El sistema de pensiones chileno ha sido objeto de permanente debate. ¿Existen alternativas al sistema actual y a las AFP? Por supuesto. De hecho, en muchos países del mundo se aplica un esquema conocido como sistema estatal de reparto de pensiones.
¿Cómo funciona? Muy sencillo.Los trabajadores activos pagan una imposición mensual obligatoria con lo cual se pagan los beneficios -comprometidos por el Estado- de los pensionados, todo bajo la promesa de que cuando ellos envejezcan y jubilen serán los trabajadores de ese momento los que aportarán al sistema para que el Estado cumpla con los beneficios prometidos.
Este sistema, en que los jóvenes pagan a un fondo común que financia la pensión de los adultos mayores, se enfrenta a una primera dificultad natural cuando la cantidad de trabajadores activos es menor que la de pensionados receptores de beneficios (fenómeno conocido como inversión de la pirámide poblacional).
Como las promesas deben cumplirse a todo evento, pues se trata de beneficios garantizados por el Estado, si no hay suficientes trabajadores jóvenes para armar un fondo suficiente que pague esos beneficios, el Estado tiene tres alternativas:
(1) obligar a los trabajadores a aportar más individualmente (aumentar tasa de cotización), lo que disminuye la renta líquida de estos trabajadores.
(2) cotizar por más años (aumentar la edad de jubilación).
(3) meterse la mano al bolsillo y financiar los beneficios con impuestos corrientes que el Fisco recauda, lo que –ceteris paribus- disminuye los recursos disponibles para financiar otros gastos sociales (vivienda, educación, salud, pobreza, etc.).
La adopción de cualquiera de esas medidas es altamente impopular y –muchas veces- termina en protestas y manifestaciones sociales violentas.
Las complejidades aumentan cuando se incorpora la variable de cómo se fijan los límites de los beneficios que el Estado compromete para los pensionados (actuales o futuros). Las promesas las hacen los que administran el Estado o los que postulan a la conducción de éste.
Por lo tanto, para todos los efectos prácticos, no existen límites para esas promesas, pues -con afanes electorales- los políticos prometen beneficios con cargo al sistema de reparto que siempre engrosan la lista y nunca la disminuyen.
Así nos enseña la historia que ha sido el comportamiento del sistema estatal de reparto de pensiones, y así también es que ha fracasado. Ahí están los ejemplos de España, Grecia y tantos otros que, con una pirámide poblacional invertida y con políticos que prometen beneficios con cargo al sistema para ganar elecciones (comportamiento que no tiene color político ni nacionalidad), han llevado a sus países a la crisis cuando no a la bancarrota.
En el caso español, el sistema estatal de reparto de pensiones ya representa más del 10% del PIB como gasto directo del Estado, y entre 2001 y 2010 las prestaciones o beneficios pagados aumentaron un 63%, mientras la cantidad de jubilados creció un 7% y la inflación acumulada fue de sólo 30%, en el mismo período.
Sin embargo, resulta relevante analizar el nivel de las pensiones y la sustentabilidad del sistema en España. ¿Qué pensión recibe un pensionado español, expresada como porcentaje del salario promedio de los últimos 10 años antes de la jubilación (conocida como tasa de reemplazo)?
Según datos de la OCDE, la tasa de reemplazo del sistema español supera el 80%.Para que los pensionados alcancen ese nivel de pensión, los trabajadores españoles activos cotizan obligatoriamente un 30% de su salario mensual en el fondo común que paga las pensiones.
El mismo estudio muestra que el país con la tasa de reemplazo más alta es Grecia: 110%, es decir, en ese país un pensionado recibe una pensión mayor que los últimos salarios como trabajador.
Como sabemos, el total de ese pago es de cargo del Estado y la pirámide poblacional está invertida (hay más jubilados recibiendo pensión, que trabajadores aportando al fondo), por lo tanto, la crisis financiera y social no debería sorprender.
En el caso de Chile, resulta relevante reconocer que, a diferencia de lo que muchos dicen, la tasa de reemplazo del sistema chileno (62%) es superior a la de países como Corea (49%), Estados Unidos (48%), Reino Unido (39%) e Irlanda (32%), aun cuando estos países tienen una tasa de cotización mensual obligatoria similar o superior a la chilena (10% del salario).
Además, la sustentabilidad del sistema depende de la solvencia de las arcas fiscales, pues se trata de sistemas de reparto como el griego y el español, a diferencia del sistema chileno en el que es el ahorro de cada trabajador el que financia su propia pensión.
¿Significa esto que el sistema chileno es perfecto? Por supuesto que no.
¿Qué provoca que, a pesar de mostrar indicadores superiores a otros países, el sistema chileno siga siendo visto como insatisfactorio?
Una primera explicación es que existe una percepción de bajo nivel de las pensiones recibidas, en parte debido a que las personas no relacionan el monto de las pensiones que reciben con lo que ellas ahorraron a lo largo de su vida, sino que con los últimos salarios recibidos en su vida laboral.
El hecho de que los trabajadores ahorren poco se debe principalmente a que la tasa de cotización obligatoria es baja (en comparación a otros países); que la edad de jubilación (especialmente la femenina) es muy temprana y –con expectativas de vida cada vez mayores- el mismo ahorro debe financiar más años de pensión y que existe un nivel de empleos informales que no cotizan (es decir, no ahorran) por largos períodos de tiempo.
¿Cómo mejorar el sistema? Debemos ser críticos del sistema de pensiones chileno, con el ánimo de mejorar permanentemente el nivel de las pensiones que produce para los trabajadores.
Entre los principales desafíos para conseguir ese objetivo está analizar aumentos en la tasa de cotización, en la edad de jubilación (especialmente femenina), o en ambas, con el fin de aumentar los fondos para financiar la pensión y hacer que ésta crezca.
¿Estamos los trabajadores de la patria dispuestos a aceptar un trato así?