Tendientes, como somos, a rituales colectivos más o menos sadomasoquistas (como el Festival de Viña, por ejemplo) año a año vemos a nuestros niños develar los puntajes que obtuvieron en la PSU, grafismos que parpadean en una pantalla apenas, pero que tan cruciales serán para su futuro.
Acuden luego a multicolores ferias en que instituciones de todo tipo, nombre y (des)crédito los llenan de lápices, dulces y folletos ricamente ilustrados con prácticamente nada de información relevante; pocos van acompañados de sus padres (y deberían: la desinformación es moneda de cambio corriente a la hora de firmar un pagaré o un contrato en Chile, niños de 18 años deben hacerlo), muchos sueñan con un título que les reporte ganancia al más corto plazo posible, muy pocos, que se la sigan redituando, como a su familia, beneficiaria de siempre, por un sistema tan desigual como éste.
¿Y quienes siguen una carrera por vocación y amor al conocimiento?, suponemos que todavía quedan algunos. Ellos no entran aún en los “rigurosos” estudios del MINEDUC o los noticiarios.
Sí, respingada señora de fiero quepis reaccionario, sí, buen hombre bigotudo, ex revolucionario y actual consultor galardonado de empresas, estoy de acuerdo con que una masa inédita de jóvenes ingresará a la así llamada educación superior siendo-los-primeros-de-su-familia; todos sabemos, dicen ustedes, que es gracias a las generosas políticas que chorrean de nuestro fecundo sistema económico y social que crece tan estable y seguramente, nos ha llevado a la estratósfera.Es y será, prosiguen, el único camino, cada vez más llano, al desarrollo, plantado, claro que sí, a sangre y fuego, (acuérdese) por el bando de la señora que entona llorando el “Adiós al Séptimo de Línea”, y mantenido a fuerza de caldillo de congrio y pucho por el del caballero bigotudo y sus amiguis.
Sin embargo, muchos sueños se truncan, tantas aspiraciones se postergan… el NEM no da, el puntaje no da, las kafkianas puertas del palacio laico o el pontificio se cierran para muchos que no lograron los ¿altos? estándares exigidos. La cohorte de instituciones (des)acreditadas vuelve a la carga con más lápices, dulces y folletos sin explicación. Los padres miran con terror como se abren otras macabras puertas, las del banco.
Es obvio que se busquen culpables de semejante injusticia. La PSU, claro, es la sospechosa de siempre, defendida con argumentos pueriles por sus cada vez menos creíbles sustentores.
Otros miran el gélido ranking de colegios (nefasto constructo pergeñado por gente que nada sabe de educación y que es usado como sello de validación por los que supuestamente saben de ella) y dirigen su mirada a quienes eran los encargados de garantizar mejores resultados: colegios municipales, (hoy en extinción), subvencionados o privados deben dar explicaciones…
¿Qué rol cumplen los profesores en este panizo? se preguntan los padres. La verdad es que también tienen una cuota de responsabilidad.
Los queridos pedagogos chilenos, amantes de Vigotsky y otras antiguallas del pensamiento moderno, podrán refutarme con presteza e indignación, meramente por sacarlos al pizarrón siquiera. Nada menos dócil a la evaluación que el evaluador.
La verdad es que no es éste un espacio para enjuiciar a mis colegas y su trabajo, mal pagado desde los sofistas griegos, lo es el modo con que algunos de ellos se justifican, como aquellas perlas bien poco científicas del estilo “es que esta generación era la mala”, “esto no es Finlandia”, etc. Lo que uno ve es más bien a una creciente lejanía hacia los niños, disfrazada de palabras como educando, currículum o planificación, que parecen mero parloteo proveniente de los dioses pero cuya efectividad se diluye en donde realmente importa, las salas de clases.
Los profes podrán quejarse mensualmente como soldados del rancho (yo también lo hago), elevando inocuas proclamas sindicales en las que, en el fondo no creen, sólo para ocultar la excusa que, quizás en el fondo, ya no quedan ganas de hacer la pega.
“Lenguaje y comunicación” se rebautizó nuestra asignatura pomposamente. La idea era enseñar la magia inigualable del lenguaje para conocer y crear mundos, la idea era aprender a comunicarse mejor en una sociedad que ya no escucha a nadie. Hoy, convertido el ramo en una factoría rápida y urgente para fabricar puntajes nacionales, bien poco queda de esa buena intención.
Sé que es difícil revertir este cuadro para el colega reventado con miles de horas en aula e imposible para el gato de campo que pecha al alero del Estatuto Docente o del accionista principal del colegio. Pero si usted tiene vocación todavía en alguna parte, profe, levántese, que el cambio viene con usted.
Enseñémosles a los chicos, habilidades, más que simple enciclopedia y datos extra, hagamos que entiendan lo que lean y sean verdaderamente capaces de dar una opinión clara e informada y sepan comunicarse con claridad y respeto con el otro, sea el formato que sea. El resto bíblico viene por añadidura. Hagamos que vuelvan a amar el conocimiento, que sepan cómo pensar por sí mismos.
Abandonemos nuestras quejas de presidiario y trabajemos auténticamente con ellos, nuestros niños, vengan de donde vengan, sean quienes sean.
Dejemos de fantasear con “El reemplazante” y trabajemos de verdad. Tranquila mamá, el niño no volverá a marchar en la calle, lo hará hacia una mejor madurez, tranquilo empleador malhumorado, el trabajador será más capaz y responsable (quizás acabe quitándole el puesto, eso sí).
Tranquilos, señores defensores del status quo, que estos niños recargados van a reemplazar todo lo que ustedes persisten en mantener en pie.