La constante baja en el precio del metal rojo tiene un impacto que va mucho más allá de las cifras macro, como son el tipo de cambio o una menor recaudación tributaria.Un menor precio del cobre conlleva una serie de trastornos que van creciendo según sea el nivel de compromiso.
Lo primero es que algunos proyectos que estaban al margen se postergarán, ya sea porque la escala no les permite una economía competitiva o porque la ley del mineral es muy baja.
Además debería ralentizarse la inversión periférica.Por ejemplo el boom inmobiliario de Copiapó y Antofagasta, las fusiones y adquisiciones en el mercado de los proveedores de la minería, la inversión en perforaciones y las transacciones de propiedad minera.
La caída en el precio del cobre también generará presión sobre los proveedores locales intensivos en mano de obra. Los insumos para la minería – en general – están ligados a commodities (bolas de molienda, cemento, etc.) o son industrias globales con lógicas de mercado imperfecto (neumáticos, perforaciones) y para los bienes de capital involucrados la minería es “tomadora de precios”.
Por lo tanto el único “amortiguador” posible es en aquellos costos ligados a la mano de obra, en general locales, los que sentirán la “presión hacia atrás” de la industria, ya sea por la vía de menor empleo o sueldos más bajos.
Lo anterior puede ocasionar negociaciones colectivas duras y con conflicto prolongado. El “trabajo” que con precios en alza se comporta como socio de quién toma el riesgo minero queriendo participar de la bonanza, con precios a la baja tiene una conducta más como empleado, resistiendo la baja dentro de la flexibilidad laboral vigente.
Especial mención en los costos merece la electricidad, que como sabemos, por el rezago de entrada en funcionamiento de nuevos proyectos está al alza.
Sin embargo, el super precio de mercado está muy por encima del costo de producción, por lo tanto se debería ver más integración hacia atrás. Un ejemplo reciente es el de Antofagasta Minerals comprando participación en el proyecto de Alto Maipo.
Por lo tanto, las líneas de costo más “blandas”, asociadas a la mano de obra, constituyen el escenario donde debería concentrarse el ajuste, considerando que muchas de las faenas y sus corporativos están con sobre dotación. Esta última posee otro efecto pernicioso que es la lentitud para reaccionar, debido a que genera poca flexibilidad para un acuerdo ejecutivo.
Es difícil llevar a cabo un ajuste cuando existe sobre dotación evidente porque en general la organización tiende a la autoprotección y a la continuidad laboral.
Los sectores que han llevado a cabo este tipo cambio con anticipación, han contado con el tiempo a su favor, pero en general se observa una tendencia al acuerdo tardío en la industria. El foco de los ejecutivos, como intentando evitar el ajuste, tiende hacia “los procesos” o a mandatos del tipo “reducir 5 %” por parejo en todas las áreas.
El problema con el primer método es que los procesos se decidieron en el momento que se hizo la ingeniería del proyecto, por lo tanto ahí hay una rigidez extrema, en otras palabras, alguien que solicita una reducción vía procesos está diciendo que quiere cumplir políticamente con el mandato de bajar costos, pero no hay compromiso con el resultado.
Lo anterior no quiere decir que no existan prácticas con oportunidades de mejora contundentes, seguramente en logística, inventario, etc.
Por otro lado, la dificultad con las reducciones transversales de cinco por ciento es que se le pide a todos lo mismo. El que puede tres por ciento no alcanzará el objetivo y el que puede diez por ciento no capturará el ahorro potencial máximo residente en su área.