”, que van inoculando día a día en cada alumno el germen del éxito intelectual a través del esfuerzo personal y una buena dosis de discutible competitividad- ocupan sólo media jornada; pero las dependencias del liceo que no son aulas están a disposición de los alumnos a lo largo de todo el día para desarrollar sus proyectos, debatir, crear y crecer intelectualmente a través del estudio, en una invitación al trabajo autónomo y comprometido que les va mostrando la vastedad de sus capacidades.
Las aulas son un desafío a la resiliencia de los recién llegados, quienes deben aceptar que, viviendo en el siglo XXI, han de permanecer media jornada penosamente atornillados a pupitres del siglo XIX.
Aulas precarias donde toda estética y confort lucen por su ausencia y que les enseñarán a resistir futuras adversidades y carencias, mostrándoles que la precariedad puede ser un estímulo a valorar que lo verdaderamente importante es ajeno a la comodidad.
Y allí está la diversidad de su alumnado, una prueba exigente para quienes provienen de sectores medios de la sociedad chilena, con mejores recursos de bienestar.
En ese liceo los niños que vienen de hogares materialmente más aventajados aprenden a valorar el sacrificio de quienes llegan desde barrios periféricos, encaramados apenas en un transporte público igualmente precario después de levantarse de madrugada y habiendo tomado un magro desayuno. Pero que, a la hora de las evaluaciones, les aventajarán, alcanzando con soltura las mejores notas.
Son los hijos de la adversidad, cuyas mentes brillantes no sólo son la simiente de una meritocracia que, desde los albores de nuestra historia país, ha contribuido a su desarrollo, sino que constituyen también la muestra más contundente de la necesidad de superar el grave daño social producido en el siglo anterior a través de polarizar a Chile en burbujas sociales antagónicas, dándose la espalda entre sí.
Vienen cambios radicales en educación, inspirados en el sueño de una educación igualitaria.Es de esperar que ellos contribuyan a que cada año vayan creciendo los establecimientos en los cuales una educación gratuita de calidad sea emblema del respeto y valoración de un país por esas mentes brillantes que anidan en la inmensa mayoría de los niños chilenos, independiente de su condición social.
Mientras Chile trabaja por hacer realidad este sueño, la selección llevada a cabo por el Instituto nacional continúa siendo necesaria, pues ofrece a muchas familias de estratos medios y bajos una formación académica secundaria gratuita y de calidad que garantiza a sus hijos el acceso a la universidad.