28 mar 2014

Educación para el trabajo, formación en oficios

En un reciente encuentro con un ejecutivo de empresa conversábamos la necesidad de impulsar una nueva educación al servicio de las generaciones de jóvenes chilenos (as) que se integrarán prontamente a la vida laboral.

Hablábamos de lo que en otros países se conoce como “formación en oficios” y cuyas ideas básicas fueron plasmadas desde hace muchos años. Hemos analizado las alternativas que un joven tiene en estas materias y al parecer son menos de las que uno cree disponibles en el país.

Por eso he creído conveniente reflexionar sobre este tema, que no es la formación final de un técnico, como lo sería un técnico formado después de su egreso de la educación media en un Centro Técnico, o un profesional de una determinada área del conocimiento, formado en el nivel de un Instituto Profesional o de una universidad (mediante las mal llamadas Ingenierías), sino una formación dirigida al desarrollo de ciertas competencias, habilidades e ideas iniciales para que la persona se desempeñe en algún campo de trabajo que necesite de un potencial humano desarrollado en áreas más restringidas de aplicación de acuerdo a las exigencias tecnológicas e informáticas que son necesarias de manejar hoy día con eficiencia.

Se trata, en otras palabras, de darle al joven o al adulto, formación en oficios específicos, ya sea para su desempeño inmediato o para que continúe estudios posteriores más avanzados, con una modalidad que puede estar dentro o fuera del sistema escolar regular de enseñanza.

La formación en un oficio implica, modalidades de enseñanza plurales y diversas, desde las presenciales, en un cien por cien, a las modalidades a distancia, pero ambas con componentes adecuados de trabajos de aplicación en terreno.

Estas modalidades podrían darse al interior o paralelamente a la educación media o fuera de los recintos escolares, mediante formas no escolarizadas, en las cuales el proceso de aprendizaje se lleve fundamentalmente al interior de las empresas o en acciones de trabajo en terreno (mediante indicaciones a distancia), que permitan una formación rápida y eficiente, mediante el trabajo práctico y vivencial de las nuevas generaciones que necesitan, por múltiples razones, adscribirse a la vida laboral activa con urgencia.

En lo posible para que este tipo de formación práctica (carpintería, instalaciones eléctricas, instalaciones sanitarias básicas, refrigeración, construcción, computación, etc.) les sirva para que continúen sus estudios de manera paralela a su trabajo y a los ingresos que éste puede significar para el sustento de los núcleos familiares.

Si consideramos que sólo hace muy pocos años atrás se contabilizaban más de 100.000 pequeñas y medianas empresas, y a ellas les agregábamos las más de 500.000 microempresas, tenemos como país un desafío enorme, ya que existe un gran potencial humano de personas que deben ser capacitadas en diversas competencias y valores para la gestión empresarial y laboral, en sus muy distintos niveles y dimensiones.

Hoy más que nunca, cuando la necesidad del empleo calificado se hace patente en muchos miles de hogares chilenos, unir este reto educacional con el generar productos de calidad, no es un desafío menor que el país debe enfrentar con rapidez y eficiencia.

A los políticos interesados en el problema de la educación y su relación con el tema de la empresa y el empleo, solicitarles seriedad en sus planteamientos, no disparando frases al azar o repetidas por imitación de discursos sin fundamentos, como el creer que una reforma educacional es tal si pasa solo por los ejes económicos, administrativos o financieros, en desconocimiento de las posibles medidas curriculares que es preciso asumir con prontitud.

Hoy existen chilenos y chilenas que hacen esfuerzos importantes para crear, poner en marcha y mantener el empleo a sus colaboradores.

A los micro, pequeños y medianos empresarios, llamarlos para que sigan haciendo el esfuerzo cotidiano de mantener sus empresas funcionando y si es posible creando nuevas fuentes de trabajo.

Para esto el Estado debe constituirse en una fuerza potente en materias de emprendimiento y creatividad o innovación. Más aún, que aprovechen los recursos existentes para capacitación y habiliten a sus trabajadores en nuevas formas de trabajo, creando alternativas, trabajando conjuntamente con ellos en equipo, para cristalizar la creatividad que todos tenemos como un potencial indiscutible y con ello mejorar nuestra gestión laboral y empresarial.

Al Estado, darle una nueva luz de alarma en el sentido de que debe disponer de asistencia técnica y créditos hacia las pequeñas y medianas empresas.

El desarrollo de la capacidad de diseño, que es uno de los elementos que distinguen a los países con un alto nivel de calidad de sus productos, como el trato ejemplar que tienen con sus trabajadores, debe desarrollarse desde los primeros años de la enseñanza escolar, desplazando así la lecto-escritura y el cálculo como ejes temáticos centrales de nuestro sistema educacional.

De ahí la urgencia de unir la tríada de educación – empleo, en la micro, pequeña y mediana empresa – y una real y efectiva atención de parte del Gobierno para desarrollar los productos y servicios chilenos con una alta calidad.

No es un desafío menor para el país, ni el único, pero sí de vital importancia, pues sirve, además, para ejercitar el pensar creativo e innovador que una los lazos de una producción y servicios de calidad y la equidad necesaria en el trato a los pequeños y medianos empresarios y sus trabajadores.

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