“Mi intención nunca fue hacerme famoso. Sabía que iba a causar polémica, pero nunca pensé que escalaría fuera del Instituto Nacional”, señaló Benjamín González alumno del plantel, días después de su discurso rebelde en la graduación del colegio fundado por Carrera en 1813.
¿Por qué logró entonces tanta repercusión? Creo, pues une generaciones que pasamos por esas aulas y evidencia la crisis educacional cuyos responsables son la dictadura y las dos décadas de cogobierno.
Le critican muchos no valorar lo recibido, pero el rol del humanista es desmitificar, Orwell hizo lo mismo con Eaton donde estudió gracias a una beca, pues era también de medio pelo.
Habría que explicar un poco, pues hubo distintos Instituto Nacional (IN) en los últimos 60 años: hay uno de los 50 con su monstruoso edificio nuevo, obra del Presidente Alessandri, existe otro entre ese momento y 1973, está el de los 17 años de dictadura y uno actual, testigo de dos décadas donde se consolida la destrucción de la educación pública.
El IN denunciado por Benjamín a varios nos es muy familiar, es un cuadro similar que apreciamos tantos, entre 1986 y 1991 en nuestro colegio.
Lo expuesto por Benjamín es un IN que se originó posterior al golpe, donde la exigencia académica se contaminó con la represión y se mezcló obscenamente con el legado de los Chicago Boys, donde la vida se coteja sólo entre perdedores y ganadores.
El establecimiento fundado por Carrera, es una vez más un espejo del momento histórico, uno actual que no se rompió con los oscuros 17 años, donde la Concertación aportó a la destrucción de la educación pública, pues en sus huestes hay sostenedores, dueños de colegios, directivos de universidades privadas o simplemente propietarios de éstas.
Por otro lado, los dueños de la nueva economía y la Constitución son los mismos que bombardearon La Moneda, ante lo cual se debió postergar para siempre un proyecto de sociedad igualitaria luego de 1990.
Entonces, ante ese fracaso, apareció el discurso falaz de la educación como la única heroína capaz de lograr la justicia social. Se le instó a los postergados a estudiar más y endeudarse más, para conseguir a modo personal lo socialmente imposible.
A fines de los años 80 los medios no difundían la existencia del IN. Fue la perseverante destrucción de la educación fiscal la que entregó a los medios una canción de verano: “Los altos puntajes logrados por este último bastión de la meritocracia, versus la triste realidad del resto del sistema público”.
Pero esa hazaña no es gratis. En el discurso de Benjamín González el milagro académico es a costa de una educación despersonalizada, centrada en la competencia enfermiza, en hacinamiento, con un discurso académico autoritario, chauvinista proveniente de muchos profesores históricos fascistas, homofóbicos y elitistas.
Los históricos denunciados existen, algunos aún están ahí, los conocimos con nombre y apellido, son miembros de una derecha dura y gobernaron la institución por 17 años.Lejos de ceder su lugar, desde 1990 fueron logrando cargos dentro del colegio, o al menos prosiguieron su balada macabra.
Contaminan el legado de Carrera con una academia gris que perdura y se amplifica en esa arquitectura faraónica de 4400 alumnos, con asignaturas impartidas en más de 17 cursos por nivel, de 45 estudiantes por sala, donde los recreos, carentes de un centímetro de área verde, son para correr oligofrénicamente tras uno de los 20 balones, en una vorágine sólo vista en el juego de pelota maya, o en Mad Max.
Tuve la suerte de conocer a profesores exonerados que volvieron en 1990 y parecían haber pertenecido a un IN irreconocible, estaban formados con el discurso de la República, donde el sentido del profesional era el orgullo de ser un aporte para la sociedad y no sólo vivir un día en Chicureo.
No reconocieron el IN reencontrado, como los exiliados que no entendían el Chile del cogobierno con la derecha.
Entre el 2000 y el 2005 el abandono estatal del IN se evidenció tanto, que el conflicto interno obligó a instalar un rector proveniente de otro colegio tradicional. Antes, hubo años de pésima gestión donde se aumentó el número de cursos y hasta se acudió a la Coca Cola para instalar un cartel en el frontis de la institución, a cambio de los recursos negados por el Estado. ¿Se imaginan a la Universidad de Chile con un cartel de una gaseosa en el frontis?
Respecto a la falacia mayor, ésa que desea traspasarle a la educación el logro de la justicia social, deberíamos decir algunas cosas.
El 80% de los profesionales en Chile asevera estar frustrado con sus sueldos, el 70% de los trabajadores (donde hay profesionales) ganan menos de 500 mil pesos y el 10% más afortunado del país no sólo acapara los ingresos, también acopia la repartija de los mejores puestos de trabajo, según explicó en noviembre el precandidato Andrés Velasco en un evento de Corpbanca.
Esto último explica un fenómeno curioso en la clase media: muchos altos puntajes PSU, en lugar de ingresar a la Universidad de Chile, optan por matricularse en privadas Abc1, con la esperanza de socializar con los hijos de los dueños del país, para una carrera profesional ascendente.
Pregunto: ¿los egresados del IN posteriores a 1986, que han logrado éxito profesional y económico merecido, matricularán a sus hijos en este primer foco de luz de la nación? No, no lo harán.
Ese profesional con buen pasar, preferirá colegios particulares de excelencia, para legar una educación a escala humana y no la batalla de Hastings.
Por todas estas cosas, el discurso de Benjamín González trascendió los límites de la alambrada como grito desmitificador en el desierto y testimonial de una sociedad donde sobre abundan profesionales, universidades privadas truchas, bajos sueldos, ex ministros de Pinochet y la falacia de la educación como única herramienta para conseguir la igualdad.